martes, 12 de diciembre de 2017

UNA NOCHEVIEJA DIFERENTE.

Mi abuela era la mejor narradora del mundo. Tanto como cuentista como cuando contaba las historias de su propia vida. Sus relatos eran ricos en detalles y diálogos. Sus numerosos nietos éramos un público fiel y entregado que una y otra vez le pedíamos que nos contase nuestras historias preferidas. Ella no nos defraudaba y lo hacía, tal como a nosotros nos gustaba, sin variar nunca ni una frase, ni una palabra, de manera que , a medida que crecíamos ,sabíamos textualmente lo que diría a continuación. Su repertorio era amplio , desde anécdotas infantiles -tuvo nueve hermanos y cuatro hijos-hasta sus amoríos, pues había sido lo que se dice una mujer de bandera y tuvo numerosos pretendientes , pasando por las historias familiares. Con ella aprendimos lo que fue la posguerra y en sus vívidos relatos pudimos verla, como la heroína anónima que fue, acudiendo al mercado con su cesta vacía y enfrentándose a los estraperlista en su misión de llevar algo de comer a su casa. Todo un carácter de mujer. Alguna de sus “batallitas”, como las llamaba mi padre con sorna, eran auténticamente surrealistas y arrancaban nuestras carcajadas hasta hacernos llorar de risa.

Mi abuela siempre vivió con nosotros. Enviudó un año antes de casarse mi madre y, como decía mi padre, iba incluida en el lote. Siempre se llevó bien con su yerno, aunque él se metía con ella sin piedad y ella no se callaba una. Eso si, siempre tratándose con un respetuoso “de usted”. Ella me enseñó a jugar a las cartas, me aficionó a la zarzuela, cuyos argumentos me contaba entretemetiéndolos con las canciones y me inculcó el amor a la lectura. A pesar de que la sacaron del colegio con 9 años, siempre fue muy aficionada a leer y lo mismo leía libros de Corin Tellado, que novelas de Galdós o las Hermanas Bronte. El primer libro “de mayores” que leí fue Jane Eyre, después de que ella me lo contase, como siempre, con todo género de detalles.

Mi abuela era el blanco preferido de nuestras bromas. Comprábamos tarántulas o ratones de pega para ponérselos a ella expresamente. O provocábamos su enfado y luego la grabábamos con el radio-casette. La verdad es que nunca nos perdonó que grabásemos sus ronquidos durante una siesta. También la que aguantaba mis conciertos de flauta, instrumento al que cogí una desmedida afición allá por 5º de EGB, y que siempre acababan con un despectivo: - ¡niña,deja ya de dar la murga con el pito! Lo que se dice, psicología infantil.

En aquellas navidades de mi infancia el día grande era la Nochevieja . También celebrábamos su santo y el de mi madre. Ambas se pasaban los días previos preparando exquisiteces al ritmo de un eterno soniquete: -¡Es el último año que me meto en este jaleo! Nos juntábamos más de veinte personas, de las que la mitad éramos niños. Todos los primos formábamos una auténtica pandilla o patulea, como decía la abuela. Encabezados por nuestro cabecilla Roberto, alias Rompetecho, ideábamos todo tipo de travesuras. A las diez y media nos metían en las camas, de dos en dos. La abuela nos adelantaba las uvas y nos daba las campanadas con una pandereta, tras lo cual los mayores pretendían, ingenuamente, que nos durmiéramos, para poder continuar la fiesta en el salón. Pero, tal como se cerraba la puerta del pasillo empezaba el jolgorio, las carreras, los sustos, los gritos y las risas. Hasta que llegaba la abuela que, con su vozarrón y zapatilla en ristre, amenazaba con mandarnos a la cama calentitos.

Qué gran noche fue para los chiquillos la primera en la que nos dejaron estar levantados hasta el final de la fiesta y por primera vez tomamos las uvas al ritmo de la Primera Cadena, con los consabidos atragantamientos, ataques de risa y uvas espolvoreadas por todas partes. Luego participamos en el baile, los niños bailando juntos y las mujeres emparejadas en los pasodobles, mientras los hombres se dedicaban a su entretenimiento preferido: discutir. Y es que aquellos cuñados, que se conocían desde críos y se apreciaban entrañablemente, habían desarrollado una extraña habilidad: bastaba que uno dijera blanco sobre un asunto, para que el otro o los otros, opinasen que negro, aunque el asunto en cuestión les resultase totalmente indiferente. Menos mal que nunca llegaba la sangre al río y terminaban contándose chistes.

Y así fueron pasando los años y los niños fuimos creciendo, pero seguíamos acudiendo a esta cita familiar, mejor para nosotros que cualquier cotillón.

Pero hubo una Nochevieja diferente. La abuela estaba ingresada. Ya era mayor y un catarro se había complicado en neumonía. Aunque ya estaba mejor, el alta no había llegado a tiempo para celebrar la entrada del año en casa. No hizo falta citarse ni ponerse de acuerdo. A la hora de siempre, hijos, nietos , yernos y nueras nos reunimos en aquella habitación de hospital, para celebrar la Nochevieja juntos, como siempre. Fue la más especial de todas.

Mi abuela fue el primer ser querido que se me fue y la recuerdo siempre, pero especialmente en Nochevieja. Me la imaginó allí arriba, como un ángel de fuerte carácter, dando las uvas con su pandereta y poniendo firmes, zapatilla en ristre, a los angelitos revoltosos.


Ana María Cumbrera Barroso.
¿navidad con ángel?

Erase una vez una tarde de paseo navideño. ¡si, si, de paseo navideño!. ¿y porque recalco lo de navideño?. Porque dificilmente podría ocurrir lo que voy a relataros en otra época del año ...

Hacía frio, mucho frio. Deambulaba por las calles del casco antiguo en busca de algún sitio dónde me ofrecieran una copa fría y un lugar caliente dónde refugiarme ... de tanto niño con globo, madre con bolsa plena de gasto superfluo ... perdón, de regalos ... y por fin encontré mi paraiso ...

Era una pequeña taberna, con una luz taciturna lo suficiente para no verle la cara a nadie y no tropezarse con el escalón de la entrada ... ni con ningún imbécil que se cruzara ...

Una vez pedida mi copa, miré el reloj. Eran casi las 10 de la noche, y el camarero estaba limpiando unos vasos con una paño.

Estaba con mi cabeza dando más vueltas de las deseables a mis problemas, cuando se sentó un hombre a mi lado.

¡Buenas noches! ¿puedo sentarme?

Miré a mi alrededor y noté que todas las mesas estaban vacias. No entendía porqué tenía que compartir mesa con un desconocido ... además, no quería ser mal educado, pero no me apetecía soportar una conversación más vacía para mi y llena de tópicos navideños ...

¿Cómo te encuentras? ¿Eres Julio, verdad?

Levante la mirada y lo observé. ¿Quién narices era y cómo sabía mi nombre?. En ese momento le íba a preguntar cuando ...

¡Tranquilo! No te voy a molestar, pero veo que estabas demasiado sólo y triste, y vengo a saber porqué.

Mire usted, si no le importa, me apetece estar sólo. Me voy a tomar una copa y me voy a casa a ..

¿Te espera alguíen Julio?, me preguntó poniéndome su mano sobre la mía, sin dejarme tiempo a terminar mi frase.

Le miré contrariado. No me apetecía que esta noche, esta maldita noche, nadie ni nada me fastidiara más. Quería pasarla tranquila.

