sábado, 7 de julio de 2018


RECUERDOS DE UNA INFANCIA

Salia del colegio. Eran las tan deseadas cinco de la tarde, pero con un final felíz y distinto que el del llanto por Ignacio Sánchez Mejías, que García Lorca, Don Federico, creó cómo homenaje a su amigo, torero y bético ... la campana sonó radiante y alegre, o al menos así me lo pareció ...

Atravesando la calle, allí estaba mi patio. Tenía tres portales, y el mío era el de la derecha. Subiendo los escalones de 3 en 3, en un santiamén estarçia en mi casa viendo a mi madre. Abrí la puerta con esa llave que pendía siempre de mi cuello con una más que incomoda cadena - así no se te perderá, sentenciaba mi madre -, e, inmediatamente, escuché esa tonadilla familiar ... "... con ustedes, el consultorio de elena francis" ... tardes de radio, tardes de merienda de pan con aceite y de jugar a la pelota con tus amigos ... tardes de padre durmiendo la siesta y de madre regañándote por algo que quizás habías o no habías hecho - bendita presunción de inocencia de las narices -.

Sentado en el sofá, y viendo lo que buenamente ponían en el televisor, estaba mi abuelo. Mirada gacha, hasta que se le encendia viendo llegar a su nieto. Tras el obligado beso, y correspondiente achuchón, volvía la vista de nuevo a la pantalla que ofrecía algún programa de entretenimiento, hasta que llegara la hora del parte ...

Al otro lado, estaba mi madre, cosiendo. La máquina de coser, su abuelo la miraba desde un rincón sentado en un sillón, para no romper la armonia familiar. Por suerte para nosotros, los mayores envejecían cómo los buenos vinos junto a los suyos, en un ejercicio de justicia que ya, en nuestra época, se ha dejado de practicar en una mezcla de desmemoria y desamor.

Tras venir de jugar, - cuando anochezca, y se enciendan las luces de la calle, te subes ¡vale!-, comenzaba la ardua tarea de los deberes. Miraba a mi madre, que seguía en su labor diaria e ingrata de su costura, y a mi abuelo con la mirada pérdida, posiblemente recordando tiempos más felices y dichosos, cuando aún se sentía útil para su familia y él mismo ... Mi padre nos acompañaba, atento a lo que le deparaba ese invento que presidía nuestro salón con imágenes en blanco y negro. Miraba a mi padre, y ante la ia ausencia de mi hermana, posiblemente aún por llegar del instituto, hice ademán de dirigirme a él con esa mezcla de respeto y temor que me inspiraba, con intención de hacerle alguna pregunta sobre mis deberes diarios ... "hijo, si yo supiera todo lo que me preguntas, ¿crees que estaría trabajando en astilleros ...?". Al momento, aunque sentí cierto desazón al fracasar mi tentativa, tenía que reconocer que no había escuchado un argumento más sólido y lapidario en mi vida ...

Una tarde de febrero, diez años después, en el mismo salón, vacía de muebles por nuestra mudanza, pero aún llena de recuerdos imborrables, la máquina de coser estaba aún ahí, cómo testigo y testimonio silenciosos de los mejores años de nuestra vida ...


José María Vázquez Recio

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