lunes, 16 de septiembre de 2019

La mujer:



En una aldea de la antigua China.

El joven Wang se revolvía inquieto en su camastro. Era la noche antes de su boda.
-Padre- preguntó al anciano que dormía a su lado-¿es hermosa la mujer?
-Hijo mío, un campesino pobre como tú no puede permitirse una mujer hermosa.

Wang pasó el resto de la noche en un duerme-vela y se levantó al amanecer. Antes de salir, dejó el té preparado para su padre pensando que era la última vez que se ocupaba de los menesteres domésticos que realizaba desde que murió su madre.

Era muy temprano cuando se dirigió a la ciudad. Enormemente cohibido entró en la Casa Grande. En aquel lugar su futura mujer había servido como esclava desde su nacimiento. Lo hicieron pasar a una enorme y suntuosa sala de espera. El suave sonido de unos crótalos le indicó que podía pasar al salón principal para presentarse ante el dueño de la casa. Otros campesinos como él esperaban su turno.

-Aquí tienes a Xinlang- le indicó el Señor-es sumisa y trabajadora, será una buena esposa para tí.

Wang y la joven abandonaron la casa. Ella le seguía a una corta distancia, caminando con la cabeza baja. Era cierto que no era bella , de haberlo sido, el Señor se la habría reservado para sí o para sus hijos. Su cara era redonda y carente de atractivo, sus manos bastas, acostumbradas al trabajo. Era fuerte , robusta y muy silenciosa.

Desde aquel día la mujer lo acompañó siempre a labrar la tierra, además de ocuparse de la casa y de su anciano padre. Wang no la amaba como había soñado que amaría a su mujer, pero no dejaba de notar a cada momento como su vida había mejorado desde su llegada. No hablaba mucho, tampoco se quejaba nunca. Tres hijos varones vinieron al mundo. También paría en silencio. Incluso embarazada seguía a su lado labrando la tierra y cuando le llegaban los dolores soltaba la azada. Cuando Wang llegaba a casa, su nuevo hijo estaba ya en el mundo. Xinlang lo alumbraba completamente sola.

Pronto los hijos fueron creciendo y hubo mas manos para trabajar la tierra. Las cosechas fueron buenas y Wang invertía sabiamente su dinero en comprar mas terrenos. Al llegar a su madurez todos lo consideraban un hombre rico.

Por primera vez en su vida Wang empezó a tener tiempo libre por lo que empezó a frecuentar la ciudad y las casas de ocio.

    • ¿Cómo es que un hombre acomodado como tú no visita la Casa de las Flores? - le decían sus nuevos amigos- allí verás a las mujeres más hermosas que hayas visto en tu vida.

Movido por la curiosidad se presentó allí una noche. Lo trataron con exquisita amabilidad y le mostraron las miniaturas de unas bellísimas jóvenes. Deslumbrado, Wang señaló a una que parecía casi una niña.

Aquel día, el día que conoció a Loto, comenzó su cielo y su infierno en la tierra. Ella era graciosa y menuda, le hablaba con tal dulzura, que conseguía de él todo lo que quería. Él iba todas las noches, pero siempre se iba insatisfecho. Sentía por ella una sed que nunca se apagaba.

    • ¿Y por qué no te la llevas a tu casa como segunda esposa?- le decían sus conocidos- un hombre rico como tú merece algo mejor que tu vieja y fea mujer.

Así fue como Wang llevó a Loto a su hogar. Antes hizo reformas, mandó construir otro patio y unas habitaciones para ella. Los primeros meses no se separaba de su lado, descuidó sus asuntos y , poco a poco, su sed se fue calmando.

Durante esos días evitaba a su primera esposa. Ella no le decía nada-como siempre-pero sus ojos , tristes y cansados, le hacían sentirse mal y eso le enfurecía.

Una mañana, volvió temprano del campo y decidió descansar junto a Loto. Al entrar en la estancia, ella gritó. El alma de Wang se desgarró en pedazos al descubrirla en los brazos de su hijo mayor.

La desgracia se cirnió sobre su casa. Expulsó a su hijo y , al poco tiempo, Xinlang cayó enferma. Wang empezó a visitarla cada tarde y descubrió que aquella mujer, siempre tan callada, guardaba como un tesoro cada recuerdo de los momentos que habían vivido juntos: el día en que la recogió en la casa grande, sus primeros años juntos, la época en la que eran pobres y cultivaban la tierra codo con codo...Una noche se fue, tan calladamente como había vivido. Al soltar su mano, Wang creyó escuchar de nuevo el dulce sonido de unos crótalos, los mismos que escuchó una vez, muchos años antes, cuando la conoció.

Ana María Cumbrera Barroso.

El espejo:



La fragancia de las rosas y las orquideas se podía disfrutar por igual aquella noche. Flores frescas, con un olor que envolvía el salón de la casa más grande de toda la zona residencial. Bajando por las escaleras, Marta miraba orgullosa cómo su marido la esperaba sonriente, rodeado de todos los asistentes que la miraban y admiraban. No en vano, el traje le habia costado una fortuna a Juan, y las ocasión bien lo merecía.