Julio, debes intentar pasar página. Nadie tiene culpa de lo que te ha pasado ...

¿quién es usted?, le pregunté.

Alguién que sabe de ti más que tú mismo ...

¡Oiga, no le consiento ...!

Tranquilio, Julio. Sólo quería que te sintieras algo mejor. Te llevo observando desde hace varios días. No paras en casa, llevas varios días que tal cómo sales de tu trabajo, te llevas todo el día fuera de casa ...

Le miré con enfado, pero reconociéndole que tenía razón. Desde el accidente de coche que tuve y en la que perdí a mi familia no acertaba a reconducir mi vida ... o lo que me quedaba de ella ...

Vamos a salir a la calle ... termínate la copa ...

Hice lo que me dijo, y me dejé coger por el brazo. En ese momento, vi con extrañeza que era de día ...

Estabamos los dos delante de mi casa. Yo me disponía a coger mi coche, y escuché la voz de mi hija...

¡Papá, venga, arranca el coche! ¡mamá baja ya ...!

La vi como si no la conociera, perplejo. En eso escuché la voz de mi mujer ...

¡vamos julio! ¡Se nos hace tarde!

Arranqué el coche, y emprendimos el camino. Miraba por el retrovisor y no daba crédito a lo que veía ...

No sabia a ciencia cierta a dónde tenía que dirigirme. Mi mujer estaba ocupada peinando a mi hija y, en ese momento, se me cruzó aquel camión otra vez ...

Me hice con mi coche cómo pude, evité chocar con aquel muro y lo frené a tiempo antes de que nos embistiera de ... nuevo.

En ese momento, apoyé mi cabeza en el volante ... volví a notar una sensación fria en mi cabeza y...



¡oiga, oiga!. Era el camarero ...

¡que ya es hora de cerrar!

Me levanté para irme a casa, y apenas acertaba a cruzarme con gente que corría de un lado a otro, a recoger a familiares, amigos ...

Llegué a mi portal, y me sorprendí al ver luces encendidas en mi casa ... y más cuando miré a mi ventana ...

¡Papá, papá! Me gritaba mi hija cómo una loca para que subiera a casa que me estaban esperando ...

... parece que el destino te dá una segunda oportunidad ...


José Mª Vázquez Recio.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Navidad y ángel.

Cerrar los ojos para ver mejor.
Los vuelvo a abrir, la luz que entra por la ventana me atrapa, cálida, azul, seductora.
Pero vuelvo a cerrarlos.
Necesito cerrarlos, para poder ver bien.
Ahora sí. Aparece una figura clara y nítida, que viene hacia mí. Noto su olor, oigo sus pasos ágiles y seguros, su certeza al caminar.
Transita a mi alrededor con naturalidad, enfrascada en sus cosas, y yo la miro embelesada, siempre me dejaba absorta su capacidad infinita de trabajar sin parar un instante.
Daba igual qué cosa hiciera en ese momento, ella lo convertía en el centro del universo.
Me hipnotizaba.
Sus voz, sus manos.
Así era.
Ya entonces intuía la nostalgia que un día sentiría, ya empezaba a echarla de menos, a extrañarla.
Ya sabía entonces que sería mi ángel de vida, incluso cuando ya no estuviera a mi lado, incluso cuando su ausencia me llevara de la mano a tener que cerrar los ojos para poder verla nuevamente.
Ángel permanente con los brazos abiertos de par en par.
Ángel mágico...
Sólo tenía que cerrar los ojos para verte.


Maribel de la Fuente.

Presente eterno:

Otra Navidad con ángel.

Perdonadle, porque no sabe lo que hizo”.
José Saramago, El Evangelio según Jesucristo.

Sevilla, año 2067. Tres años después del apocalipsis. Un hombre de mediana edad camina por las desoladas calles de una ciudad fantasma...

