jueves, 21 de marzo de 2019


LA REBELIÓN DE LOS NIÑOS SIN NOMBRES.

Hoy era un día importante. Era el primer día de colegio de Manolito. Acababa de llegar con su familia al pueblo, lo que significaba que no conocía a nadie, iba a ser “el nuevo” y estaba un poco asustado.

Su padre lo despidió con un abrazo y le dijo con mucho cariño:

    • Ya verás como te va a ir muy bien. ¡Ya mismo te estoy recogiendo gordito!

Su maestra lo cogió de la mano y entraron en su clase de Infantil de 5 años. Se lo presentó a sus compañeros diciendo su nombre, pero un chico alto exclamó nada mas verlo:

-¡Parece un botijo! Y Botijo se le quedó.

Aquel día Manolito descubrió dos cosas: la primera, que en el cole ser gordito era motivo de risa y no una palabra cariñosa como él creía . Y la segunda, que en su clase Fran era quien realmente mandaba y no la seño, por eso, los demás niños tampoco tenían nombre. Si una niña era alta la llamaba Girafa, si un chico era bajito le decía Enano. Solo Fran conservaba su nombre.

Cuando llevaba unas semanas en el colegio y ya empezaba a hacer amigos, Manolito tomó una decisión: habló con todos los niños de la clase menos con aquel abusón.

-¿De verdad os gusta que os llamen así?

-No, decían ellos, ¿pero qué podemos hacer?

-¡Tenemos que recuperar nuestros nombres! ¡Ya veréis!

Desde aquel día, cada vez que Fran los llamaba por alguno de aquellos nombres tan feos, todos los demás coreaban:

-¡No se llama así, se llama Laura! ¡No se llama así, se llama Manolito!

Lo más divertido fue que hasta la señorita se unió a los coros.

Fran comprendió que ya no tenía ningún amigo y que tenía que cambiar si no quería quedarse solo.

Y así fue como los niños de la clase de Manolito recuperaron sus nombres.

Ana Mª Cumbrera Barroso. Marzo 2018

miércoles, 20 de marzo de 2019


El sueño.

Juan se preparaba, como cualquier otra mañana, para ir al colegio. Pero esa no era una mañana cualquiera. Su madre le acababa de preparar el desayuno y, con un beso muy fuerte en su frente, quiso animarlo. Juan se echó a llorar, con ese llanto inconsolable del que ha perdido a su padre para siempre ... ¿que te pasa hijo?, le preguntó su madre. ¡Anda anímate!. Esta noche he vuelto a soñar con papá ..., le dijo. No te preocupes hijo, le contestó su madre, es difícil tanto para ti como para mi. Piensa que papá nos observa a ambos desde el cielo. Se pondría muy triste si te ve así ...

Juan se marchó a su colegio, como cualquier otra mañana. Al llegar a la puerta del mismo, vió a una niña que se despedía de su padre ... y volvió a echarse a llorar desconsoladamente. Una mano se apoyó en su hombro. Era su maestra. ¡Juan! ¡anímate! ¡!Vamos a darles los buenos dias a tus compañeros y verás que pronto te animarás!. Lo siento señorita, le contestó Juan. He visto a esa niña despedirse de su papá y he recordado cuando mi padre me despedía todas las mañanas, antes de entrar en clase ...

Al salir de clase, como cualquier otra tarde, juan quedó con sus amigos para jugar a la pelota en su patio. Al rato, algunos padres acudieron al lugar de juegos, y el se volvió a ver solo volviendo a su casa ...

Por la noche, se sentó a cenar solo, con su madre, cómo cualquier otra noche. Antes de comenzar, cerró sus ojos e imaginó a su padre preparándole su cena, y bromeando sobre cualquier anécdota del día. Al volver a abrir sus ojos, vió a su madre con los ojos enrojecidos, posiblemente de llorar más por su hijo que por ella misma ...

Tras ver un rato la televisión, Juan se fue a su cama, donde esperaba que su madre le contara un pequeño cuento que le hiciera conciliar el sueño. Siempre se lo contaba su padre. Él contaba unos cuentos preciosos, y conseguía que juan se lo pasara en grande antes de dormirse. Cuando llegó su madre, Juan se quedó dormido con estos pensamientos ...

Al rato, Juan se despertó. En la oscuridad, pudo ver por la ventana una estrella fugaz que iluminó la noche cerrada. En ese momento, sintió una leve presión de alguien apoyándose en su cama. Alguien le sonreía, con sus ojos observándole entre lagrimas, y su mano le acarició su mejilla suavemente. Juan le sonrió, y saliendo de su cama en sus brazos, salieron padre e hijo juntos hasta la eternidad.


Jose María Vázquez Recio.- Marzo/2019