miércoles, 13 de noviembre de 2019

La carta:



Querido papá.

Como veras estoy cumpliendo la promesa que te hice de escribirte periódicamente para contarte cómo me va. Como tú muy bien decías, estas cartas me servirán de diario para recordar todas las vivencias de mi experiencia Erasmus. Sí, ya se que han pasado dos meses desde mi llegada y que esta es la primera carta, pero como dice la abuela: nunca es tarde si la dicha es buena.

Empezando por el principio te diré que fueron un poco desmoralizadores. Parece mentira que en una ciudad tan bonita como esta yo alquilase en el barrio más feo. El piso también es un poco cutre y ,como dijo mamá al verlo, con más mierda que once jamones. Menos mal que mis compañeros de piso son geniales, aunque con ellos hay que tener una mente bastante abierta.

El primer día, mamá y yo llegamos cargadas como mulas. A ella, ya la conoces, le dio un ataque de los suyos e hizo limpieza general, ante la sorna de mis compañeros, que me decían por lo bajo, que todas las madres de Erasmus hacen lo mismo. La verdad es que una vez que ella se marchó la limpieza duró poco.

Estoy todo el día muy ocupada, entre las clases y las fiestas. Te alegrará saber que soy mucho más prudentes que mis compañeros y no acepto más de una quedada al día, pero considero que es fundamental conocer a personas de otros países y culturas. Viajar también me ocupa mucho tiempo, no puedo perder la oportunidad de conocer todo lo que pueda. Pero tranquilo, que también estudio.

Estoy madurando muchísimo. Soy menos escrupulosa que antes y ya lo de la hornilla sucia o el lavabo con pelos me da igual. La verdad es que aquí no tenemos tiempo para nada, menos mal que la semana que viene se incorpora una compañera y seguramente su madre nos hará limpieza. Esto me lleva a una interesante reflexión sobre la igualdad de géneros: vienen padres y madres, pero siempre limpian las madres, vuestra generación se ve que no ha conseguido la igualdad. Afortudamente la mía si, pues no limpiamos ni los chicos ni las chicas.

En el tema de las comidas también he madurado mucho. Sé que te preocupaba mucho que no sé cocinar, pues bien, sigo sin saber, pero ahora ya nunca protestaré por las comida de casa en las que pienso con nostalgia, aquí solo comemos lo que sale del microondas. Mis compañeros y yo os agradeceríamos en el alma un envío con chacinas envasada, sobre todo de jamón.

Bueno papá me despido ya. Os echo mucho de menos. Besos y abrazos para todos.

PD. Por poco se me olvida, ¿podrías mandarme dinero, por favor?

Ana Cumbrera Barroso




Recuerdos de Ansterdam:



... Una persona puede nacer en un día, y puede comenzar a morir en varios. Me invadía este pensamiento cuando, sentada en la parte posterior de la iglesia, veía cómo varios hombres portaban su cuerpo, después de un breve responso, hacia la salida ...

Me levanté ayudada por una de mis amigas, y ambas nos abrazamos compugidas, llorando, sin posible consuelo. En aquellos momentos, mis recuerdos me llevaron a unos meses antes, a mi llegada a Amsterdam para realizar mi último curso de la carrera. Fueron las primeras semanas muy azarosas, conociendo a compañeros y profesores nuevos, y con días a los que les faltaban horas entre clases y salidas nocturnas ...

En una de ellas lo conocí. Prácticamente forzada por una amiga, que me insistió en que en aquel bar podríamos comer algo mientras jugábamos al billar, juego que, por otra parte, detestaba. Para no contradecirla, y también porque no me apetecía pasarme el resto de la noche estudiando sola, accedí.

Era uno de esos antros llenos de estudiantes, con poca luz y demasiado humo de fumadores poco respetuosos con las necesidades de respirar ajenas. Encontramos un pequeño hueco en una barra atiborrada de gente pidiendo cerveza. No sin esfuerzo, conseguimos un par de jarras y nos dispusimos a buscar alguna compañia masculina. No había gran cosa para elegir, y mi amiga no dejaba de señalarme con la mirada a uno o a otro, cuando ahí estaba él ...

Al principio creía que no me miraba a mi. Aparté la mirada, y al instante, volví mi mirada en su dirección. Ahí seguía, mirándome fijamente. Al ver que me fijaba en él, sonrió. Creí entenderle algo que me decía, pero fué más su gesto de invitación a que salieramos fuera del local lo que me hizo asentir y acercarme a él. Me dispuse a avisar a mi amiga, pero ésta estaba con otro chico riendo y pensé que tampoco sería una preocupación para ella que me fuera ...

Al salir, me lo encontré de espaldas, apoyado en un coche y fumando un cigarrillo. Volvió a sonreirme, y en un inglés poco fluido me preguntó mi nombre. Yo le contesté que mi nombre es Elena, que era estudiante, y española. No hizo falta más. Me besó dulcemente en los labios y cogiéndome suavemente de la mano, me llevó a un coche. Estuvimos un buen rato en el aparcamiento. Cuando más disfrutabamos ambos de nuestros respectivos encantos, un fuerte golpe sacudió nuestros corazones. Una chica, muy nerviosa, intentaba en vano abrir la puerta del vehículo sin conseguirlo. Le entendí entre sollozos que qué significaba aquello, y con quién la estaba engañando. Él, sin mediar palabra, arrancó el vehiculo sin dirección aparente.

Yo me acomodé en mi asiento y, al cabo de unos minutos, le pregunté quién era ella. Él no me contestó inmediatamente, pero al tiempo me dijo que era una antigua amiga. Yo me imaginé que sería algo más que eso, pero no le quise preguntar más. Me dejó en la puerta de la residencia sin mediar media palabra más. No supe en ese momento decirle algo, si volveriamos a vernos, su número de móvil, pero no ví oportuno nada. Le dije adiós, y me fui a mi habitación.

Durante buena parte de la noche mi pensamiento no se apartaba de él. Le daba vueltas y vueltas a la cabeza, y no acertaba a determinar que era lo que más me convendría. Pensé en acudir al mismo bar al día siguiente, pero no estaba convencida de que fuera lo mejor ...

