miércoles, 1 de mayo de 2019


Tema: Deterioro.

Título: Hogar dulce hogar


Eran las 9 de la noche. En casa de Ricardo era la hora marcada para estar todos en casa. A su padre le gustaba, al menos, cenar todos juntos, ya que en el resto del día no podía disfrutar de toda su familia.

Pero a esa hora no estaban todos. Su hermana, una adolescente de apenas 15 años, aún no había llegado. Su padre se ponía furioso. No dejaba de preguntarle a su mujer que "dónde narices estaba la niña ...". Era la misma situación de todos los días, cómo si fuera culpa de su madre. Algunas veces, Ricardo temblaba cuando su padre, airadamente, se levantaba de su sillón, frente al televisor, y se metía en la cocina a discutir con su madre. Ricardo se ponía muy nervioso. No era ni la primera, ni la última vez, que su padre la tomaba con su madre. Al momento, el ruido inconfundible de un guantazo rompia el tenso silencio que se respiraba en la casa, y las primeras lágrimas de impotencia asomaban por las mejillas de su abuelo ...

El padre volvió encolerizado, y pudo percibir la mirada de reproche de su abuelo. El padre, cobardemente, la tomó con él. Le recriminó que se quedara más tiempo con ellos que con su otras hijas, e incluso que, sin respeto a su edad, se quedara todos los días en casa viendo la televisión ...

Ricardo estaba en esos pensamientos, cuando escuchó el ruido de la puerta de su casa abriéndose. Aunque la hermana intentaba de todas formas que no se la escuchara entrar, todos se percataron. En ese momento, el padre se levantó y, hecho una furia, abordó a la hija con palabras llenas de furia y reproche. La hija se excusaba diciendo que se habían entretenido algo en casa de sus amigas, pero no habia supuesto más alla de un escaso cuarto de hora ...

El ruido fuerte y seco de un puñetazo los dejó a todos helados. El padre agredió a la que, según él, era su "pequeña". Ella, aún dolida pero no sorprendida con la reacción del padre, se fué a su cuarto llorando, llevándose la mano derecha a su mejilla amoratada ...

La madre, indignada con este proceder, recriminó al padre su actitud. Éste, lejos de tranquilizarse, volvió nuevamente su furia hacia ella. La culpa de que su hija llegara tarde, sabe Dios de dónde y con quién, era de ella. Era la culpable de todo.

Ricardo seguía toda la escena triste, sentado a la mesa para cenar. Veía la humillación sufrida en su hermana, la impotencia en la mirada gacha del abuelo y, sobre todo, la eterna tristeza en los ojos de su madre. Y eso para él era demasiado. Soñaba con terminar con esta situación, con poder huir algún día de su casa, con ese sinvivir que suponia para todos la impotencia de su padre desahogada de malas maneras ...

Ya por la noche, todos se acostaron. Ricardo escuchaba muy tenuemente aún los gemidos de su hermana, triste por el trato vejatorio recibido. Los ronquidos tanto de su abuelo como de su padre se escuchaban de forma alternativa hasta que, en un momento el del padre cesó de una forma abrupta, violenta ... y definitiva. En ese instante, Ricardo, observando por la ventana de su habitación el amanecer de un nuevo día, sonrió felíz.


José María Vázquez Recio, Abril 2019




UNA SONRISA DE ESPERANZA.

- Los cuentos de hadas mienten, las novelas y las películas también mienten. Te hacen creer que todos tenemos derecho a vivir una historia de amor con final feliz o, al menos, una gran historia de amor cuyo recuerdo te acompará toda la vida.

Estos pensamientos pasaban por la cabeza de Teresa todavía en la cama. Siempre se despertaba cinco minutos antes de que sonará el despertador y ese era el único momento del día en el que podía pensar con tranquilidad.