La eternidad es aburrida. O al menos eso es lo que debe pensar el viejo después de mirar al vacío durante miríadas de horas. Tal vez por ello es por lo que, lenvantándose, proclama: “Hágase la luz en aquel rincón de la galaxia”. Y la luz se hace. A mí siempre me falta tiempo para impedir semejante atrocidad. Ya conozco las demencias del viejo, sus vicios, sus inconsciencias. Y con la luz y en la luz, que precisamente yo tengo el deber de llevar a los hombres, se hacen también los valles y las montañas, y las aguas de los mares y las de los ríos, y las plantas y los animales, y el hombre y después la mujer para que le sirviera a éste de fiel compañera. Dios, con un soplo, les dice a ellos: “Henchid y dominad la tierra”. Entonces, a espaldas del viejo, decido hacerme con el control de esta región de la galaxia. Decido construir, para gozo del hombre y de la mujer, un jardín, un vergel, un edén y ellos retozan inconscientes, hasta que el viejo dirige su mirada hacia ellos y decide que son demasiado felices, que son casi como él de felices, que eso no es tolerable y los condena a la ignorancia eterna, al olvido de sí, colocando en el centro del paraíso un árbol frondoso y advirtiéndoles “comed cuanto queráis de este árbol de vida”. Y el hombre y la mujer fueron desdichadamente idiotizados para solaz del viejo. Sus carcajadas retumban en los cielos y la mujer dice al hombre: “son truenos” y el hombre dice a la mujer: “eso debe ser. Ven conmigo mujer, que no tengas frío”. Con mis brazos siembro un árbol nuevo en el vergel, el árbol del conocimiento del bien y del mal, me transfiguro en serpiente, llamo a la mujer y le digo: “Come del fruto de este árbol y serás feliz como Dios”. La mujer come y da de comer al hombre. El viejo, que ve alterados sus planes, surgiendo entre las nubes, grita: “Fuera del paraíso. Me habéis desobedecido. Avergonzaos de vuestro cuerpo, trabajad, sudad”. Fui yo quien les dio, primero a ella y después a él, unas hojas de parra para cubrir sus rubores. Desgraciados, qué pena me dan. Mirando desde su trono, el viejo no oculta una sonrisa.
La eternidad es aburrida. O al menos eso es lo que debe pensar el viejo después de mirar durante siglos aquella lejana región de la galaxia. Tal vez por ello, por aburrimiento, es por lo que decide destruir la vida que ha creado, animales y hombres principalmente. Levantándose proclama: que llueva y llueva hasta que toda la tierra sea cubierta por las aguas. A mí nunca me falta tiempo de acudir al hombre y decirle: “Construye un arca con tus hijos, reúnete después con ellos y con tu mujer, escoged una pareja de todas las especies que conozcáis y esperad a que pase la tormenta. El viejo, como el vicio, es inconstante. Creed en mí”. Trescientos días y trescientas noches de diluvio terrenal, trescientos días y trescientas noches hasta que el arca finalmente se posa en la cima de una montaña, trescientos días y trescientas noches hasta que los animales comienzan a repoblar la tierra y con ellos el hombre y la mujer, que -confiados- cruzan sus miradas y quédamente hablan de mí y conmigo: las primeras y leves oraciones. El viejo ve alterados sus planes y, surgiendo entre las nubes, grita: “Que la tierra sea un infierno para el hombre y para la mujer. Que entre los animales y plantas que se han salvado, algunos se conviertan en sus depredadores y otras en venenos jugosos y mortales para sus cuerpos”. Fui yo quien les dio al hombre y a la mujer, unas hojas para sanar sus enfermedades y un paño para enjugar sus lágrimas. Desgraciados, qué pena me dan. Mirando desde su trono, el viejo no oculta una sonrisa.
La eternidad es aburrida. O al menos eso es lo que debe pensar el viejo después de mirar durante siglos aquella lejana, pero maravillosa, región de la galaxia. Tal vez por ello es por lo que decide destruir la paz y la concordia entre los hombres todos y las mujeres todas, incitándolos a construir una torre elevadísima, que llegara a los cielos, empeño imposible, además de inútil, pero empeño que acabaría desgastando la voluntad de los hombres y de las mujeres, desgaste perverso que divertiría al viejo. Fui yo quien infundo a los hombres todos el deseo de elevar sus plegarias hacia mí, hacia los cielos, y con ellas crece la torre. Pero el viejo, observando el irrefrenable crecer de la torre y temiendo el asalto a su trono, proclama: “Que se confundan sus lenguas”. Y sus lenguas se confunden: los viejos no entienden a los jóvenes, ni los hombres a las mujeres, ni los padres a sus hijos. La torre cae en mil pedazos y muchos hombres y mujeres perecen entre los escombros de la incomprensión. Una ciega y cruenta guerra recorre la región. Llorando, decido bajar para infundirles a los hombres todos un don divino que el viejo nunca me hará perdonar: el sentido moral, que ya han olvidado desde la mordedura de la manzana prohibida, y el sentido de la justicia del que nunca han dispuesto. Esta vez voy depositando ambos sentidos delicadamente, uno a uno, en todos los hombres y en todas las mujeres de la tierra, porque solo así pueden sobrevivir a las demencias del viejo y a su propia naturaleza maldita. Muchos años duran aún las guerras, muchas catástrofes tienen que padecer, hasta que finalmente, dispuesto a morir por ellos decido bajar a la tierra y nacer en la tierra, como hombre vivir, y sufrir como hombre, morir como hombre a manos del hombre, intentar salvar al hombre de sí mismo y de su dios creador. En la tierra nazco en el día que los hombres y las mujeres llaman de la Natividad, en el exacto día en que comienza mi pasión. Esa noche el viejo no despega su mirada del corral en que el hombre coloca sobre una mesa maltrecha un paño, un trozo de pan y una jarra de vino. No despega su mirada del gesto del hombre que sirve de apoyo a la mujer cansada para que ésta se aproxime a la mesa. No despega su mirada tampoco del niño recién nacido que soy yo como hombre. Y el viejo siente celos del hombre que tiene una tarea, de la mujer que tiene otra tarea, de mí que soy como él mismo más joven, de mi tenacidad. Y el viejo siente odio hacia mí, hacia él mismo, hacia quien él mismo fue, es y será. Mas esta vez no proclama nada, en secreto dirige su acción. El hombre, paciente, sentado a la mesa mira el fondo de la jarra y las figuras que las migas de pan han dibujado sobre el paño. En ellas o con ellas o sobre ellas cree ver algo, una imagen, una intuición tal vez. Proclama a la mujer: “Levántate, coge a tu hijo y lo que puedas llevarte contigo mientras yo preparo el asno. Nos vamos de aquí”. Aquella noche el gobernador manda degollar a todos los niños recién nacidos en la ciudad. Esa visión del hombre me salva a mí todos los días desde entonces.
En su trono el viejo proclama: “Rafael, Gabriel, Miguel, Azrael, Uriel, venid a mí. Haced desaparecer la tierra. Destruid la tierra, esa inmunda tierra. Borrad al hombre, desagradecido, borrad a la mujer, traidora, de la faz de la tierra”. Blanca espuma mana de su boca: “Azrael, Uriel, Miguel,... venid a mí”. Gabriel dice: “El viejo está demente”. Rafael: “El viejo ha perdido el juicio”. Uriel: “El viejo delira”. Miguel: “Tal vez deberíamos llevarlo al tribunal de la Suprema Unidad. Él juzgará”. Azrael: “Él juzgará”. Rafael: “Él juzgará”. Uriel: “Él juzgará”. Yo, Lucifer, proclamo: “Hombres todos, perdonadlo, porque no sabe lo que hace”.


Sevilla, año 2067. Tres años después del apocalipsis y tres días después de la Navidad. Una densa lluvia de polvo dorado cae sobre toda la superficie de la tierra. El hombre de mediana edad camina por las desoladas calles de una ciudad fantasma. La mujer con un niño en brazos sigue los pasos del hombre. A veces se para a rebuscar entre los escombros, mientras no deja de susurrar una tonada: “duérmete niño, que en el edén todos somos hijos del amor”.
José Manuel Martínez Arias.

domingo, 5 de noviembre de 2017

 ... Era una tarde gris, plomiza. Una incesante lluvia caía en el exterior de la cafetería. Raúl no hacía más que mirar el reloj. Había quedado con una antigua compañera que la localizó por el facebook, y no acertaba a saber porque habia aceptado esa invitación. Hacía mucho tiempo que no la veía, y, la verdad, no veía ningún sentido a aquello.

La recordaba como una niña regordeta, con ese acné que castiga tanto el rostro de muchos adolescentes. No era guapa, pero tenía cierto atractivo, acentuado por que era algo alta.

Durente los años de bachillerato hubieron ciertos escarceos. Que si ... que no ... pero nada definitivo. Pero siempre hubo encuentros de las miradas a escondidas ... cómo si no quisieramos delatarnos el uno al otro ...

Estando sumido en esos pensamientos, cuanto entró por la puerta. Seguía siendo alta, muy delgada, pero ahora mucho más esbelta. Con peinado de peluquería recién hecho, se acercó a mi mesa y me besó en la mejilla ...

¿que tal andas Raúl?.

Me quedé perplejo ante lo que estaba viendo. Esa chiquilla del instituto era ahora una mujer muy atractiva, y extraordinariamente bien vestida.

¡Hola Elisa!. Me alegro de verte. Cuanto tiempo ...

Se sentó frente a mi y, dirigiéndose al camarero, pidió una copa.

¡Por favor! ¡sírvame lo mismo que a él!.

Nos miramos durante unos segundos, y nos sonreimos. Me empezaba a gustar la idea de haber quedado ...

Te preguntarás Raúl el motivo de haberme citado contigo. La verdad, desde que te pude localizar a través del grupo del instituto, tenia muchas ganas de verte. Espero que a ti también te guste la idea ...

Yo seguía viéndola bastante sorprendido. Su voz sonaba suave, pero con firmeza. Desde luego, nada de la niña dubitativa de hace tantos años ...

... hace unos meses que me he separado de mi exmarido Raúl, y con hijos ya mayores, quiero volver a llenar ese vacio que es mi vida poco a poco, y volver a recuperar viejos amigos ...

Yo la seguía eschuchando atentamente, con mi mirada fija en esa preciosa sonrisa que delataba que sabia perfectamente lo que quería y cómo conseguirlo ...

Hizo una pausa, y aproveché para tomar un sorbo de mi bebida. Una vez dejé el vaso en la mesa, me dispuse a hablar ... pero ella siguió hablando y me acarició levemente mi mano ...

¿y que es de tu vida Raúl?. Me comentó Marina que tú también te habías separado ... y que no tuvisteis hijos ...

... pues si ... - acerté a decir entre tartamudeos -. Gloria y yo nos llevamos 15 años juntos muy buenos, pero al aparecer una tercera persona todo se estropeó ... tú sabes ...