Al día siguiente, entre horas de clase y la vuelta a mi rutina diaria, me lo conseguí quitar de la cabeza. Mi amiga me propuso que tomaramos algo en la cafetería y, después, aprovecharamos la tarde escuchando música. El día era frio y desapacible, e invitaba al recogimiento. Yo asentí, y nos dispusimos a seguir ese plan. Pero a la vuelta, allí estaba él ...

Llovia torrencialmente, sin nadie más en la calle. Su figura, alta y espigada, aguardaba pacientemente en la puerta. Una vez que me reconoció sonriéndome, me saludó. Yo también le saludé, y con un sonrisa cómplice mi amiga se marchó. Sólo las buenas amigas saben que hay momentos en que es mejor dejar el campo libre ...

Sin mediar palabra, y agarrándome fuerte por la cintura, me besó. Me hubiera gustado preguntarle en mi escaso inglés que pasó el día anterior, pero no me dió oportunidad. Con un gesto de la mano, me invitó a subir al coche.

Al poco rato, llegamos al amplio aparcamiento de un bar. Se escuchaba música alta y gente cantando. Lo miré y, ante su mirada inquisitiva de que mé parecía el lugar, asentí. Me cogió de la mano, y nos dispusimos a tomar algo.

No pasaron ni cinco minutos, cuando un chico llamo deliberadamente mi atención. Se nos quedó fijamente mirando, y con gesto algo airado, avanzó con grandes pasos a nuestro encuentro. Él estaba aún distraido pidiendo unas copas y él, sin media palabra, le llamó tocándole el hombro. Al volverse, el ruido de un gran bofetón rompió el alegre ambiente que había. Todos se volvieron a ver la escena, que indudablemente prometía, pero para mí, que era la segunda vez que era testigo de estos encuentros, me empezaba a contrariar bastante. Ví lo suficiente cómo para imaginar la historia, y el amargo sabor del despecho que desprendía todas las palabras que le estaba diciendo.

Creí que era oportuno salir de allí. No quise volverme a mirar cómo terminaba esta historia, porque, entre otras cosas, me resultaba muy ajena, o así quería yo interpretarlo. Cogí un taxi y, al querer dar mi dirección, el apareció de la nada y, sujetando la puerta, me pidió que le esperara.

No sabría decir porque lo hice, pero lo hice. Tras dar una generosa propina y pedirle disculpas al taxista que me miraba entre cínico e irónico, lo esperé en la puerta del bar. Al poco salió nervioso, con prisas, y, agarrándome de la mano, me llevó al interior de su coche.

De camino de vuelta a mi residencia apenas habló. Era la segunda vez que me veía en una de estas, y ya sólo quería llegar a mi habitación, ducharme y acostarme. Al día siguiente esperaba otro día duro de clase. Mi amiga, al verme entrar, no vió oportuno decirme nada. Yo se lo agradecí, con un gesto de contrariedad en mi cara y lágrimas en los ojos.

Al día siguiente, el ruido de una llamada telefónica nos despertó. Apenas eras las 7 de la mañana. Al otro lado, alguíen me preguntó si conocìa a Jerry. Al principio, aún aturdida, no sabía de quién me estaba hablando. Al seguir escuchándole con atención, las lágrimas saltaron en mis ojos. Jerry, el chico de mis últimos encuentros y desencuentros, había aparecido muerto la noche anterior en su habitación. Me preparé lo más rápidamente que pude, con una mirada icrédula de mi amiga cómo despedida ...

Al llegar a su habitación, la puerta estaba abierta, y llena de curiosos. Encima de la cama, semidesnudo y cubierto por una fina sábana, yacía él. Al fondo, un médico forente le decía a un responsable de la residencia algo en voz baja. Buscando respuestas, me fijé en otra chica que, sentada en su cama, lloraba.

Al verla, creí reconocerla. Ella también me reconoció y, sin mediar palabra, me abrazó, buscando en mi el imposible consuelo. Nos invitaron a ambas a salir de la habitación, ya que se disponían a sacar su cuerpo. Su imagen, cubierta con una sábana, sería un recuerdo imborrable para el resto de mi vida, que me llevaría a preguntarme quién fue él realmente ...

José María Vázquez Recio

lunes, 16 de septiembre de 2019

La mujer:



En una aldea de la antigua China.

El joven Wang se revolvía inquieto en su camastro. Era la noche antes de su boda.
-Padre- preguntó al anciano que dormía a su lado-¿es hermosa la mujer?
-Hijo mío, un campesino pobre como tú no puede permitirse una mujer hermosa.

Wang pasó el resto de la noche en un duerme-vela y se levantó al amanecer. Antes de salir, dejó el té preparado para su padre pensando que era la última vez que se ocupaba de los menesteres domésticos que realizaba desde que murió su madre.

Era muy temprano cuando se dirigió a la ciudad. Enormemente cohibido entró en la Casa Grande. En aquel lugar su futura mujer había servido como esclava desde su nacimiento. Lo hicieron pasar a una enorme y suntuosa sala de espera. El suave sonido de unos crótalos le indicó que podía pasar al salón principal para presentarse ante el dueño de la casa. Otros campesinos como él esperaban su turno.

-Aquí tienes a Xinlang- le indicó el Señor-es sumisa y trabajadora, será una buena esposa para tí.

Wang y la joven abandonaron la casa. Ella le seguía a una corta distancia, caminando con la cabeza baja. Era cierto que no era bella , de haberlo sido, el Señor se la habría reservado para sí o para sus hijos. Su cara era redonda y carente de atractivo, sus manos bastas, acostumbradas al trabajo. Era fuerte , robusta y muy silenciosa.

Desde aquel día la mujer lo acompañó siempre a labrar la tierra, además de ocuparse de la casa y de su anciano padre. Wang no la amaba como había soñado que amaría a su mujer, pero no dejaba de notar a cada momento como su vida había mejorado desde su llegada. No hablaba mucho, tampoco se quejaba nunca. Tres hijos varones vinieron al mundo. También paría en silencio. Incluso embarazada seguía a su lado labrando la tierra y cuando le llegaban los dolores soltaba la azada. Cuando Wang llegaba a casa, su nuevo hijo estaba ya en el mundo. Xinlang lo alumbraba completamente sola.

Pronto los hijos fueron creciendo y hubo mas manos para trabajar la tierra. Las cosechas fueron buenas y Wang invertía sabiamente su dinero en comprar mas terrenos. Al llegar a su madurez todos lo consideraban un hombre rico.