Al llegar al último escalón, se fundieron en un gran abrazo. Juan la besó, cómo sólo se besa a lo que se ama o se posee. Ella le correspondió con todo tipo de caricias, y todo el público asistente rompió en una fuerte ovación, con vitores para sus anfitriones.

Volviéndose a la multitud que le rodeaba, Juan se disponía a decir unas palabras de agradecimiento. El ascenso en su empresa de toda la vida bien lo merecía, pero en ese momento ...
... sonó el timbre de la puerta. Alguíen, entre risas, sugirió que algún voluntario abriera la puerta para no interrumpir a su generoso anfitrión. Pero cual fue la sorpresa cuando vieron que la gran puerta que presidía la casa se abrió, y, con mucho cuidado, dejaron un objeto bien embalado, justamente al lado de uno de los macetones que rodeaban la entrada.

Muchos se acercaron para ver lo que era. Juan se adelantó a todos, y ayudado por estos, lo puso encima de una mesa. - ¡Vaya!, comentó Juan -, el que lo ha enviado casi nos coge en los postres.

Dentro, y muy protegido por papel de embalaje, había un espejo. Todos se quedaron maravillados no sólo de sus dimensiones, pues se podía observar prácticamente a todos los allí presentes, que no eran pocos, sino también de los ornamentos que lo custodiaban.

No con poco esfuerzo, lo apoyaron concretame en un rincón del salón, justamente al lado de la gran escalera que lo presidía. Muchos se acercaron a él, y más de uno aprovechó para hacerse una foto. Realmente, era precioso.

Cómo todo lo bueno, y esa fiesta lo fué, llegó el momento en el que él último invitado se fué de la fiesta. Juan y Elena, algo cansados, pero muy felices, dieron fin al encuentro con sus amigos. Elena, descalzándose, empezó a subir por las escaleras, mascullando entre dientes que sería la última vez que se metería en otra igual ...

Juan aprovechó la ausencia de su mujer para servirse la última copa ... Sentado en el sofá, observó con algo más de curiosidad su postrer regalo. Se acercó, y levantando la copa, quizo hacer un brindis cuando ...

... sonaron tres breves tintineos producidos por crótalos. Al finalizar los mismos, Juan, algo sorprendido, esbozó una sonrisa, que pronto fue desapareciendo de su boca ...

... observó que parte de su cuerpo, ¡concretamente sus piernas!, no aparecían reflejadas en el espejo. Miró a la copa, y se dijo que posiblemente ya habría bebido bastante, y era hora de que se fuera a descansar. Elena seguramente le estaría esperando probablemente para algo más que para dormir ...

De madrugada, Juan se despertó de un profundo sueño. Se incorporó, y al darse cuenta de que no tenía su vaso de agua en la mesilla, tuvo que ir hasta la cocina para beber. No en vano, sentía que su garganta ardía. Estaba claro que había bebido demasiado la noche anterior ...

Al bajar por la escalera, miró con curiosidad el espejo. - Tendré que buscarle un sitio algo más apropiado -, se dijo, allí corría el riesgo de que algunos de sus hijos pudiera hacerse daño. Y en ese momento ...

... sonó el tintineo de dos crótalos en el silencio de la noche. Cuando Juan se acercó, pudo observar entre la oscuridad que se veía su imagen muy poco nítida. Restregándose los ojos, vió que su cara y brazos podían verse sin ningún problema, pero desde cintura para abajo, su cuerpo no podía verse. Sonriendo, se dijo a si mismo que los efectos del alcohol no íban a desaparacer tan fácilmente. Refréscate algo y vuelve a la cama, se dijo, con una sonrisa de autocomplacencia.

Al pasar por el espejo de nuevo, y con una gran curiosidad, se puso de nuevo delante, desafiante. - A ver -, le dijo, por qué no puedo verme ... Acaso habría algún truco, y su obsequiador le quería hacer una broma, cuando, en ese momento ...

... se escuchó el sonido de unos crótalos volviendo a romper el silencio que envolvía su habitación, y el vaso de agua resbaló, lentamente entre los dedos de su mano derecha. En el espejo podía observar que su salón, con todos sus muebles y ornamentos, aparecía con una gran nitidez, menos él.

Subió muy nervioso las escaleras, y se acostó con una sensación muy extraña. Elena, que lo estaba escuchando, sólo le recordaba que no se moviera tanto, que al día siguiente los dos tenían que levantarse a las 8 para ir a trabajar ...

Por la ventana se vislumbraba un amanecer precioso y um soleado día, y se podía respirar la fragancia de las numerosas flores del jardín. En las ramas de uno de los árboles que coronaban su patio se estaban posando varios pájaros que canturreaban una bella melodía, cuando en la puerta de la habitación apareció la silueta de una chica jóven. Con su juvenil voz comenzó a advertir a sus padres de que era muy tarde para estar aún en la cama. Cuando giró la cabeza, un grito desgarrador se escapó de su garganta, al percatarse de que su padre yacía caido en el suelo, muerto. En la almohada, juanto a su madre algo aturdida, una nota, dónde se podía leer lo siguiente: ¡Somos lo que somos, y no lo que aparentamos!.

JOSÉ MARIA VÁZQUEZ RECIO. SEPTIEMBRE 2019.