sábado, 2 de febrero de 2019


CRÓNICA DE UN MATRIMONIO.

Juan y Marta se conocían desde siempre. Pertenecientes a dos familias acomodadas del Madrid de la posguerra, eran amigos desde niños. Cuando alcanzaron la adolescencia solo a ella le confesó Juan su secreto. La inevitable atracción que sentía por los de su mismo sexo. Ella lo sabía y, por supuesto, no le importó, la confidencia los unió más aún. Marta se sentía con Juan a sus anchas, no era un posible pretendiente.

Pasada la primera juventud ambos estaban descontentos. Él por la hipocresía de su vida, siempre obligado a fingir lo que no era, ella por la falta de libertad de la suya.

Contemplando los jardines del Retiro, desde el balcón de su habitación, Marta sentía que la vida se le iba. Había recibido una educación esmerada que no le servía de nada, pues sus padres se opusieron terminantemente a que ella trabajara. Sus amigas iban casándose, algunas tenían ya hijos . En cambio, su abultado ajuar parecía burlarse de ella. Nunca había tenido novio, los chicos de buena sociedad se espantaban ante su inteligencia clara y su forma de expresar ideas propias y poco convencionales. Y no es que le importase quedarse soltera, si eso hubiese sido sinónimo de libertad, es que para la sociedad era una solterona que de todas formas debía permanecer en la casa familiar, en la que cada día se sentía más asfixiada. Una idea se abrió paso en su mente, fue tomando forma y cuanto más lo pensaba menos descabellada le parecía.

Convocó a Juan y así, de buenas a primera se lo soltó a bocajarro:

    • ¡Casémonos!- aquí tuvo que hacer una pausa pues tuvo un ataque de risa ante la expresión de él, entre pasmada y asustada- piénsalo tranquilamente, somos más amigos de lo que lo son las mayoría de las parejas. Te lo propongo como un pacto: tú serás libres para tener todas las relaciones que quieras, pero serás ante todos un hombre respetable, yo espero disfrutar de la libertad que aquí me falta. Seremos un matrimonio en público, solo amigos en privado.

Juan no tuvo que pensárselo mucho, tras la sorpresa inicial, la lógica de ella lo convenció. Se prometiron enseguida, para satisfación de las dos familias, que por distintos motivos, suspiraron aliviados.

Su noviazgo fue de lo más divertido, lo pasaron en grande decorando su nuevo hogar y organizando la ceremonia y el convite posterior. Y, aunque no hubo noche de bodas, también disfrutaron de una luna de miel en toda regla, viajando por el extranjero.

Así iniciaron una convivencia que se basaba en la amistad y en el respeto, en la complicidad y en la tolerancia. A veces, él se sorprendía porque le apetecía más quedarse pasando la velada con Marta que salir por las noches, y ella, que ahora era una mujer realizada y había seguido estudiando, disfrutaba pasando junto a él el final del día. Tenían gustos similares y aunque no eran amantes, eran compañeros.

Lo único no programado en aquel pacto se llamó Javier, un niño fruto de la única noche que la que, despues de una cena demasiado regada con vino, compartiron la cama para algo más que para dormir. Se arrepintieron en seguida, se lo tomaron a broma. Sin embargo, aquel embarazo totalmente impensable los llenó de alegría.

La experiencia de ser padres todavía les unió más. Juan no era como los maridos de sus amigas, se implicó, la ayudó, pudo seguir estudiando.

Con el tiempo y la madurez descubrieron que su natrimonio era mucho más sólido que el de sus conocidos y bastante más feliz que el de la mayoría. Nunca se arrepintieron de su pacto. Nunca se enamoraron, pero se querían. Si alguién le preguntaba a Juan quién era la persona más importante de su vida, sin dudar contestaba: -Marta, mi mujer.

Ana María Cumbrera Barroso.


El pacto

Era tarde. En el club habían bastantes socios. No en vano, era Navidad. En todas las mesas se desarrollaban tertulias, todas distintas, pero con el denominador común de voces altas y algún ademán extremo.

- Lo siento, siento pensar asi-, comentaba Walker. -no creo ni en la justicia ni en sus sentencias. Los delitos de sangre deben ser castigados con más dureza. No me cabe duda ....

  • Estimado señor walker, le contestó Harper. Considero que con la privación de libertad, es más que suficiente. Considere que es nuestro bien más preciado, y es bastante duro, durísimo diria mejor, que alguíen no pueda disfrutar de salir a la calle, relacionarse con su familia, sus semejantes ..
  • Nada de eso Harper, le contestó Walker. La libertad está demasiado sobrevalorada. Es más, muchos días me quedo en mi casa, privado de esa libertad, muy a gusto, y no hecho de menos nada de nada el contacto con mis ¿semejantes? ...
La conversación siguió por estos derroteros, y al cabo de unas dos horas, la mayoría de los socios del club se aventuraron a rodear la mesa dónde se discutía del valor de la libertad ...

  • Yo estoy dispuesto a proponerle un trato, y seré yo mismo el conejillo de indias ... contestó un airado Walker.