Por primera vez en su vida Wang empezó a tener tiempo libre por lo que empezó a frecuentar la ciudad y las casas de ocio.

    • ¿Cómo es que un hombre acomodado como tú no visita la Casa de las Flores? - le decían sus nuevos amigos- allí verás a las mujeres más hermosas que hayas visto en tu vida.

Movido por la curiosidad se presentó allí una noche. Lo trataron con exquisita amabilidad y le mostraron las miniaturas de unas bellísimas jóvenes. Deslumbrado, Wang señaló a una que parecía casi una niña.

Aquel día, el día que conoció a Loto, comenzó su cielo y su infierno en la tierra. Ella era graciosa y menuda, le hablaba con tal dulzura, que conseguía de él todo lo que quería. Él iba todas las noches, pero siempre se iba insatisfecho. Sentía por ella una sed que nunca se apagaba.

    • ¿Y por qué no te la llevas a tu casa como segunda esposa?- le decían sus conocidos- un hombre rico como tú merece algo mejor que tu vieja y fea mujer.

Así fue como Wang llevó a Loto a su hogar. Antes hizo reformas, mandó construir otro patio y unas habitaciones para ella. Los primeros meses no se separaba de su lado, descuidó sus asuntos y , poco a poco, su sed se fue calmando.

Durante esos días evitaba a su primera esposa. Ella no le decía nada-como siempre-pero sus ojos , tristes y cansados, le hacían sentirse mal y eso le enfurecía.

Una mañana, volvió temprano del campo y decidió descansar junto a Loto. Al entrar en la estancia, ella gritó. El alma de Wang se desgarró en pedazos al descubrirla en los brazos de su hijo mayor.

La desgracia se cirnió sobre su casa. Expulsó a su hijo y , al poco tiempo, Xinlang cayó enferma. Wang empezó a visitarla cada tarde y descubrió que aquella mujer, siempre tan callada, guardaba como un tesoro cada recuerdo de los momentos que habían vivido juntos: el día en que la recogió en la casa grande, sus primeros años juntos, la época en la que eran pobres y cultivaban la tierra codo con codo...Una noche se fue, tan calladamente como había vivido. Al soltar su mano, Wang creyó escuchar de nuevo el dulce sonido de unos crótalos, los mismos que escuchó una vez, muchos años antes, cuando la conoció.

Ana María Cumbrera Barroso.

El espejo:



La fragancia de las rosas y las orquideas se podía disfrutar por igual aquella noche. Flores frescas, con un olor que envolvía el salón de la casa más grande de toda la zona residencial. Bajando por las escaleras, Marta miraba orgullosa cómo su marido la esperaba sonriente, rodeado de todos los asistentes que la miraban y admiraban. No en vano, el traje le habia costado una fortuna a Juan, y las ocasión bien lo merecía.

Al llegar al último escalón, se fundieron en un gran abrazo. Juan la besó, cómo sólo se besa a lo que se ama o se posee. Ella le correspondió con todo tipo de caricias, y todo el público asistente rompió en una fuerte ovación, con vitores para sus anfitriones.

Volviéndose a la multitud que le rodeaba, Juan se disponía a decir unas palabras de agradecimiento. El ascenso en su empresa de toda la vida bien lo merecía, pero en ese momento ...
... sonó el timbre de la puerta. Alguíen, entre risas, sugirió que algún voluntario abriera la puerta para no interrumpir a su generoso anfitrión. Pero cual fue la sorpresa cuando vieron que la gran puerta que presidía la casa se abrió, y, con mucho cuidado, dejaron un objeto bien embalado, justamente al lado de uno de los macetones que rodeaban la entrada.

Muchos se acercaron para ver lo que era. Juan se adelantó a todos, y ayudado por estos, lo puso encima de una mesa. - ¡Vaya!, comentó Juan -, el que lo ha enviado casi nos coge en los postres.

Dentro, y muy protegido por papel de embalaje, había un espejo. Todos se quedaron maravillados no sólo de sus dimensiones, pues se podía observar prácticamente a todos los allí presentes, que no eran pocos, sino también de los ornamentos que lo custodiaban.

No con poco esfuerzo, lo apoyaron concretame en un rincón del salón, justamente al lado de la gran escalera que lo presidía. Muchos se acercaron a él, y más de uno aprovechó para hacerse una foto. Realmente, era precioso.

Cómo todo lo bueno, y esa fiesta lo fué, llegó el momento en el que él último invitado se fué de la fiesta. Juan y Elena, algo cansados, pero muy felices, dieron fin al encuentro con sus amigos. Elena, descalzándose, empezó a subir por las escaleras, mascullando entre dientes que sería la última vez que se metería en otra igual ...

Juan aprovechó la ausencia de su mujer para servirse la última copa ... Sentado en el sofá, observó con algo más de curiosidad su postrer regalo. Se acercó, y levantando la copa, quizo hacer un brindis cuando ...

... sonaron tres breves tintineos producidos por crótalos. Al finalizar los mismos, Juan, algo sorprendido, esbozó una sonrisa, que pronto fue desapareciendo de su boca ...

... observó que parte de su cuerpo, ¡concretamente sus piernas!, no aparecían reflejadas en el espejo. Miró a la copa, y se dijo que posiblemente ya habría bebido bastante, y era hora de que se fuera a descansar. Elena seguramente le estaría esperando probablemente para algo más que para dormir ...

De madrugada, Juan se despertó de un profundo sueño. Se incorporó, y al darse cuenta de que no tenía su vaso de agua en la mesilla, tuvo que ir hasta la cocina para beber. No en vano, sentía que su garganta ardía. Estaba claro que había bebido demasiado la noche anterior ...

Al bajar por la escalera, miró con curiosidad el espejo. - Tendré que buscarle un sitio algo más apropiado -, se dijo, allí corría el riesgo de que algunos de sus hijos pudiera hacerse daño. Y en ese momento ...

... sonó el tintineo de dos crótalos en el silencio de la noche. Cuando Juan se acercó, pudo observar entre la oscuridad que se veía su imagen muy poco nítida. Restregándose los ojos, vió que su cara y brazos podían verse sin ningún problema, pero desde cintura para abajo, su cuerpo no podía verse. Sonriendo, se dijo a si mismo que los efectos del alcohol no íban a desaparacer tan fácilmente. Refréscate algo y vuelve a la cama, se dijo, con una sonrisa de autocomplacencia.