Esta vez no se limitó a acariciarme la mano, y, estrechándomela entre las suyas, me dijo:

¡me gustaría que me dieses una oportunidad! Sabes que siempre ha habido cierta química entre nosotros, y yo no te he olvidado del todo ... espero que tú pienses lo mismo ...

En ese momento, y a pesar de que el local estaba bastante concurrido, se levantó de su asiento para sentarse a mi lado.

Se acercó a mi, y en ese momento me dí cuenta de que si me sentía algo atraido por ella ... una búsqueda de las miradas ... un encuentro fugaz de los labios ... sin apenas rozarse ... lo que pudo haber sido ... y no fue ... y podrá ser a partir de ahora ... ¿quién lo sabe?

¿Dónde espera lo que no fue? Disparate:

Lo otro que pudo haber sido y no fue.


Con mi portátil nuevo me han regalado un procesador de textos 5.0. Me dijo el dependiente que venía con un corrector ortográfico muy... prudente (perdón, yo quería escribir “potente”). ¡Qué ilusión y qué deloite físico escribir en este teclado! ¡Qué ganas de escribir! Escribir por ejemplo... De niña quise ser... teóloga (no, “teóloga” no, “teóloga”, pero con “ge”). Me encantaban las piedras... en el riñón, no, sin riñones, y los canes (no, espera, “vol”, “vol-canes”). Especialmente uno que hay en Hawai-Bombay, no, solo en la isla del Pacífico. Espera que quite la paloma, que este... prudente... corrector ortográfico también trae dibrujitos, no, “-bujitos”. Pero... un momento, que no sé cómo se pueden quitar los dos brujitos, parecen como la buena y la mala con-ciencia (saber riguroso, ha aflorado una nota de color amarillo). Debe ser una llamada de atención, palabra clave … de sol Rimski Korsakov fue el autor de Sherezade. No. Espera (¿blanco por dentro y verde por fuera?). Es otra nota amarilla, otra clave... de sol Johan Sebastian Bach no compuso ninguna Ópera, pero sí varias Con-tatas (niñeras, chicas de servicio). Así debió ser, tuvo dieciocho hijos. Pero yo no quiero escribir de música. Quería contar que de niña quise ser... teóloga (con “ge”). ¡Qué... prudente es! La lava naranja (de Valencia y de Murcia) sobre la roca negra (pequeña isla baja, situada a 18 kilómetros al sudeste de las Rocas Cormorán y aproximadamente a 194 kilómetros al oestenoroeste de la isla San Pedro) tenía un efecto... hipnopédico... encima... de mí. Bien, acepto la... injerencia. Después el terremotocicleta de Guate-mala o desleal me quitó las ganas... de vivir. Se abre una ventana con el mensaje: “Prohibido seguir en esta línea autodestructiva. Para continuar pulse Control-F12”. Decido seguir, pero el teclado parece inerte. Pulso Control-F12. La pantalla se vuelve oscura y una voz masculina y seductora me dice: “¿Está usted mejor? ¿Puede continuar?” Le respondo “Sí, por favor”. Estoy hablando con mi computadora. Y ésta me escucha y me atiende. Vuelve a aparecer sosegadamente el texto. Sigo: Entonces quise ser bombera (fabricante de bombas). Una estridente sirena comienza a salir del ordenador, que grita: “¡Atención! ¡Está usted acorralada! Acaba de ser enviada una alerta a la comisaría de policía más cercana a su dirección. No se mueva. Espere unos minutos hasta que el sistema operativo vuelva a ser actualizado. Ataque terrorista posible. Ataque terrorista aún no abortado. ¡Atención! ¡Peligro! Una vida humana aún no nacida debe ser liberada. No se mueva. No haga nada. Las autoridades están en camino. Ya debe usted estar rodeada. No capte rehenes, esto solo agravaría su situación”. Todo esto a un volumen ensordecedor. No me atrevo ni a pestañear. Poco a poco va volviendo la calma, finalmente el ordenador enmudece y vuelve a aparecer el texto. Otra vez la misma voz seductora: “¡Falsa alarma! ¡Continúe, por favor!” No sé si seguir o huir. Retomo el texto. Leo: De niña quise ser... teóloga. Me encantaban las piedras... en el riñón y los... canes. Especialmente uno que hay en Hawai-Bombay, después una paloma, después dos brujitos y después dos claves de sol. La lava naranja de Valencia y de Murcia sobre la pequeña isla baja, situada a 18 kilómetros al sudeste de las Rocas Cormorán y aproximadamente a 194 kilómetros al oestenoroeste de la isla San Pedro, tenía un efecto... hipnopédico... encima... de mí. Más tarde el terremotocicleta de Guate-mala o desleal me quitó las ganas de... durar con vida o tener vida. Entonces quise ser... una de esas personas que tienen por oficio... de tinieblas extinguir... dinosarios e incendios y prestar dinero (usurero: persona que presta con usura o interés excesivo) y ayuda en cualquier otro siniestro total (suena una canción: “y es que me pica un huevo / no sé qué voy a hacer / no sé qué puedo hacer”). Cuando termina la canción estoy más relajada. El ordenador me vuelve a hablar: “¿Quiere usted seguir?”. Le respondo: “Sí, por favor”. Años después fui a la Universidad para estudiar... Histeria Colectiva. Histeria en la que yo creo estar cayendo poco a poco. “Habla usted mucho de sí misma”, dice el ordenador. “Tal vez debería usted corregir su estilo. ¿Quiere que le ayude?” “¡NO!”, grito. “¡Cállese!”. “¡Déjeme en paz!”. La pantalla baja automática y rápidamente el contraste, se queda a media luz. Casi no distingo las letras negras sobre el fondo gris. Tengo que pegar mi nariz a la pantalla para poder ver lo que estoy... o estamos... escribiendo. En la Universidad... de París que está en Sevilla, Ispal, ciudad fundada por fenicios o tartesios antes de la llegada de los romanos en el 206 a. C., si quiere saber más pulse Control-+-F11, si no, continúe escribiendo... conocí acullá al singular conjunto musical natural de Colombia y autor de La camisa negra que ahora es mi esposo y padre de mis hijos. Lo cognocí una soirée de otoño en los fosos del castillo que fue fábrica de tabacos y donde las cigarreras de Merimée cantaban aires de París mientras embestían a los toros al grito de “Cabreador”. Con la nariz pegada a la pantalla, grito: “Me cago en la puta que te parió”. La pantalla se apaga totalmente y una voz, ahora estridente, fría, ajena, cibernética, dice: “Su ordenador ha sido bloqueado. Para volver a conectarlo debe usted esperar... quince minutos.” Repite: “Su ordenador ha sido bloqueado. Para volver a conectarlo debe usted esperar... catorce minutos... cincuenta segundos”. El mensaje, incansable, no deja de reproducirse. El ordenador portátil no está enchufado a la red. Estoy a punto de arrojarlo por la ventana, pero decidimos los dos que era mejor que yo me fuera de casa a caminar por donde las calles tuviesen a bien conducirme. Las calles me trajeron aquí.

José Manuel Martínez Arias.

