sábado, 13 de mayo de 2023

Crónica de un matrimonio:

 

Juan y Marta se conocían desde siempre. Pertenecientes a dos familias acomodadas del Madrid de la posguerra, eran amigos desde niños. Cuando alcanzaron la adolescencia solo a ella le confesó Juan su secreto: la inevitable atracción que sentía por las personas de su mismo sexo. Ella lo sabía y, por supuesto, no le importó, la confidencia los unió más aún. Marta se sentía con Juan a sus anchas, no era un posible pretendiente. Ella soñaba con estudiar una carrera, trabajar, independizarse...pero la sociedad y su familia la presionaban para buscar marido, considerando que no había papel más importante para ella que la de ser una buena madre de familia.


Pasada la primera juventud, ambos estaban descontentos. Él por la hipocresía de su vida, siempre obligado a fingir lo que no era, ella, por la falta de libertad de la suya.


Contemplando los jardines del Retiro, desde el balcón de su habitación, Marta sentía que la vida se le iba. Había recibido una educación esmerada que no le servía de nada, pues sus padres se opusieron terminantemente a que ella trabajara. Sus amigas iban casándose, algunas tenían ya hijos . En cambio, su abultado ajuar parecía burlarse de ella. Nunca había tenido novio, los chicos de buena sociedad se espantaban ante su inteligencia clara y su forma de expresar ideas propias y poco convencionales. Y no es que le importase quedarse soltera, si eso hubiese sido sinónimo de libertad, es que para la sociedad era una solterona que de todas formas debía permanecer en la casa familiar, en la que cada día se sentía más asfixiada.


Poco a poco, una idea fue abriéndose paso en su mente, fue tomando forma y cuanto más lo pensaba, menos descabellada le parecía.


Convocó a Juan y así, de buenas a primeras, se lo soltó a bocajarro:



    • ¡Casémonos!- aquí tuvo que hacer una pausa pues tuvo un ataque de risa ante la expresión de él, entre pasmada y asustada- piénsalo tranquilamente, somos más amigos de lo que lo son las mayoría de las parejas. Te lo propongo como un pacto: tú serás libres para tener todas las relaciones que quieras, pero serás ante todos un hombre respetable. Yo espero disfrutar de la libertad que aquí me falta. Seremos un matrimonio en público, solo amigos en privado.


Juan no tuvo que pensárselo mucho, tras la sorpresa inicial, la lógica de ella lo convenció. Se prometieron enseguida, para satisfacción de las dos familias, que, por distintos motivos, suspiraron aliviados.


Su noviazgo fue de lo más divertido; lo pasaron en grande decorando su nuevo hogar y organizando la boda y el convite posterior. Y, aunque no hubo noche de bodas, también disfrutaron de una luna de miel en toda regla, viajando por el extranjero.


Así iniciaron una convivencia que se basaba en la amistad y en el respeto, en la complicidad y en la tolerancia. A veces, él se sorprendía, porque le apetecía más quedarse pasando la velada con Marta, que salir por las noches; y ella, que ahora era una mujer realizada y había seguido estudiando, disfrutaba pasando junto a él el final del día. Tenían gustos similares y, aunque no eran amantes, eran compañeros.


Lo único no programado en aquel pacto se llamó Javier, un niño fruto de la única noche en la que, después de una cena regada con demasiado vino, compartieron la cama para algo más que para dormir. Se arrepintieron en seguida, se lo tomaron a broma. Sin embargo, aquel embarazo, totalmente impensable, los llenó de alegría.


La experiencia de ser padres todavía les unió más. Juan no era como los maridos de sus amigas, se implicó, la ayudó, pudo seguir estudiando.


Con el tiempo y la madurez, descubrieron que su matrimonio era mucho más sólido que el de sus conocidos, y bastante más feliz que el de la mayoría. Nunca se arrepintieron de su pacto. Nunca se enamoraron, pero se querían. Si alguien le preguntaba a Juan quién era la persona más importante de su vida, sin dudar contestaba: -Marta, mi mujer.


Ana María Cumbrera Barroso.




La novia de la laguna:

 Era ya casi mediodia, cuando Sofía se encontraba frente al espejo de la peinadora de su dormitorio, suspirando ...


¡Vamos Mamá! ¡Date prisa!. No dentro de mucho tiempo Papá nos recogerá y no quiero llegar tarde. Juan Carlos se pone muy nervioso ... tú, mejor que nadie, lo sabes ... no hay que hacer esperar al novio más de lo necesario ...