Al pasar por el espejo de nuevo, y con una gran curiosidad, se puso de nuevo delante, desafiante. - A ver -, le dijo, por qué no puedo verme ... Acaso habría algún truco, y su obsequiador le quería hacer una broma, cuando, en ese momento ...

... se escuchó el sonido de unos crótalos volviendo a romper el silencio que envolvía su habitación, y el vaso de agua resbaló, lentamente entre los dedos de su mano derecha. En el espejo podía observar que su salón, con todos sus muebles y ornamentos, aparecía con una gran nitidez, menos él.

Subió muy nervioso las escaleras, y se acostó con una sensación muy extraña. Elena, que lo estaba escuchando, sólo le recordaba que no se moviera tanto, que al día siguiente los dos tenían que levantarse a las 8 para ir a trabajar ...

Por la ventana se vislumbraba un amanecer precioso y um soleado día, y se podía respirar la fragancia de las numerosas flores del jardín. En las ramas de uno de los árboles que coronaban su patio se estaban posando varios pájaros que canturreaban una bella melodía, cuando en la puerta de la habitación apareció la silueta de una chica jóven. Con su juvenil voz comenzó a advertir a sus padres de que era muy tarde para estar aún en la cama. Cuando giró la cabeza, un grito desgarrador se escapó de su garganta, al percatarse de que su padre yacía caido en el suelo, muerto. En la almohada, juanto a su madre algo aturdida, una nota, dónde se podía leer lo siguiente: ¡Somos lo que somos, y no lo que aparentamos!.

JOSÉ MARIA VÁZQUEZ RECIO. SEPTIEMBRE 2019.

viernes, 12 de julio de 2019


EL PSIQUIATRA.

Ramón Fernández de Córdoba y Gómez de Salazar, psiquiatra.. Así rezaba el rótulo de su consulta ,situada en una de las calles más céntricas de Sevilla. Autor de varios libros y reputado especialista, según sus colegas.

Aquella tarde, don Ramón pensaba con amargura que , para algunos casos, la medicina no servía para nada. Mirando la ficha de su siguiente paciente era totalmente consciente de ello y le remordía la conciencia cobrarle la astronómica cifra de su minuta cuando sabía que no podía ayudarla. María Jesús acudía desde hacía más de un año y seguía estancada en una profunda depresión. La verdad es que no le faltaban motivos para sentirse airada, traicionada, furiosa y triste ,muy triste.

María Jesús se había casado muy joven, tal como había aprobado las oposiciones de magisterio. Su marido no tuvo tanta suerte, se presentó varias veces y solo consiguió algún que otro contrato de interinidad. Durante aquellos años, ella llevó el peso de la casa en todos los sentidos: en el económico, financiando academias y preparadores ,y en todos los demás aspectos. Dos hijas vinieron al mundo, que apenás veían a su padre, siempre estudiando en el despacho. Ella las sacaba todos los días para que él pudiese estar tranquilo, además de cocinar, limpiar y sacar adelante su trabajo como podía .Un año, por fin sonó la flauta, Luis consiguió una plaza. María Jesús pensó que por fin los malos tiempos habían acabado pero,el mismo día que vieron los resultados, él le anunció que la dejaba, que se había enamorado de su preparadora, según él ,la persona que más le había ayudado en el mundo.

Don Ramón pensaba que el tal Luis debía de ser un cretino de mucho cuidado. Una mujer como María Jesús, tan lista, tan guapa, tan completa en todos los sentidos.... Y una vez más se preguntó que para qué iban a servirle las pastillas que le recetaba.

Sin pensárselo más la hizo pasar. Le hizo las preguntas de rigor. Era curioso... hoy había un brillo especial en la mirada de María Jesús, estaba más animada. ¿Resultaría que las pildoras servían para algo? La emplazó para dentro de dos meses e hizo pasar a su siguiente paciente.

Juan era otro caso de dificil solución. Era un hombre que no se acostumbrara a la soledad desde que su mujer le abandonó, llevándose con ella a sus dos hijas. Mantenía muy buena relación con ellas, pero ya eran mayores y tenían su vida. El caso es que Juan estaba hoy mucho más parlachín que otros días, normalmente había que sacarle las palabras de la boca. Tras despacharle la consabida receta, don Ramón llamó a su ayudante:

    • Dígame Marisa, ¿han coincidido en la sala de espera María Jesús y Juan?
    • Pues si don Ramón, un buen rato que han estado charlando.

¿Y si la solución fuera tan fácil?

    • Escucheme Marisa, me los cita a los dos cada 15 días y asegúrate que permanecen al menos media hora en la sala de espera.

Ocho años después, don Ramón asistía a una de las bodas más simpáticas de su vida: la boda rociera por lo civil de Juan y María Jesús, quienes tras unos años de feliz convivencia, se habían decidido a dar el paso definitivo.

A la hora del brindis se decidió por unanimidad que debía pronunciarlo don Ramón, inocente cupido, o al menos eso creían todos, de aquella pareja. El médico levantó su copa y mirando a los ojos del feliz novio, dijo:

-Amigos¡ ¡brindemos por el amor, por las salas de espera y por las segundas oportunidades!

Ana María Cumbrera Barroso. Junio 2019.


El novio de Sara.

Al atardecer, Sara, junto a su madre y abuela, cruzaban el amplio zaguán donde terminaban tanto su casa cómo sus escasas vivencias, y se disponían a sentarse en la calle para ver, cómo cualquier otro día, el trasiego de gente paseando por la calle principal del pueblo.

Era el único rato que salía a la calle. Con algo de costura en la falda, y con esa mirada triste y distraida que tenía, Sara observaba las pandillas de muchachos pasando por su portal, indiferentes a lo que allí había. Su madre, a la que no se le escabapa una, solía animarla, diciéndole que más pronto que tarde alguno de ellos repararía en ella. No en vano, le decía, era una chica joven. Sólo tenía 35 años. Le quedaba mucho tiempo en la vida ...