Lo otro que pudo haber sido y no fue:

Preparando el experimento de química observaba a mi madre que veía distraída la televisión, pero de pronto su cara cambió y noté un gesto de inquietud en ella, que inmediatamente trató de disimular.
Eso me chocó.
Mientras, preparaba la comida y me hablaba intentando aparentar una calma que no sentía.
Yo que estaba concentrada en mi trabajo de ciencias naturales, no pude evitar la curiosidad. Y como en un juego, me levanté simulando buscar algo para acercarme a ella y ver qué cosa le interesaba tanto.
En cuanto aparecí, apagó la televisión bruscamente y siguió con su cantinela gastronómica.
Era hábil y rápida, pero yo también heredé de ella esas virtudes y, modestia aparte, creo que las mejoré.
Como no quería alertarla, anduve con naturalidad y después de un “no está aquí”, cogí una mandarina y volví a la mesa. El ordenador estaba encendido, así que no me costó buscar el canal de televisión y bajando el volumen .ver qué era aquello que tan atónita había dejado a mi madre.
Entre nosotras no había secretos, por eso mi extrañeza ante ese gesto levísimo que noté y que no era habitual, de ocultarme algo.
¡Y por eso mi cara de sorpresa cuando vi la imagen!.
Allí estaba su primer amor, el chico del que se enamoró siendo una adolescente, compañeros de clase en el instituto. Un muchacho introvertido pero tenaz que aguardó pacientemente hasta conseguir que salieran juntos.
Pero la experiencia no resultó como ella soñó. Su obstinación, su cerrazón le dieron ejemplo de lo difícil que sería la convivencia futura a su lado, no tenía dudas. En una época de alegría y disfrute, para él todo adquiría una dimensión de intensidad que ella no compartía en absoluto.
Conocerlo fue una experiencia dura, él lograba dar un carácter grave a todo cuanto le rodeaba.
¿Qué quedó de todo aquello?
Aprender a decir no, con valentía.
Y así llegado el momento de la ruptura, que no fue fácil, mi madre salió victoriosa de esa empresa y continuo su camino, camino en el que más tarde aparecí yo.
Con el paso del tiempo él entró a formar parte de la vida pública y todo el mundo hablaba de él.
Y visto lo visto apenas había cambiado en este tiempo. Obsesionado con una idea que llevaría a cabo costase lo que costase, contra viento y marea.
Allí estaba el que pudo haber sido mi padre.
Allí estaba el que dejo a mi madre muda durante un segundo.
Proclamando; ….. Cataluña se convierte en un estado independiente en forma de república.
Tristeza y temor.
Después suspiré de alivio por no compartir nada de aquel hombre.
Mi madre desde la puerta, me miraba aún más infinitamente aliviada por la decisión que un día tomó.

Maribel de la Fuente.


LA ESPINITA/ TRES CANCIONES.

Toda su vida recordaría como se sentió aquellas mañanas de verano después de haber pasado cinco minutos con él. Esa sensación de ser ingrávida, de flotar, de resplandecer. De camino a su casa iba riéndose sola , sin importarle la gente a su alrededor. Tenía 19 años y estaba enamorada.

Todos los días de aquel verano se reunían, junto a otros compañeros de facultad, en una biblioteca pública. Allí estudiaban juntos aquella asignatura que se les había atravesado a todos en su primer año de carrera. Entre problemas, las horas pasaban volando. También había tiempo para las risas, esas risas que siempre e invariablemente provocaban que el bedel de turno se pasará a llamarles la atención, lo que no hacía mas que aumentar la hilaridad general. Cuando terminaban, caminaban todos juntos un trecho y, cuando se despedían del grupo, se quedaban los dos solos durante cinco minutos. Eran solo eso, cinco minutos, pero, como en la canción de Te recuerdo Amanda, a veces, la vida es eterna en cinco minutos y así quedaron para siempre, congelados en su memoria, como uno de esos momentos de la vida de perfecta felicidad.

Llegó septiembre y aprobaron todos. Los años de universidad pasaron rápidos, intensos y felices, iluminados por aquella ilusión de verlo todos los días. Pero su relación nunca pasó de ahí, no pasaron de ser buenos amigos y compañeros. Durante mucho tiempo se reprochó no haber sido más lanzada, no haberle dado alguna señal. Era en esa época demasiado ingenua e inexperta. Se le quedó clavada esa espinita y la sensación agridulce de lo que pudo haber sido y no fue.

Los años fueron pasando. Tenía un trabajo que le encantaba. Conoció a Fernando y tuvo un noviazgo feliz y un matrimonio complicado, con los altibajos propios de todas las largas convivencias. Llegaron los hijos, que fueron sus grandes amores. Vivió días felices y momentos duros. Y ahora, recien inaugurada la madurez, se sentía tranquila y en paz consigo misma. Sin embargo, él seguía apareciendo en sus sueños y lo recordaba con frecuencia, preguntándose qué habría sido de su vida, cómo sería ahora y fantanseando con un encuentro entre ambos.

Y he aquí, que un día, ese encuentro tantas veces soñado y planificado, se produce realmente. Ambos van solos. Se reconocen enseguida, se saludan con cariño. Con la excusa de un café para ponerse al día, se van contando sus vidas.

Mientras él habla, ella tiene tiempo de pensar que todas sus fantasías se están cumpliendo. A él la madurez le sienta bien, le dice que la hubiera reconocido en cualquier parte, que apenas ha cambiado. Le cuenta que se divorció hace unos meses y que le pesa la soledad. Se le ve con ganas de iniciar una relación y se muestra claramente interesado por ella.

Es su oportunidad y, sin embargo, sin saber ni siquiera por qué lo hace, cuando le llega el turno de hablar, boicotea deliberadamente toda posibilidad de que aquel reencuentro dé lugar a algo mas. Le muestra una imagen idealizada de su vida, le habla de una pareja unida en la común tarea de sacar a la familia adelante, de unos hijos que aún la necesitan mucho. Él capta el mensaje y, aunque intercambian los contactos, nunca la llama y ella tampoco lo desea.

¿Por qué actuó así? ¿Le pasó como a la Penélope de la canción de Serrat y decidió proteger su hermoso recuerdo de su peor enemigo: la realidad? ¿Fue cobardía? La conclusión a la que llega es que ,sin pensar, instintivamente, hizo lo que hubiera hecho de todas formas, era la opción lógica de una mujer madura que no podía, no quería ,jugarse lo que le había costado toda una vida construir por un espejismo de juventud.

A veces, ya sin nostalgia, mira su foto de perfil , junto a ese chat que siempre permanecerá vacío. Comprende que mas que recordarlo a él , añoraba esos cinco minutos que la hicieron florecer, pero tiene muy claro que no se puede volver a tener 20 años. Se alegra del encuentro, ahora ha sido su decisión. Se ha quitado la espinita.

Ana María Cumbrera Barroso.


ESA MOLESTA TELEPATÍA.

A mis amigas y a las hijas de mis amigas. A todas las madres e hijas y al mágico vínculo que las une.


El día comenzó como tantos otros. Eva se levantó la primera y llamó a Carolina para que se fuera preparando mientras ella hacía el desayuno. El principal y casi único objetivo que Eva se planteaba aquella mañana era no llorar. El principal y único objetivo que se planteaba Carolina era que su madre no adivinase lo que realmente sentía.

Camino de Santa Justa, encendió la radio del coche. Empezó a sonar la banda sonora de Mamma mía. Eva lo cambió ¡sólo faltaba que sonara aquella canción que siempre la emocionaba! la que canta Meryl Street mientras viste a su hija de novia ¡ya la hizo llorar cuando su hija tenía 8 años y vieron la película por primera vez!