Leonor, su fiel doncella, se sonreía. No era la primera vez que su señora la confundía. Ella, como ya le habían advertido varias veces, no estaba en la misma realidad que ellos ...


¡Señorita, ya está usted preparada. Cuando guste, llamo al cochero y la lleva a la iglesia ...!


¡Venga chiquilla, vamos! le contestaba Sofía, no sin cierto tono de enfado.

Saliendo de su habitación, buena parte del servicio se puso a verla, con algún comentario que otro jocoso, y alguna risita mal disimulada. Sofía, con toda la dignidad de sus 74 años, bajaba por la majestuosa escalera, ante la mirada divertida de todos.


¡Señora, coja mi mano. La acompaño al coche!, le dijo su cochero, haciendo un gran esfuerzo para no reirse delante de su señora.


¡Vamos Froilán, vamos, que llegamos tarde! apremiaba Sofía entre alguna que otra carcajada de la comitiva, acostumbrada ya a ver esta escena demasiadas veces.


Una vez en el coche, abrió la ventanilla, saludando a todo el mundo que quién se cruza ba. Algunos transeuntes, divertidos, le contestaban entre vítores y chanzas varias, y hasta algunos golfillos le tiraban piedras que Sofia confundía con flores a mayor homenaje de la novia.

Una vez llegados a la Laguna, con algunos veraneantes esperando cola en el bus que los llevaría a la plaza, Sofia bajó con su vestido de novia, entre el asombro y el desconcierto de los forasteros. ¿pero dónde iría esa señora vestida de novia en pleno verano, con el calor que hace?.


Fiel a su costumbre, se sentó en un pequeño banco, y empezó a pedir que se acercaran todos a felicitarla. ¿Dónde está mi padre? ¿Aún no ha llegado? ¿Quién me va a entregar a mi prometido? ¿Ha llegado ya Juan Carlos?.


El cochero se sentó en un rama de un árbol, cerca de dónde estaba Sofía. Muchas veces pensaba que su señora no debería hacer eso. El pueblo comentaba y chismorreaba mucho, y eso su señora no se lo merecía. Aunque estuviera loca, que lo estaba, pero ninguna señora del mundo se lo merecía ...


Y bien es verdad que le vida o, mejor dicho, el amor no la trató bien. Cuando llegó a la casa le contaron la historia de Doña Sofía. Un triste día de hace algo más de medio siglo, al llegar al altar, un accidente de coche provocó el fallecimiento de su prometido. La noticia tan dura se la comunicó su padre, pero Sofía nunca lo aceptó, y años tras año, como cada 9 de octubre, ella íba a la laguna para unirse a su prometido.


La tarde pasaba tranquilamente, cuando unas pequeñas gotas de lluvía hacían presagiar una tormenta de verano más.


¡Señora, está a punto de llover, y no estaría bien que se le estropeara su vestido. Podemos resguadarnos en el refugio, si le parece ...!


¡Calla! Dame una sombrilla y vete. Tengo que esperar a Juan Carlos. ¡Que novia no haría lo mismo!.


Froilán, algo apesadumbrado, le dió lo que pedía y apenas le dió tiempo de guarecerse en un refugio cercano, ya que la lluvia arreció y no quería coger una pulmonía ...


Una vez llegó al refugio, pudo ver que las aguas de la laguna estaban muy revueltas, con un oleaje muy fuerte desconocido para él, y eso que llevaba ya varios años en el pueblo. El temporal fue de menos a más, y todos los árboles eran azotados por un viento feroz. El nivel del agua crecía y crecía, acercándose cada vez más a Sofía, que seguía sentada, ajena a todo lo que estaba ocurriendo.


Froilán, viendo a su señora en peligro, corrió a su encuentro, con un viento de frente que apenas le dejaba avanzar. Le gritaba, diciéndose que saliera de allí, pero ella no le escuchaba. Sin embargo, una de las veces que la llamó, volvió su cara y pudo ver como Sofía, en medio de la tormenta, esgrimía una sonrisa de felicidad, cogiendo un pequeño anillo ofrecido por una mano que salía desde las mismas aguas ... Una vez se lo pusó, se volvió a su fiel cochero y le dijo adiós, dándole las gracias por tantos años de servicio, su vida y su mundo ya no estaban aquí. Giró su cabeza, mirando a esa laguna que tantas veces la observó, y entró poco a poco en la laguna de la mano surgida de las aguas.