Atrás quedan los recuerdos de un matrimonio desdichado ... ¿te acuerdas mamá? Solias decirme que tuviera paciencia, que me conformara, que los hombres son todos así ... ¡y que me importaba a mí cómo eran todos los hombres, mamá!

Sara, imbuida en estos pensamientos, miraba con envidia a esos muchachos. ¡Que suerte tenían de tener amigos, y una vida lejos de las 4 paredes de su casa!. Observaba ensimiasmada cómo reían, charlaban, y cómo bromeaban entre si. Para ella, en la distancia de su infinita melancolía, suponía en la mayoría de las veces el único consuelo que tenía al cabo del día ...

¡Cómo podías tenerme tan engañada, mama! ¿Te acuerdas que te decía una y otra vez que me pegaba, y tú mirabas, tragándote las lágrimas, hacia otro lado? ¡Cómo pudiste engañarte y, lo que es peor, engañarme durante tanto tiempo, mamá! ¡sus palizas, esas palizas de borracho que tuve que soportar ante tu mirada conformista y cómplice!

Sin embargo, algo cambió una de esas tardes. En un momento que estaba enhebrando una aguja, vió por el rabillo del ojo cómo alguíen la observaba. Se hizo la distraida, volvió la cara y, efectivamente, alguíen la miraba. Al percatarse esta persona de que Sara se había dado cuenta, bajó la mirada, e hizo cómo si conversara con una amiga.

Sara se quedó un poco aturdida. Volvió su mirada a su costura, sin saber cómo reaccionar. Bueno, pensó, habrá sido una mirada curiosa sin más importancia Sara, que estás deseando que alguíen se fije en ti ... ¡serás boba!.

Estaba en estos pensamientos cuando observó que alguíen se sentó a su lado. No se atrevió a levantar su mirada, y sólo pudo ver que ni su abuela ni su madre estaban en ese momento a su lado. Al fin la miró, y vió a una chica con una sonrisa y unos ojos muy alegres. Ella, sin mediar palabra, la cogió por la mano, apretándola dulcemente y, a continuación, la besó en la mejilla. El rubor de una extraña sensación subió por las mejillas de Sara, sin entender que le estaba pasando. A continuación, se le acercó al oido para decirle algo. Sara sonrió, asintió y, dejando todo lo que tenía de costura en la silla, la cogió de la mano para sentirse protagonista también tanto en el paseo cómo en su propia vida.

Junio 2019
José María Vázquez Recio

miércoles, 1 de mayo de 2019


Tema: Deterioro.

Título: Hogar dulce hogar


Eran las 9 de la noche. En casa de Ricardo era la hora marcada para estar todos en casa. A su padre le gustaba, al menos, cenar todos juntos, ya que en el resto del día no podía disfrutar de toda su familia.

Pero a esa hora no estaban todos. Su hermana, una adolescente de apenas 15 años, aún no había llegado. Su padre se ponía furioso. No dejaba de preguntarle a su mujer que "dónde narices estaba la niña ...". Era la misma situación de todos los días, cómo si fuera culpa de su madre. Algunas veces, Ricardo temblaba cuando su padre, airadamente, se levantaba de su sillón, frente al televisor, y se metía en la cocina a discutir con su madre. Ricardo se ponía muy nervioso. No era ni la primera, ni la última vez, que su padre la tomaba con su madre. Al momento, el ruido inconfundible de un guantazo rompia el tenso silencio que se respiraba en la casa, y las primeras lágrimas de impotencia asomaban por las mejillas de su abuelo ...

El padre volvió encolerizado, y pudo percibir la mirada de reproche de su abuelo. El padre, cobardemente, la tomó con él. Le recriminó que se quedara más tiempo con ellos que con su otras hijas, e incluso que, sin respeto a su edad, se quedara todos los días en casa viendo la televisión ...

Ricardo estaba en esos pensamientos, cuando escuchó el ruido de la puerta de su casa abriéndose. Aunque la hermana intentaba de todas formas que no se la escuchara entrar, todos se percataron. En ese momento, el padre se levantó y, hecho una furia, abordó a la hija con palabras llenas de furia y reproche. La hija se excusaba diciendo que se habían entretenido algo en casa de sus amigas, pero no habia supuesto más alla de un escaso cuarto de hora ...

El ruido fuerte y seco de un puñetazo los dejó a todos helados. El padre agredió a la que, según él, era su "pequeña". Ella, aún dolida pero no sorprendida con la reacción del padre, se fué a su cuarto llorando, llevándose la mano derecha a su mejilla amoratada ...

La madre, indignada con este proceder, recriminó al padre su actitud. Éste, lejos de tranquilizarse, volvió nuevamente su furia hacia ella. La culpa de que su hija llegara tarde, sabe Dios de dónde y con quién, era de ella. Era la culpable de todo.

Ricardo seguía toda la escena triste, sentado a la mesa para cenar. Veía la humillación sufrida en su hermana, la impotencia en la mirada gacha del abuelo y, sobre todo, la eterna tristeza en los ojos de su madre. Y eso para él era demasiado. Soñaba con terminar con esta situación, con poder huir algún día de su casa, con ese sinvivir que suponia para todos la impotencia de su padre desahogada de malas maneras ...

Ya por la noche, todos se acostaron. Ricardo escuchaba muy tenuemente aún los gemidos de su hermana, triste por el trato vejatorio recibido. Los ronquidos tanto de su abuelo como de su padre se escuchaban de forma alternativa hasta que, en un momento el del padre cesó de una forma abrupta, violenta ... y definitiva. En ese instante, Ricardo, observando por la ventana de su habitación el amanecer de un nuevo día, sonrió felíz.


José María Vázquez Recio, Abril 2019




UNA SONRISA DE ESPERANZA.

- Los cuentos de hadas mienten, las novelas y las películas también mienten. Te hacen creer que todos tenemos derecho a vivir una historia de amor con final feliz o, al menos, una gran historia de amor cuyo recuerdo te acompará toda la vida.

Estos pensamientos pasaban por la cabeza de Teresa todavía en la cama. Siempre se despertaba cinco minutos antes de que sonará el despertador y ese era el único momento del día en el que podía pensar con tranquilidad.