Harper lo miró con enojo. Walker era un adversario bastante duro, y él empezaba a sentirse agotado por la discusión que les ocupaba.

Usted dirá Walker. Pero no admito ninguna apuesta. Ya sabe que no soy amigo de esos juegos ...

La propuesta es sencilla, le contestó Walker. En este club hay habitaciones para los socios ante situaciones, digamos, extraordinarias. Le propongo ocupar una, durante un plazo de 6 meses, con el compromiso de no salir de ella absolutamente para nada. ¿que le parece?

Harper le miró sorprendido. No creía que iba a llegar tan lejos ...

Dicho y hecho, le contestó Walker, que siempre se caracterizó por llevar hasta el extremo cualquier discusión. Sólo le propongo que, una vez superado dicho plazo, usted me dará suma de 18000 libras, 100 libras por cada día de, digamos, mi cautiverio. Creo que no es un precio muy alto para usted, dada su buena situación financiera. En la misma no disfrutaré de las comodidades que cualquier socio disfrutaria, con tres comidas, algo de tabaco, y algún diario. Todo ello se proveerá a través de una pequeña ventanilla hecha en la puerta para la ocasión, y no mantendré ningún contacto con nadie ...

Harper le contestó que todo había llegado demasiado lejos, y pese a que quizo persuadir a su amigo de qué no merecía la pena, él insistió.

Los testigos de dicho acuerdo se miraron unos a otros, confundidos. La situación prometía, aunque a nadie le apeteciera estar en el lugar de walker.

Esa misma noche, comenzó el plazo.

Es 23 de diciembre de 1896. Son las 23 horas. El compromiso alcanza hasta dentro de seis meses, esto es, hasta el 22 de junio de 1897. Nadie, excepto el jefe de cocina, podrá mantener contacto con nuestro confinado. No se admitirá ninguna conversación, salvo alguna nota manuscrita para sus peticiones.

Walker, en todo ceremonioso, entró en el pequeño dormitorio con las escasas comodidades acordadas. Una cama, una mesilla de noche, un pequeño escritorio, y el aseo ...

¡Queridos amigos, nos veremos dentro de seis meses, y quedará demostrado que la libertad de la que hablais no es tan valiosa!

Se hizo un murmullo, y el conserje procedió a cerrar la puerta de la habitación.

Durante días walker se pasaba los días fumando, leyendo el diario, y hasta canturreaba alguna que otra melodia. Con el paso del tiempo, algunas veces se le escuchaba hablar solo, e incluso algún llanto. Más de una vez algunos socios propusieron que se diera fin a semejante desatino, pero al final el propio confinado les conminaba a que lo dejaran sólo, y que, bajo ningún concepto, le abrieran la puerta. Quería demostrar que para nada echaba de menos la "libertad de los hombres".

Harper, mientras tanto, vio que semejante acuerdo le íba a costar una auténtica fortuna. Al acordarse el mismo, el tenía una situación económica bastante desahogada, pero los devaneos de la bolsa le habían hecho perder demasiado dinero. Pagar esas 18000 libras le íban a costar mucho, un precio demasiado alto por mantener una postura contraria a la de su amigo walker ...

Quedaban pocos días para el término del plazo apalabrado. Harper estaba muy preocupado. Sus finanzas, lejos de recuperarse, habían ido a peor. Y un desembolso de 18000 libras íba a ser un gran esfuerzo para él ...

Cuando apenas quedaban horas para el final del cautiverio de walker, entró de madrugada, sin que nadie lo viera, y se dirigió a la habitación dónde podía fraguarse su perdición. Abrió el pestillo exterior, y muy lentamente, entró en el interior ...

Dentro pudo observar a su amigo, pero estaba muy distinto al de hace unos meses. Dormido, y de costado, pudo observarle una cabeza con pelo cano, y sus facciones muy deterioradas. Sus manos, largas y huesudas, aventuraban que el largo confinamiento había dejado muchas secuelas ...

Miró a su alrededor, y se fijo en un pequeño cojín. Arma más que suficiente para terminar con la vida de este desgraciado, y no tener que pagar por su desvario ...

Al coger el arma homicida, se fijó en una pequeña nota.

Bueno, pensó Harper, serán los últimos deseos de este desgraciado con mis 18000 libras ... y la leyó:

"Queridos amigos. Todo este tiempo que he pasado en mi voluntario presidio, me he dado cuenta que todo lo que valorais, que quereis, que deseais, no tienen importancia para mi, ni tan siquiera el dinero acordado con mi amigo harper. Por todo ello, y en prueba de mis palabras, saldré una hora antes de lo acordado, para eximirle del pago acordado".

Harper se quedó perplejo. Tirando el cojín, besó a su amigo en la frente y retrocedió lentamente hasta la entrada, cerrándola.

A poco de terminar el plazo, alguíen dió la voz de alarma. La puerta de la habitación ocupada durante casi seis meses estaba abierta, con señales de haber sido forzada por dentro. Harper, al llegar al club, no tuvo por menos que sonreir y rendirse a la evidencia de que, realmente, le había ganado su amigo.

José María Vázquez Recio. Enero 2019