                                                                                                 José María Vázquez Recio.

Mayo 2023. 

sábado, 22 de abril de 2023

La madrecita:

 

(Inspirado en la obra pictórica del mismo título de Gonzalo Bilbao)


Marta tenía solamente ocho años cuando su madre le dijo que nunca volvería a ir al colegio. Tendría que quedarse en casa para cuidar de sus hermanos. Ella era la mayor. Cinco chiquillos la seguían en edad, desde el bebé recién destetado, hasta la que contaba 4 años. Su madre trabajaba en la fábrica de tabaco, se marchaba al amanecer y no regresaba hasta la noche, cuando apenas le alcanzaba para acostar a sus pequeños. Siempre le decía que ella era sus pies y sus manos, que sin su ayuda no podría trabajar y ganar el pan de todos. Su padre había fallecido un año antes al caer del andamio de la obra en la que trabajaba.


De su etapa escolar le quedaron el amor a los libros y la hermosa caligrafía con la que, en aquella época, los niños aprendían a escribir. Fue duro dejar la escuela y a su dulce maestra, aquella que en sus primeros años había alabado sus ganas de aprender y la que alentó en ella el sueño de ser también maestra cuando fuera mayor. Pero tuvo que dedicarse a sus hermanos y al cuidado de la casa. Al principio, tenía que subirse en un escabel para encender el fogón y preparar la comida. Había que cocinar, zurcir, limpiar…y todo lo hacía con los pequeños pegados a sus faldas. Amaba con ternura a sus hermanos. A pesar de las múltiples labores que tenía que realizar, sacaba tiempo para cantarles, acunarles, y contarles cuentos al amor de la lumbre. Ellos, a su vez, la adoraban y la llamaban madrecita. Y entre biberones, pañales y papillas, los años fueron pasando. La niña se hizo mujer. Tocó llevarlos al colegio, ayudarlos con sus deberes, escuchar sus cuitas de adolescentes y cuidar de su madre, prematuramente envejecida por tantos años de duro trabajo.


Marta no se casó, siempre fue la joya que solo brilló para su familia. Cuando sus hermanos y hermanas se fueron marchando de casa, ella se quedó cuidando de su madre. Otros niños llegaron a su vida, eran los hijos e hijas de sus hermanos, que se los encomendaban para ir a su vez a trabajar. Volvieron los días en que la casa olía a bebé, los biberones y los cuentos. Otras manitas que se asieron a ella y otras voces que la llamaron madrecita. Volcó en estos niños todo su tiempo y su amor. También llegó el día más triste, aquel en el que tuvo que despedirse de su madre, su compañera de trabajos y fatigas, que un día no despertó y descansó para siempre.


Los niños llenaron su vida, de alguna forma había realizado su vocación de ser maestra y, a su manera, laboriosa y dedicada a los demás, fue feliz.


Por eso sonreía con sus recuerdos, podía ver de nuevo las caritas de todos los niños a los que había cuidado , sentir sus pequeñas manos acariciando su cara cuando ellas los acunaba.


Sentada junto a la ventana del asilo donde pasaba sus últimos años, los otros compañeros de asilo la contemplaban con asombro.- ¿de qué se reirá? - se preguntaban entre ellos, ¡con lo sola que está!, nadie viene a visitarla. ¡Cómo se nota que no ha tenido hijos!


Ana María Cumbrera Barroso. Abril 2023

La excursión de Jaime:

 

Eran las 9 de la mañana. Un gran grupo de niños, con dos padres por cada uno, como no podría ser de otra manera, se arremolinaban en la puerta del colegio. Dos maestros, al borde de la afonía, no daban abasto para organizar el acceso de los jóvenes e inocentes infantes en autobús que los llevaría al museo de bellas artes. Entre ellos estaba Jaime, con su abuelo terminando de preparar su mochila con el añorado bocadillo en el descanso de la visita.


Jaime miraba entre perplejo y asustado el enorme lio que tenía ante sus ojos. No comprendía tanto griterío. Era una visita más, como todos los años en primavera antes de semana santa, y no le veía ningún especial aliciente.