En cuanto sonó el reloj comenzó su ajetreo diario. Llevó mudas limpias y planchadas a los niños y a Luis, su marido, quien ni siquiera se molestó en darle los buenos días. Luego preparó los desyunos y los bocadillos para el colegio, escuchó protestas y metió prisas, mientras al fondo del pasillos sonaba la voz de su suegra, reclamándola. Suspiró de alivio cuando salieron por la puerta con tiempo para llegar a sus destinos. Los chicos esquivando sus besos y en cuanto a Luis... la relación entre ellos mas que fría, era inexistente, se limitaba a un intercambio de información sobre asuntos prácticos, pero, en fin, así llevaban varios años, estaba hecha a la idea de vivir con un extraño.

Su suegra volvió a llamarla. Le llevó el desayunó, la aseó, mientras escuchaba con paciencia el relato de la mala noche que había pasado. Preguntó por su hijo, hablando de él con adoración, aunque éste había días en los que ni se asomaba a su habitación, y, como no, aprovechó para compararla con su hija mayor. Hubiera sido una crueldad decirle que esa hija perfecta nunca iba a verla, así que se mordió la lengua y se calló. La dejó viendo la tele y el resto de la mañana se le fue en hacer la compra, el almuerzo, poner y tender lavadoras y recoger un poco la casa.

Al mediodía, con el regreso de todos los miembros de la familia se repitió el bullicio de la mañana. La tarde se fue en llevar a los chicos a las actividades extraescolares, ayudarlos con los deberes, planchar y hacer la cena.

Aquella noche estaba especialmente agotada y le pidió ayuda a Luis para poner la mesa. Sus injustas palabras- yo estoy cansado de trabajar mientras que tú te pasas el día en casa- la hicieron estallar. Se marchó a la calle dando un portazo tras amenazar con que no pensaba volver, que se la apañaran sin ella.

Vagó por la ciudad solitaria. Sabía que había sido solo un desahogo, que volvería, que ellos sabían que volvería. Después de todo la necesitaban y era bueno sentirse necesitada.

Se sentó en un banco en una plaza desierta a aquellas horas. Lloró en silencio. Una mano le ofreció un pañuelo de algodón. Un hombre de mirada amable se había sentado a su lado. No le preguntó nada y, sin embargo, ella se lo contó todo: su absurdo arranque de genio, su frustración, su soledad, el deterioro de su matrimonio, su desesperanza...y esa monotonía que la estaba ahogando.

También él habló. Su vida era todo lo contrario. Siempre estaba de paso por su trabajo. Aquella misma noche cogería el tren para otra ciudad. Estaba paseando para matar el tiempo. Ella se ofreció a acompañarlo y, con la libertad que dar hablar con alguién a quien no volverás a ver, le abrió su corazón. Pasearon por calles solitarias, mojadas por los camiones de limpieza, tomaron café en el bar de la estación y Teresa pensó que tal vez fuese verdad la vieja historia de las almas gemelas.

En el andén, en el momento de la despedida, él cogió sus manos.

    • Ven conmigo- le dijo.

Ella negó con la cabeza, no podía. la estaban esperando.

Dos meses después Teresa le está contando esta historia a la abogada que una amiga le ha recomendado.

    • Resulta que cuando volví a casa, al amanecer ,Luis ya había solicitado una demanda de divorcio. Abandono del domicilio conyugal lo llama él.. Yo siempre pensé que le convenía seguir como estábamos y al parecer llevaba dos años saliendo con una compañera de trabajo. Seguramente no quería solicitar el divorcio pensando que le sería poco ventajoso.No me importa, no quiero nada, volveré a trabajar, En cuanto a los niños, no pienso obligarles a nada, que ellos elijan con quien quieren vivir.. En realidad, solo hay una cosa de la que me arrepiento...

Teresa dejo la frase inacabada. Acababa de meter la mano en el bolsillo de su chaqueta, la misma que llevaba aquella noche. Allí, cuidadosamente doblado, había un papel, con un nombre y un teléfono. Una sonrisa de esperanza se dibujó en su rostro.



Ana María Cumbrera Barroso. Abril 2019.





jueves, 21 de marzo de 2019


LA REBELIÓN DE LOS NIÑOS SIN NOMBRES.

Hoy era un día importante. Era el primer día de colegio de Manolito. Acababa de llegar con su familia al pueblo, lo que significaba que no conocía a nadie, iba a ser “el nuevo” y estaba un poco asustado.

Su padre lo despidió con un abrazo y le dijo con mucho cariño:

    • Ya verás como te va a ir muy bien. ¡Ya mismo te estoy recogiendo gordito!

Su maestra lo cogió de la mano y entraron en su clase de Infantil de 5 años. Se lo presentó a sus compañeros diciendo su nombre, pero un chico alto exclamó nada mas verlo:

-¡Parece un botijo! Y Botijo se le quedó.

Aquel día Manolito descubrió dos cosas: la primera, que en el cole ser gordito era motivo de risa y no una palabra cariñosa como él creía . Y la segunda, que en su clase Fran era quien realmente mandaba y no la seño, por eso, los demás niños tampoco tenían nombre. Si una niña era alta la llamaba Girafa, si un chico era bajito le decía Enano. Solo Fran conservaba su nombre.

Cuando llevaba unas semanas en el colegio y ya empezaba a hacer amigos, Manolito tomó una decisión: habló con todos los niños de la clase menos con aquel abusón.

-¿De verdad os gusta que os llamen así?

-No, decían ellos, ¿pero qué podemos hacer?

-¡Tenemos que recuperar nuestros nombres! ¡Ya veréis!

Desde aquel día, cada vez que Fran los llamaba por alguno de aquellos nombres tan feos, todos los demás coreaban:

-¡No se llama así, se llama Laura! ¡No se llama así, se llama Manolito!

Lo más divertido fue que hasta la señorita se unió a los coros.

Fran comprendió que ya no tenía ningún amigo y que tenía que cambiar si no quería quedarse solo.

Y así fue como los niños de la clase de Manolito recuperaron sus nombres.

Ana Mª Cumbrera Barroso. Marzo 2018

miércoles, 20 de marzo de 2019


El sueño.