Y ahora había llegado el momento, la temida despedida. Carol se apoya en un poste y Eva no puede evitar leer sus pensamientos como si fuera transparente. Se podría decir que ve el poste a través de ella de traslucida que le resulta, pero intenta disimularlo. La conoce tan bien, que sabe que esa habilidad suya de adivinar lo que piensa le resulta molesta, y lo sabe, porque a ella también le pasaba con su madre. Cuando se fue de casa había días que no se atrevía a llamarla por teléfono porque sabía que, con solo escuchar su voz, notaría que estaba disgustada por algo.

Carol está enfadada consigo misma. Siempre había soñado con esos meses en el extranjero ¿por qué ahora se siente tan insegura? Y lo que mas coraje le da es que su madre le esté adivinando el pensamiento, como siempre. ¡pero si cuando salía del colegio no le había dicho ni hola y ya le estaba preguntando por lo que le había pasado! Siempre se reían con una frase que decían en la película de Manolito Gafotas: “a mi madre no la contrata la CIA porque la CIA no la conoce”.

Después de sonreír con estos recuerdos, Carolina mira por primera vez a los ojos a su madre en todo el día y la ve esforzándose por distraerla, por ahuyentar sus miedos, dejando a un lado los suyos. Y de pronto piensa. “¿se me estará desarrollando a mí también la dichosa telepatía pero en sentido inverso?” Lo cierto es que ahora ella podía intuir como se sentía su madre y recordó un día, hace mucho tiempo, en el que sintió algo parecido. Era su primer día de colegio y cuando su maestra le preguntó por el motivo de su llanto, ella le contestó que lloraba por que su madre se sentiría sola sin ella. Entonces, y solo entonces, abrazó a Eva y rompió a llorar.


Ana María Cumbrera Barroso.

domingo, 15 de octubre de 2017


Nunca vuelvas donde fuiste feliz

Cuando llegó esa mañana a la Campana poco podía imaginar lo que pasaría, pidió su café y el periódico y con la prontitud de los buenos camareros lo tenía encima de la mesa al momento, al lado de su sombrero. Como siempre empezó por el final y al llegar a las necrológicas lo  vio, era el nombre que menos esperaba, pero allí  estaba. Se puso tan nervioso que no sabía qué hacer. Pagó y se levantó. Sus pies lo encaminaron, sin saber por qué, a su casa, la calle San Vicente. Se paró enfrente, había gente entrando y saliendo, aprovechó un hueco y entró. Nadie lo paró hasta el patio, allí conoció a la hija mayor, tenía su misma cara.

-         Lo siento mucho, ¿cómo está tu madre?

-         Muy afectada, ¿quién es Usted?

-         Un viejo amigo, ¿la puedo ver?

-         Ahora se ha tomado un calmante, mejor mañana en el entierro.

Se fue muy decepcionado y esperó hasta el día siguiente, la Plaza del Salvador estaba repleta, desde lejos pudo verla, pero estaba rodeada de sus hijas y de gente que él no conocía, desistió de verla.

Esperó dos días y empezó a pasear la calle, sabía que ella saldría en algún momento, y no tardó en encontrársela tan elegante como siempre. Al principio no le reconoció, los años no pasan en balde, pero cuando lo hizo, su cara denotaba sorpresa, pero no desagrado. Tras un momento, empezaron a hablar, como si no hubieran pasado veinte años, como si sus padres no les hubieran separado, como si la política, siempre la política, no hubiera estado entre ellos.

El momento fue muy emocionante para los dos, después de tantos años se estaban hablando, pero ya no era como hacía años. Su tono de voz era muy cansado, la vida la había vencido y tras el café al que la invitó en un recóndito bar de una bocacalle a la espalda del Museo, le dijo adiós.

-         No es posible, lo pasado, pasado.

     Tantos años imaginando ese encuentro, tantos años odiándose por haberse ido, odiando a quien le obligó a irse, odiando a todos y a todo y ahora que la veía, ese odio se diluyó, simplemente la vio alejarse con esa buena figura de la que siempre había presumido y muy triste pensó que no se puede volver a donde se fue feliz…

         José Luis Álvarez Cubero

7 de octubre de 2017

La nieta

Esa mañana los pájaros de la plaza que iniciaba la ancha avenida volaban tranquilos. Mientras llevaba de su mano a su nieta, le iba contando sus historias de la guerra, ella era muy pequeña entonces, pero recordaba perfectamente los bombardeos, el tableteo de fusilada, los cristales rotos. Parecía tan real, aunque lo había vivido hace mucho tiempo, pero ahora que iba perdiendo la memoria de lo presente, solo recordaba el lejano pasado, quizás en estos últimos años lo que le quedaba por vivir era solo ese triste pasado.

La abuela sabía que su nieta siempre la miraba con admiración o interés, aunque también sabía que había un interés oculto, al final del paseo siempre la debía recompensar con algo, un helado, un juguete, o cualquier capricho de las tiendas aledañas.

Es curiosa la relación entre una abuela y una nieta, pensaba mientras se adentraba en la avenida, solo el cariño existe, pues la responsabilidad de educar no era suya, de eso ya se encargaría la madre, su hija. Ella la veía con sus ojos de abuela, aunque le parecía que nunca cambiaba esa niña, que siempre estaba igual de linda.

Esa mañana de agosto, no sabía por qué, la abuela estaba especialmente melancólica, recordaba tantas caras angustiadas, no solo de la guerra, sino también de los tiempos de la posguerra, del hambre indefinible, de la angustia que llegaba como un eco de sus mayores, de sus padres, tíos y  vecinos.

Ahora en 2017 era diferente, reflexionaba cuando veía tanta gente andando por la avenida, un régimen democrático había hecho olvidar los rencores del pasado, o, al menos, a ella le parecía que era así. Una especie de Pax romana había entrado en Europa y el mundo y la seguridad de la pobre paga le hacía vivir tranquila.

Se acercó entonces a un árbol de aquel paseo rodeado de tiendas y bares, de aquella Rambla y a través de la imagen de su nieta tocó el árbol junto al mercado donde la maldita furgoneta blanca la había atropellado.

José Luis Álvarez Cubero

17 de agosto de 2017

Un día de agosto del 36

Cuando vi a la muchacha acercándose en su rosa bicicleta no podía sospechar lo que traía en su trasportín. Llevábamos dos días en que no había habido noticias, ni de un bando ni de otro, parecía que estábamos en tierra de nadie. Todo el día de hoy había intentado coger la emisión de Radio Unión Sevilla para ver qué decían del avance de las tropas, pero siempre con una manta por encima para que no se escuchara, y esto en agosto era una tortura.

Me había asomado a la terraza para con los prismáticos antiguos de mi tío otear el horizonte, los que habían estado mandando no parecían estar y en el camino de Llerena solo sonaban los suspiros. Desde que hace dos días nos obligaron a abrir la iglesia para ver si estaba llena de fusiles, amenazándonos de muerte si los encontraban, no nos habían vuelto a molestar. Al asomarme hacia la calle mi sombra hizo que la niña mirara arriba, en seguida me hizo un gesto para que bajara, su expresión desvelaba un gran miedo.

Rápidamente bajé las escaleras del doblado y me planté en la puerta, de su trasportín surgió algo envuelto en trapos muy sucios, me lo dio sin decir nada y salió corriendo. Miré a derecha e izquierda y nadie aparecía, por lo que volví a cerrar, teniendo la precaución de poner la tranca que desde hace un mes siempre estaba puesta.