En cuanto sonó el reloj comenzó su ajetreo diario. Llevó mudas limpias y planchadas a los niños y a Luis, su marido, quien ni siquiera se molestó en darle los buenos días. Luego preparó los desyunos y los bocadillos para el colegio, escuchó protestas y metió prisas, mientras al fondo del pasillos sonaba la voz de su suegra, reclamándola. Suspiró de alivio cuando salieron por la puerta con tiempo para llegar a sus destinos. Los chicos esquivando sus besos y en cuanto a Luis... la relación entre ellos mas que fría, era inexistente, se limitaba a un intercambio de información sobre asuntos prácticos, pero, en fin, así llevaban varios años, estaba hecha a la idea de vivir con un extraño.

Su suegra volvió a llamarla. Le llevó el desayunó, la aseó, mientras escuchaba con paciencia el relato de la mala noche que había pasado. Preguntó por su hijo, hablando de él con adoración, aunque éste había días en los que ni se asomaba a su habitación, y, como no, aprovechó para compararla con su hija mayor. Hubiera sido una crueldad decirle que esa hija perfecta nunca iba a verla, así que se mordió la lengua y se calló. La dejó viendo la tele y el resto de la mañana se le fue en hacer la compra, el almuerzo, poner y tender lavadoras y recoger un poco la casa.

Al mediodía, con el regreso de todos los miembros de la familia se repitió el bullicio de la mañana. La tarde se fue en llevar a los chicos a las actividades extraescolares, ayudarlos con los deberes, planchar y hacer la cena.

Aquella noche estaba especialmente agotada y le pidió ayuda a Luis para poner la mesa. Sus injustas palabras- yo estoy cansado de trabajar mientras que tú te pasas el día en casa- la hicieron estallar. Se marchó a la calle dando un portazo tras amenazar con que no pensaba volver, que se la apañaran sin ella.

Vagó por la ciudad solitaria. Sabía que había sido solo un desahogo, que volvería, que ellos sabían que volvería. Después de todo la necesitaban y era bueno sentirse necesitada.

Se sentó en un banco en una plaza desierta a aquellas horas. Lloró en silencio. Una mano le ofreció un pañuelo de algodón. Un hombre de mirada amable se había sentado a su lado. No le preguntó nada y, sin embargo, ella se lo contó todo: su absurdo arranque de genio, su frustración, su soledad, el deterioro de su matrimonio, su desesperanza...y esa monotonía que la estaba ahogando.

También él habló. Su vida era todo lo contrario. Siempre estaba de paso por su trabajo. Aquella misma noche cogería el tren para otra ciudad. Estaba paseando para matar el tiempo. Ella se ofreció a acompañarlo y, con la libertad que dar hablar con alguién a quien no volverás a ver, le abrió su corazón. Pasearon por calles solitarias, mojadas por los camiones de limpieza, tomaron café en el bar de la estación y Teresa pensó que tal vez fuese verdad la vieja historia de las almas gemelas.

En el andén, en el momento de la despedida, él cogió sus manos.

    • Ven conmigo- le dijo.

Ella negó con la cabeza, no podía. la estaban esperando.

Dos meses después Teresa le está contando esta historia a la abogada que una amiga le ha recomendado.

    • Resulta que cuando volví a casa, al amanecer ,Luis ya había solicitado una demanda de divorcio. Abandono del domicilio conyugal lo llama él.. Yo siempre pensé que le convenía seguir como estábamos y al parecer llevaba dos años saliendo con una compañera de trabajo. Seguramente no quería solicitar el divorcio pensando que le sería poco ventajoso.No me importa, no quiero nada, volveré a trabajar, En cuanto a los niños, no pienso obligarles a nada, que ellos elijan con quien quieren vivir.. En realidad, solo hay una cosa de la que me arrepiento...

Teresa dejo la frase inacabada. Acababa de meter la mano en el bolsillo de su chaqueta, la misma que llevaba aquella noche. Allí, cuidadosamente doblado, había un papel, con un nombre y un teléfono. Una sonrisa de esperanza se dibujó en su rostro.



Ana María Cumbrera Barroso. Abril 2019.