Juan se preparaba, como cualquier otra mañana, para ir al colegio. Pero esa no era una mañana cualquiera. Su madre le acababa de preparar el desayuno y, con un beso muy fuerte en su frente, quiso animarlo. Juan se echó a llorar, con ese llanto inconsolable del que ha perdido a su padre para siempre ... ¿que te pasa hijo?, le preguntó su madre. ¡Anda anímate!. Esta noche he vuelto a soñar con papá ..., le dijo. No te preocupes hijo, le contestó su madre, es difícil tanto para ti como para mi. Piensa que papá nos observa a ambos desde el cielo. Se pondría muy triste si te ve así ...

Juan se marchó a su colegio, como cualquier otra mañana. Al llegar a la puerta del mismo, vió a una niña que se despedía de su padre ... y volvió a echarse a llorar desconsoladamente. Una mano se apoyó en su hombro. Era su maestra. ¡Juan! ¡anímate! ¡!Vamos a darles los buenos dias a tus compañeros y verás que pronto te animarás!. Lo siento señorita, le contestó Juan. He visto a esa niña despedirse de su papá y he recordado cuando mi padre me despedía todas las mañanas, antes de entrar en clase ...

Al salir de clase, como cualquier otra tarde, juan quedó con sus amigos para jugar a la pelota en su patio. Al rato, algunos padres acudieron al lugar de juegos, y el se volvió a ver solo volviendo a su casa ...

Por la noche, se sentó a cenar solo, con su madre, cómo cualquier otra noche. Antes de comenzar, cerró sus ojos e imaginó a su padre preparándole su cena, y bromeando sobre cualquier anécdota del día. Al volver a abrir sus ojos, vió a su madre con los ojos enrojecidos, posiblemente de llorar más por su hijo que por ella misma ...

Tras ver un rato la televisión, Juan se fue a su cama, donde esperaba que su madre le contara un pequeño cuento que le hiciera conciliar el sueño. Siempre se lo contaba su padre. Él contaba unos cuentos preciosos, y conseguía que juan se lo pasara en grande antes de dormirse. Cuando llegó su madre, Juan se quedó dormido con estos pensamientos ...

Al rato, Juan se despertó. En la oscuridad, pudo ver por la ventana una estrella fugaz que iluminó la noche cerrada. En ese momento, sintió una leve presión de alguien apoyándose en su cama. Alguien le sonreía, con sus ojos observándole entre lagrimas, y su mano le acarició su mejilla suavemente. Juan le sonrió, y saliendo de su cama en sus brazos, salieron padre e hijo juntos hasta la eternidad.


Jose María Vázquez Recio.- Marzo/2019


sábado, 2 de febrero de 2019


CRÓNICA DE UN MATRIMONIO.

Juan y Marta se conocían desde siempre. Pertenecientes a dos familias acomodadas del Madrid de la posguerra, eran amigos desde niños. Cuando alcanzaron la adolescencia solo a ella le confesó Juan su secreto. La inevitable atracción que sentía por los de su mismo sexo. Ella lo sabía y, por supuesto, no le importó, la confidencia los unió más aún. Marta se sentía con Juan a sus anchas, no era un posible pretendiente.

Pasada la primera juventud ambos estaban descontentos. Él por la hipocresía de su vida, siempre obligado a fingir lo que no era, ella por la falta de libertad de la suya.

Contemplando los jardines del Retiro, desde el balcón de su habitación, Marta sentía que la vida se le iba. Había recibido una educación esmerada que no le servía de nada, pues sus padres se opusieron terminantemente a que ella trabajara. Sus amigas iban casándose, algunas tenían ya hijos . En cambio, su abultado ajuar parecía burlarse de ella. Nunca había tenido novio, los chicos de buena sociedad se espantaban ante su inteligencia clara y su forma de expresar ideas propias y poco convencionales. Y no es que le importase quedarse soltera, si eso hubiese sido sinónimo de libertad, es que para la sociedad era una solterona que de todas formas debía permanecer en la casa familiar, en la que cada día se sentía más asfixiada. Una idea se abrió paso en su mente, fue tomando forma y cuanto más lo pensaba menos descabellada le parecía.

Convocó a Juan y así, de buenas a primera se lo soltó a bocajarro:

    • ¡Casémonos!- aquí tuvo que hacer una pausa pues tuvo un ataque de risa ante la expresión de él, entre pasmada y asustada- piénsalo tranquilamente, somos más amigos de lo que lo son las mayoría de las parejas. Te lo propongo como un pacto: tú serás libres para tener todas las relaciones que quieras, pero serás ante todos un hombre respetable, yo espero disfrutar de la libertad que aquí me falta. Seremos un matrimonio en público, solo amigos en privado.

Juan no tuvo que pensárselo mucho, tras la sorpresa inicial, la lógica de ella lo convenció. Se prometiron enseguida, para satisfación de las dos familias, que por distintos motivos, suspiraron aliviados.

Su noviazgo fue de lo más divertido, lo pasaron en grande decorando su nuevo hogar y organizando la ceremonia y el convite posterior. Y, aunque no hubo noche de bodas, también disfrutaron de una luna de miel en toda regla, viajando por el extranjero.

Así iniciaron una convivencia que se basaba en la amistad y en el respeto, en la complicidad y en la tolerancia. A veces, él se sorprendía porque le apetecía más quedarse pasando la velada con Marta que salir por las noches, y ella, que ahora era una mujer realizada y había seguido estudiando, disfrutaba pasando junto a él el final del día. Tenían gustos similares y aunque no eran amantes, eran compañeros.

Lo único no programado en aquel pacto se llamó Javier, un niño fruto de la única noche que la que, despues de una cena demasiado regada con vino, compartiron la cama para algo más que para dormir. Se arrepintieron en seguida, se lo tomaron a broma. Sin embargo, aquel embarazo totalmente impensable los llenó de alegría.

La experiencia de ser padres todavía les unió más. Juan no era como los maridos de sus amigas, se implicó, la ayudó, pudo seguir estudiando.

Con el tiempo y la madurez descubrieron que su natrimonio era mucho más sólido que el de sus conocidos y bastante más feliz que el de la mayoría. Nunca se arrepintieron de su pacto. Nunca se enamoraron, pero se querían. Si alguién le preguntaba a Juan quién era la persona más importante de su vida, sin dudar contestaba: -Marta, mi mujer.

Ana María Cumbrera Barroso.