Mi tío Luis vestido con su sotana, a pesar del calor, decía que si iba a morir mejor hacerlo bien vestido, me había visto bajar a toda velocidad y vino a ver qué era. Desenvolvimos el hato y nos encontramos con el cáliz de consagrar que habían robado en el registro los del otro día. Sin duda, alguien que no se atrevía a traerlo lo encontró tirado y mandó a la niña pensando que ella no levantaría sospechas. Parece que en su huida no sabían muy bien lo que perdían. Quizás en estos días aciagos era la única alegría que íbamos a tener.

De repente, sonaron disparos por el camino de Guadalcanal, se acercaban. Con mis prismáticos subí a la azotea de nuevo y a lo lejos vi nubes de polvo.

¡Ya están aquí!, ¡Ya están aquí!

Meses de incertidumbre habían llegado a su fin, en unas dos horas aparecieron por las calles del pueblo un grupo de boinas rojas. Mi tío y yo salimos a recibirlos, ellos, al ver su sotana, le besaban la mano y él casi llorando después de tantas penalidades, les bendijo.

Esto leía el sobrinonieto de ese cura reflexionando sobre cómo un millón de personas murió en una guerra fraticida donde todos los bandos fueron perdedores y solo algunos lograron tener un poder omnímodo que se perpetuó por cuarenta años y deseando que los nietos del hombre que escribió esta historia no lleguen  a conocer algo así nunca más.

                                                                                                                             José Luis Álvarez Cubero

Lebrija 3 de junio de 2017

jueves, 12 de octubre de 2017

 Cómo no podía ser de otra forma, este fin de semana no íba a ser distinto. Toda la semana trabajando mañana y tarde le confieren al domingo un papel de día deseado, y por otro la confirmación y seguridad de ser un día más entre tantos ... o por lo menos eso creía yo ...

Salí de casa cómo de costumbre. Había quedado con Julián para tomar algo, almorzar, y después disfrutar de nuestras sobremesas futboleras. Cogí el autobús de linea que me llevaba siempre cerca de la alameda, para después desplazarme por las calles angostas de sevilla hasta mi destino.

Allí estaba Julián, apoyado en uno de los bancos de la plaza de la encarnación. Al principio no reparé, pero lo empecé a notar más y más nervioso conforme me acercaba ...

  • ¡que tal julián! ¿por dónde comenzamos hoy nuestra ronda?.
En ese momento tiró el cigarro, con algo de desgana. Lo vi enfadado, casi irascible.
  • ¡Pedro! Ven rápido. Necesito que me ayudes ...
  • ¿que pasa Julián?
  • ¡ven conmigo!
Me llevó a un lugar un poco más apartado y ahí fué más explícito.
¡!Pedro; esta mañana hemos tenido un accidente ...!
¿hemos? Le pregunté ...
Si, ella ... Clara ... ya sabes, la chica con la convivo desde hace unos meses ...
¡Ah si! Le contesté. Y que todavía no has tenido narices de presentármela ... es que eres duro para mantener un compromiso ...
¡no estoy para bromas, Pedro! Ven conmigo ...
Comenzó a correr en dirección a la plaza de San Pedro y, a la altura del tremendo de santa catalina, torcer por la calle alhóndiga a un paso demasiado apresurado ...

¡Julián, tranquilo! le dije tartamudeando, ya que seguir su paso me resultaba cada vez más imposible ...

Llegamos a su pequeño apartamento en la calle Santiago, un lugar que para cualquier otra persona tendría un aspecto de "picadero" más que de residencia formal ...

Entramos por la puerta y allí la ví ... estaba caida en el suelo, junto a un pequeño charco de sangre y semiinsconciente ...

¿que ha pasado Julián?

Pedro se llevó nerviosamente los nudillos a la boca para mordisqueárselos ... temblaba y tartamudeaba a la vez, sin decir nada coherente.

Me acerqué y pude observar que aún respiraba.

¡Clara! ¡Clara!

Al no responderme, opté por lo más lógico. Cogí mi móvil y me iba a disponer a llamar a urgencias, cuando pedro me detuvo.

¿pero que haces? ¡estás loco! Parecerá que hubo una riña entre ambos y me echarán la culpa de todo ...
Pude tomarle el pulso al Clara y, aunque tenue, todavía daba señales de vida.

¡Echame una mano Julián!. Intentabamos entre los dos levantarla y poder acostarla en el pequeño sofá de la salita. Le puse un pañuelo en la herida, de la que parecía que habia dejado de sangrar. Y en ese momento empezó a recuperar el conocimiento ...
¡Clara, clara! ¿que ha pasado?

Balbuceaba palabras poco comprensibles, y poco a poco se fue reanimando.

¿quién eres? Me preguntó.
Hola, soy Pedro, amigo de Julián. ¿que ha ocurrido?
No lo sé, me contesto Clara. Estaba sentada aqui. Julián había salido a hacer unos recados, cuando alguien llamó a la puerta. En ese momento, al querer abrir la puerta, noté un fuerte empujón y me caí. No recuerdo nada más.

Miramos a izquierda y derecha, y ellos no echaron nada de menos ... o casi nada ...
¿dónde está el pequeño jarrón de la mesita de noche?, preguntó clara.

Julián seguía aturdido, y prácticamente no acertaba en tomar una decision.

Vamos a ver, pregunté a ambos- ¿echais algo mas de menos? ¿que había en ese jarrón?

Se miraron nerviosos ... y por fin clara se explicó:

Teniamos algún dinero ahorrado para nosotros ... lo escondiamos ahí para algún gasto extra ... tú ya sabes ...

¿te acuerdas de su rostro?.

No. Lo que si creo recordar es que tenía sombrero ... poco mas ...

¡pues busquemoslo!, inquirió Julián. Espero que tengamos suerte ...

Bajamos los escalones hasta la entrada, y salimos corriendo en la primera dirección que se nos ocurrió. Llegamos a la plaza de la Pila del Pato, y posteriormente por la plaza de la alfalfa, bar sopa de ganso, encarnación ...

Julián siguió por la avenida, en dirección a campana. Clara iba detrás y yo terminaba el grupo corriendo cómo hacia tiempo que no lo hacia ...

¡ahí está! Gritó Clara llevándose las manos a la boca en un gesto entre sorpresa y miedo.

¡Ese hombre con sombrero está sentado en la cafetreria de la campana leyendo en el periódico las necrológicas".

¡Julián, espera! Mi amigo no se lo pensó dos veces, y de un gran salto cogió por el cuello a este sujeto. Los dos rodaron por medio de las mesas de la cafeteria, ante el estupor de los allí presentes.

Llegué junto a Clara y entre los 3 intentamos retener al sujeto, que luchaba denonadamente con los tres. Yo le tenia sujeto por un brazo, Clara por una pierna y
a duras penas conseguimos tirarlo al suelo. A todo esto, Julián consiguió arrebarle su jarrón. ¡lo conseguimos!

La policia acudió por la llamada de una mujer que se hallaba en la cafeteria. Los tres presentamos declaración en la comisaria pero ... a pesar de que todo habia acabado bien ... o no

El agente que me habia interrogado departía con un compañero suyo, y me animé a preguntarle ...

Disculpe agente, ... me gustaría preguntarle algo ...
El se volvió y, con gesto divertivo, me dijo que quería ...

