miércoles, 4 de octubre de 2017

... acababa de anochecer. En aquella sala de espera oscura y triste, seguíamos esperando acontecimientos. Uno de nosotrros no hacía más que entrar y salir para encender un cigarrillo, al que apenas, después de dos o tres caladas, tiraba en una muestra más de cansancio y desesperanza .. Los otros tres nos mirábamos los unos a los otros, con esa mirada cómplice del que espera tanto que le dén ánimo cómo él que quiere mantenerse entero, sin dar a entender que está tan triste y destrozado cómo ellos ...

La noche había sido muy triste y larga. El sonido del telefóno a eso de la medianoche no auguraba nada bueno. Mi mujer me miró entre extrañada y alarmada. Me puse: "¡dígame!". ¡hola! ¿pasa algo?. Por supuesto, estoy allí en media ahora ... no te preocupes que todo va a salir bien ... o eso deseábamos todos ...

No tardé ni 20 minutos, y en la sala de urgencias estaban otros dos amigos esperando. ¡que mala suerte! Espetó uno ... ¡no tendría que haber cogido el coche ... si hay taxis por doquier toda la noche ...!, comentó el otro.

Sin querer pedir más explicaciones, entré con ellos al interior. Escenas de todo tipo en la entrada ... un borracho tendido en una hilera de asientos ... dos chavales llorando el uno sobre el otro esperando acontecimientos ... algo que no se le desea a nadie ...

Al principio estábamos muy desorientados. No sabiamos a ciencia cierta que había ocurrido realmente. Las noticias que nos llegaban era de un choque frontal con una motorista, el cual había salido bien parado ... pero la hija de nuestro amigo ...

Esa misma mañana había estado preparándose para la fiesta de graduación. Se fué a la peluqueria, volvío loca a su madre demandándole continuamente su atención -mamá, planchame el vestido ... la chaqueta esta recogida del tinte ... ayúdame a plancharme el pelo ...

Terminó de estudiar tarde, porque es de las que les gusta aprovechar mucho el tiempo ... nadie podía pensar en algo así ... hasta que ocurre.

Seguimos hablando de temas triviales. Que si estoy aburrido de mi trabajo, que si no tengo tiempo para mi, que si mis hijos me adsorben el poco tiempo del que dispongo ... conversación propia de cincuentañeros con vistazos a una juventud que se nos escapó y no supimos saborear cómo hubieramos querido o podido ...

Al cabo de un rato, dormitamos un poco. Eran las 6 de la mañana y no estábamos precisamente acostumbrados ni a trasnochar ni a madrugar ... y esta largúisima espera ...

En el otro extremo de la sala, un hombre apoya los codos sobre la barandilla de la terraza, de tal forma que se proyecta la sombra de su cuerpo sobre la calle. La sombra de su cabeza se encuentra en mitad de un sendero, a la espalda del hospital. Por ese camino se acerca pedaleando en una bici una niña. Era muy joven, extraordinariamente joven, con ese aire despreocupado que tienen todos aquellos que nunca piensan que les pueda acontecer nada malo ... y sin temor a nada o a casi nada ... ¡bendita ignorancia! ¡que envidia! ¡quién pudiera estar en su lugar sin ninguna preocupación o zozobra!.

Me levanté a pedir un café. Les dirigí a todos una mirada inquisitiva, demándandoles si les apetecía. Uno me hizo un gesto de no poder con más cafeina ... otro me dijo que no quería pero que me acompañaba ... el tercero dormía apoyando su cabeza sobre el hombro de su mujer, agotado por una noche llena de acontecimientos y desesperanza.

Me comentaba mi amigo, con voz ronca por el cansancio y la preocupación, que se arrepentía de haber animado a su hija a sacarse el carnet de conducir. Yo le consolaba diciéndole que no podíamos echarnos la culpa de casi nada, si acaso, de haberle dado más de lo que se debería ... Al momento, se echó a llorar. La noche estaba llena de mucha tensión, ya había que soltarla de una vez ... ¡malditos coches!.


Cuando volvimos, un rayo de esperanza en forma de sonrisa de oreja y oreja del médico, al darnos las últimas noticias de la que era, en esa noche, hija de todos y cada uno de nosotros. Con un pronóstico aún reservado, no había daños irreversibles y en unas semanas podríamos disfrutar de ella cómo hasta ahora . ¡que maravilla! ¡que alegría!

José María Vázquez Recio. 

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