El pacto

Era tarde. En el club habían bastantes socios. No en vano, era Navidad. En todas las mesas se desarrollaban tertulias, todas distintas, pero con el denominador común de voces altas y algún ademán extremo.

- Lo siento, siento pensar asi-, comentaba Walker. -no creo ni en la justicia ni en sus sentencias. Los delitos de sangre deben ser castigados con más dureza. No me cabe duda ....

  • Estimado señor walker, le contestó Harper. Considero que con la privación de libertad, es más que suficiente. Considere que es nuestro bien más preciado, y es bastante duro, durísimo diria mejor, que alguíen no pueda disfrutar de salir a la calle, relacionarse con su familia, sus semejantes ..
  • Nada de eso Harper, le contestó Walker. La libertad está demasiado sobrevalorada. Es más, muchos días me quedo en mi casa, privado de esa libertad, muy a gusto, y no hecho de menos nada de nada el contacto con mis ¿semejantes? ...
La conversación siguió por estos derroteros, y al cabo de unas dos horas, la mayoría de los socios del club se aventuraron a rodear la mesa dónde se discutía del valor de la libertad ...

  • Yo estoy dispuesto a proponerle un trato, y seré yo mismo el conejillo de indias ... contestó un airado Walker.

Harper lo miró con enojo. Walker era un adversario bastante duro, y él empezaba a sentirse agotado por la discusión que les ocupaba.

Usted dirá Walker. Pero no admito ninguna apuesta. Ya sabe que no soy amigo de esos juegos ...

La propuesta es sencilla, le contestó Walker. En este club hay habitaciones para los socios ante situaciones, digamos, extraordinarias. Le propongo ocupar una, durante un plazo de 6 meses, con el compromiso de no salir de ella absolutamente para nada. ¿que le parece?

Harper le miró sorprendido. No creía que iba a llegar tan lejos ...

Dicho y hecho, le contestó Walker, que siempre se caracterizó por llevar hasta el extremo cualquier discusión. Sólo le propongo que, una vez superado dicho plazo, usted me dará suma de 18000 libras, 100 libras por cada día de, digamos, mi cautiverio. Creo que no es un precio muy alto para usted, dada su buena situación financiera. En la misma no disfrutaré de las comodidades que cualquier socio disfrutaria, con tres comidas, algo de tabaco, y algún diario. Todo ello se proveerá a través de una pequeña ventanilla hecha en la puerta para la ocasión, y no mantendré ningún contacto con nadie ...

Harper le contestó que todo había llegado demasiado lejos, y pese a que quizo persuadir a su amigo de qué no merecía la pena, él insistió.

Los testigos de dicho acuerdo se miraron unos a otros, confundidos. La situación prometía, aunque a nadie le apeteciera estar en el lugar de walker.

Esa misma noche, comenzó el plazo.

Es 23 de diciembre de 1896. Son las 23 horas. El compromiso alcanza hasta dentro de seis meses, esto es, hasta el 22 de junio de 1897. Nadie, excepto el jefe de cocina, podrá mantener contacto con nuestro confinado. No se admitirá ninguna conversación, salvo alguna nota manuscrita para sus peticiones.

Walker, en todo ceremonioso, entró en el pequeño dormitorio con las escasas comodidades acordadas. Una cama, una mesilla de noche, un pequeño escritorio, y el aseo ...

¡Queridos amigos, nos veremos dentro de seis meses, y quedará demostrado que la libertad de la que hablais no es tan valiosa!

Se hizo un murmullo, y el conserje procedió a cerrar la puerta de la habitación.

Durante días walker se pasaba los días fumando, leyendo el diario, y hasta canturreaba alguna que otra melodia. Con el paso del tiempo, algunas veces se le escuchaba hablar solo, e incluso algún llanto. Más de una vez algunos socios propusieron que se diera fin a semejante desatino, pero al final el propio confinado les conminaba a que lo dejaran sólo, y que, bajo ningún concepto, le abrieran la puerta. Quería demostrar que para nada echaba de menos la "libertad de los hombres".

Harper, mientras tanto, vio que semejante acuerdo le íba a costar una auténtica fortuna. Al acordarse el mismo, el tenía una situación económica bastante desahogada, pero los devaneos de la bolsa le habían hecho perder demasiado dinero. Pagar esas 18000 libras le íban a costar mucho, un precio demasiado alto por mantener una postura contraria a la de su amigo walker ...

Quedaban pocos días para el término del plazo apalabrado. Harper estaba muy preocupado. Sus finanzas, lejos de recuperarse, habían ido a peor. Y un desembolso de 18000 libras íba a ser un gran esfuerzo para él ...

Cuando apenas quedaban horas para el final del cautiverio de walker, entró de madrugada, sin que nadie lo viera, y se dirigió a la habitación dónde podía fraguarse su perdición. Abrió el pestillo exterior, y muy lentamente, entró en el interior ...

Dentro pudo observar a su amigo, pero estaba muy distinto al de hace unos meses. Dormido, y de costado, pudo observarle una cabeza con pelo cano, y sus facciones muy deterioradas. Sus manos, largas y huesudas, aventuraban que el largo confinamiento había dejado muchas secuelas ...

Miró a su alrededor, y se fijo en un pequeño cojín. Arma más que suficiente para terminar con la vida de este desgraciado, y no tener que pagar por su desvario ...

Al coger el arma homicida, se fijó en una pequeña nota.

Bueno, pensó Harper, serán los últimos deseos de este desgraciado con mis 18000 libras ... y la leyó:

"Queridos amigos. Todo este tiempo que he pasado en mi voluntario presidio, me he dado cuenta que todo lo que valorais, que quereis, que deseais, no tienen importancia para mi, ni tan siquiera el dinero acordado con mi amigo harper. Por todo ello, y en prueba de mis palabras, saldré una hora antes de lo acordado, para eximirle del pago acordado".

Harper se quedó perplejo. Tirando el cojín, besó a su amigo en la frente y retrocedió lentamente hasta la entrada, cerrándola.

A poco de terminar el plazo, alguíen dió la voz de alarma. La puerta de la habitación ocupada durante casi seis meses estaba abierta, con señales de haber sido forzada por dentro. Harper, al llegar al club, no tuvo por menos que sonreir y rendirse a la evidencia de que, realmente, le había ganado su amigo.

José María Vázquez Recio. Enero 2019