jueves, 12 de octubre de 2017

Inspiración:

El reloj de la vieja estación marcaba las diez en punto cuando el viajero descendió del tren. Lo primero que observó fue la luz deslumbrante del día. Era una mañana luminosa, casi cegadora y en el cielo, de un azul purísimo, no había ni una sola nube.

Como siempre que visitaba su ciudad natal, comenzó el día recorriendo los lugares que habían sido escenario de su infancia. ¡Su ya lejana niñez!- pensó-aquellos pocos años que tanta impronta dejaban en el alma, hasta el punto de que siempre llevamos dentro de nosotros aquel niño que fuimos. Esa etapa de la vida, tan corta, pero con esa otra noción del tiempo, que haces que recuerdes los días largos, los veranos interminables y las lentas horas. Reflexionó en cómo quedaban impregnados en la memoria no solo vivencias, sino también olores, colores y texturas ; sensaciones e imágenes con las que, una vez mas, se reencontraba.

Acompañado de sus pensamientos, como siempre, se vio a a si mismo de niño. Fue un niño solitario y seguía siendo un hombre solitario, aunque , durante unos breves y dichosos años, hizo una parte del trayecto acompañado. Siempre añoraría esos años, pero amaba su soledad y no renegaba de ella, era una parte de si mismo.

Su nostálgico paseo terminó en el mismo sitio de siempre, aquel café en el centro de la ciudad que era el favorito de su madre. Se acordó de ella, de cuanto le habría gustado venir y le pareció verla, tan joven y bonita, llevándolo a él de la mano cuando era pequeño .Le parecía ver sus ojos, tan brillantes como los suyos propios, ante el magnífico escaparate lleno de deliciosos dulces.

Tomó asiento en el exterior, buscando refugio en la sombra del sol del mediodía y el camarero, solícito ,le acercó un café y el periódico del día.

Era uno mas de los muchos hombres con traje oscuro y sombrero que descasaban un rato en aquel concurrido lugar. No era muy amante del bullicio que le rodeaba, pero tenía la capacidad de aislarse y seguir con su continuo diálogo consigo mismo.

Abrió el periódico y en seguida encontró lo que buscaba. Allí estaba, en un lugar destacado, la esquela del buen amigo de su padre. Asistir a su sepelio era el motivo de su visita. Pero él prefería recordarlo de joven, cuando visitaba a su padre. Los dos se encerraban en el despacho y allí divagaban, en una eterna conversación, sobre la vida, los sueños y su pasión común. Él se colaba a escondidas y podía pasarse las horas muertas escuchándolos.

Recuerdos, ensoñaciones, los aromas del aire , la claridad del día y sobre todo, el recuerdo de su padre...su querido padre. Todo daba vueltas en su mente, hasta que fueron tomando forma de palabras. Y sus versos, sus amados versos, fluyeron de su corazón a su cabeza . Sacó el lápiz que siempre llevaba consigo y en los márgenes de aquel periódico, escribió:

Esta luz de Sevilla... Es el palacio
donde nací, con su rumor de fuente.
Mi padre, en su despacho.—La alta frente,
la breve mosca, y el bigote lacio—.

Mi padre, aun joven. Lee, escribe, hojea
sus libros y medita. Se levanta;
va hacia la puerta del jardín. Pasea.
A veces habla solo, a veces canta.

Sus grandes ojos de mirar inquieto
ahora vagar parecen, sin objeto
donde puedan posar, en el vacío.

Ya escapan de su ayer a su mañana;
ya miran en el tiempo, ¡padre mío!,
piadosamente mi cabeza cana.


Durante los instantes en los que está escribiendo se abstrae totalmente del ambiente exterior. Cuando termina, satisfecho con el resultado, se levanta y paga. El camarero, un hombre bonachón y simpático que lo conoce de ocasiones anteriores, lo despide con un jovial:
-¡Hasta pronto, don Antonio!


Ana Mª Cumbrera Barroso.

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