Me gustaria saber que interés podría tener el ladrón en un viejo jarrón dónde mis amigos tenías unos pocos ahorros ...

¡un pobre jarrón! ¿no saben realmente el valor del jarrón que tenían sus amigos en su casa? ¡es una pieza de una colección muy valiosa valorada en varios miles de euros!

José María Vázquez
... las 3 de la mañana. No dejaba de dar vueltas y vueltas sobre la cama. La noche se estaba haciendo larga, muy larga. No conseguia conciliar el sueño. El día había sido cómo cualquier otro día de vacaciones en la playa ... salir a dar un paseo por los pinares ... acudir a hacer los recados diarios ... visita breve a la piscina ... en fin, cómo cualquier otro día de playa ...

Me ajusté los auriculares para buscar el enésimo podcast al que aferrarme en esta noche de incomnio cuando crei escuchar algo. Agudicé el oido, y al momento parecía que lo que único que imperaba era el maravilloso y envolvente silencio nocturno. Sin embargo, me levanté y crucé el pequeño patio al lado de mi dormitorio. La puerta de la verja estaba semiabierta ... ¡que extraño! ¡juraria que la dejé cerrada cómo todas las noches!. Me acerqué a cerrarla cuando vi una pequeña sombra ... me quedé inmovilizado. La sombra estaba quieta, y era de una persona sin ningún tipo de dudas ...

Me quedé parado sin sabe que hacer, y al momento me arrepentí de esta reacción infantil. Sería algún vecino que había llegado más tarde a la urbanización, posiblemente con algún problema de retención de líquidos, y me asomé con toda naturalidad para saludarlo y cerrar mi portal ... sin embargo, al asomarme para para saludarlo, me dí cuenta que no había nadie ...

Ya francamente alterado, cerré la verja y cuando me iba a dar la vuelta, noté la inconfundible sensación de que alguíen estaba a mis espaldas ...me volví lentamente, con toda la parsimonia que podía hacer gala aunque los nervíos empezaban a dominarme ... y en esto me volví repentinamente ...

¡No había nadie!. Bastante nervioso, me apresuré a cruzar lo más rápidamente que pude el espacio entre la puerta del patio y la de la casa ... y alli estaba ...

Al lado del la pequeña higuera, en un poste que servía para sujetar el toldo que nos suavizaba las largas horas de sol del día, estaba ella. Su imagen era poco clara, pero su cabello se agitaba con la escasa brisa de la noche. Me acerqué a ella lentamente, intentando escudriñar en la oscuridad las facciones de esa imagen que se me ofrecía pero que no terminaba de vislumbrar con claridad ...

Al llegar escasamente a un par de pasos, su rostro estaba mirando a un lado. Era una chica joven, o eso me pareció ver. Sus rostro aún segúia siendo un misterio para mi, ya que su cabello, suave y suelto, no me permitía verlo. En ese momento, ví cómo se volvía lentamente, y sus ojos, al clavarlos en los míos, me provocó un intenso escalofrío ... y un grito de terror procedente de su garganta me hizo salir huyendo hacia el interior de mi casa ...

Entré lo más rápidamente posible en mi casa, no sin observar que ella me seguía con un rapidez que yo no podía superar. Noté su aliento detrás, con un olor dulzón que me embriagaba. Al llegar a mi dormitorio, quise buscar algo con lo que defenderme, y sin embargo notaba que algo me sujetaba mi brazo derecho. No sin esfuerzo, conseguí deshacerme de lo que me tenia preso, y entonces ...


¡me encontré caido al lago de mi cama con una lamparilla en mi mano! ¡todo había sido una mala pesadilla!

José María Vázaquez

Inspiración:

El reloj de la vieja estación marcaba las diez en punto cuando el viajero descendió del tren. Lo primero que observó fue la luz deslumbrante del día. Era una mañana luminosa, casi cegadora y en el cielo, de un azul purísimo, no había ni una sola nube.

Como siempre que visitaba su ciudad natal, comenzó el día recorriendo los lugares que habían sido escenario de su infancia. ¡Su ya lejana niñez!- pensó-aquellos pocos años que tanta impronta dejaban en el alma, hasta el punto de que siempre llevamos dentro de nosotros aquel niño que fuimos. Esa etapa de la vida, tan corta, pero con esa otra noción del tiempo, que haces que recuerdes los días largos, los veranos interminables y las lentas horas. Reflexionó en cómo quedaban impregnados en la memoria no solo vivencias, sino también olores, colores y texturas ; sensaciones e imágenes con las que, una vez mas, se reencontraba.

Acompañado de sus pensamientos, como siempre, se vio a a si mismo de niño. Fue un niño solitario y seguía siendo un hombre solitario, aunque , durante unos breves y dichosos años, hizo una parte del trayecto acompañado. Siempre añoraría esos años, pero amaba su soledad y no renegaba de ella, era una parte de si mismo.

Su nostálgico paseo terminó en el mismo sitio de siempre, aquel café en el centro de la ciudad que era el favorito de su madre. Se acordó de ella, de cuanto le habría gustado venir y le pareció verla, tan joven y bonita, llevándolo a él de la mano cuando era pequeño .Le parecía ver sus ojos, tan brillantes como los suyos propios, ante el magnífico escaparate lleno de deliciosos dulces.

Tomó asiento en el exterior, buscando refugio en la sombra del sol del mediodía y el camarero, solícito ,le acercó un café y el periódico del día.

Era uno mas de los muchos hombres con traje oscuro y sombrero que descasaban un rato en aquel concurrido lugar. No era muy amante del bullicio que le rodeaba, pero tenía la capacidad de aislarse y seguir con su continuo diálogo consigo mismo.

Abrió el periódico y en seguida encontró lo que buscaba. Allí estaba, en un lugar destacado, la esquela del buen amigo de su padre. Asistir a su sepelio era el motivo de su visita. Pero él prefería recordarlo de joven, cuando visitaba a su padre. Los dos se encerraban en el despacho y allí divagaban, en una eterna conversación, sobre la vida, los sueños y su pasión común. Él se colaba a escondidas y podía pasarse las horas muertas escuchándolos.

Recuerdos, ensoñaciones, los aromas del aire , la claridad del día y sobre todo, el recuerdo de su padre...su querido padre. Todo daba vueltas en su mente, hasta que fueron tomando forma de palabras. Y sus versos, sus amados versos, fluyeron de su corazón a su cabeza . Sacó el lápiz que siempre llevaba consigo y en los márgenes de aquel periódico, escribió:

Esta luz de Sevilla... Es el palacio
donde nací, con su rumor de fuente.
Mi padre, en su despacho.—La alta frente,
la breve mosca, y el bigote lacio—.

Mi padre, aun joven. Lee, escribe, hojea
sus libros y medita. Se levanta;
va hacia la puerta del jardín. Pasea.
A veces habla solo, a veces canta.

Sus grandes ojos de mirar inquieto
ahora vagar parecen, sin objeto
donde puedan posar, en el vacío.

Ya escapan de su ayer a su mañana;
ya miran en el tiempo, ¡padre mío!,
piadosamente mi cabeza cana.


Durante los instantes en los que está escribiendo se abstrae totalmente del ambiente exterior. Cuando termina, satisfecho con el resultado, se levanta y paga. El camarero, un hombre bonachón y simpático que lo conoce de ocasiones anteriores, lo despide con un jovial:
-¡Hasta pronto, don Antonio!


Ana Mª Cumbrera Barroso.