Su abuelo, viendo su actitud, le recordaba que siempre se podía descubrir un cuadro nuevo, y que, incluso, una nueva perspectiva de un cuadro ya conocido. Pero él no tenía demasiado interés. Su abuelo, resignado, le dió un beso en la mejilla, esperando que a sus 8 años pudiera disfrutar de algo a lo que a él no tuvo oportunidad.


Una vez todos dentro del vehículo, y con un griterio ensordecedor, el autobús cogió la ruta más cercana hacia el museo. Éste estaba en una zona céntrica de la ciudad, y no podrían estar demasiado tiempo parado. Cosas de la circulación.


Al llegar a su destino, otra profesora estaba a la espera, y fue agrupando a los alumnos junto a un viejo árbol, frente a la pinacoteca. Era uno de tantos árboles que había en la ciudad y que, salvo en raras excepciones como ésta, todavía no se le había ocurrido a algún iluminado retirarlo para un fin escasamente público.


Jaime observó que nada había cambiado. Delante del museo se agolpaban multitud de turistas, con los guías haciendo de maestros de ceremonias con unas banderitas de colores llamativos. Delante del edificio, varios estudiantes se afanaban en pintar la orginal fachada, llena de motivos escultóricos.


Una vez dentro, observó que su amigo David le hacía señas. Se acercó a él, a ver que alternativa le ofrecía.


¿Jugamos al esconder?. Estoy cansado de ver lo mismo, y me gustaría pasarlo muy bien. Yo cuento y tú te escondes primero ... ¿vale?.


Le respondió con un sonrisa pícara. Por supuesto que le pareció una idea genial.


Le hizo una seña, a lo que David se volvió y, tapándose los ojos, comenzó a contar hasta diez ...


Uno ... dos ... tres ...


Jaime miraba a derecha e izquierda, y no sabía dónde meterse. Se fijó en un pequeño almacén, dónde un trabajador desembalaba unos cuadros viejos. Sin pensarlo, y aprovechando que éste miraba hacía otro lado, se introdujo dentro y se escondió entre unas cajas que tenían casi su altura. Aguardó allí, y cuando su amigo David terminó de contar, se le escapó una risita. Pero ésta no duró mucho tiempo, ya que al levantarse para ir en su busca, se dió cuenta que se había quedado encerrado. El sonido de un pestillo desde el exterior le hizo darse cuenta del error en que había incurrido.


Se acercó a la puerta, y no pudo abrirla. El pestillo era exterior. Golpeó varias veces en vano gritando que alguíen le sacara de allí, pero nadie le oyó. Unas lágrimas cayeron por sus mejillas, y comenzando a sentir frío y desamparo a partes iguales.


Se volvió, y empezó a examinar más detenidamente el salón dónde estaba encerrado. Arriba, a la derecha, un pequeño tragaluz de varios colores era la única entrada luminosa que disponía, y un silencio sepulcral invadía cada rincón de su confinamiento.


Miró su reloj, ya apenas había pasado media hora desde que entró al museo. Esperaba que su seño le echara de menos - quién lo podría decir si era un trasto según ellla -, cuando alguién le siseó ...


Miró a derecha e izquierda, sin ver a nadie. Nuevamente recibió otro siseo, y pudo reparar en un cuadro con un jinete a lomos de un gran caballo. Se restregó los ojos, no podía ser. El jinete, desde el cuadro, le sonreía. El pánico aumentó cuando el mismo, bajándose del caballo, se salió del cuadro y se le acercó.


¿Que haces aquí? Le preguntó.


Jaime no daba crédito a lo que le estaba pasando. El caballero, con un gesto cariñoso, lo cogió por los hombros y lo reconfortó.


No te preocupes. Mientras vienen por tí, te voy a enseñar una algo que seguro que te gustará. Verás como si.


Y cogiéndolo en brazos, se metieron ambos en el cuadro y, a lomos del caballo, comenzaron a galopar por unos campos cubiertos de flores.


Mira, le dijo, ¿ves aquella polvareda?. Es una batalla entre moros y cristianos. Se peleaban no porque se conocieran o tuvieran problemas entre ellos, sino por defender su religión. ¿que te parece?.


Jaime no podía ni abrir la boca. Se agarró con más fuerza que nunca a las crines del caballo, que no debaja de correr.


¿Ves aquella montaña?. Allí hay un viejo poblado, junto a un rio. ¿Sabes que la mayoría de las civilizaciones han crecido junto a un rio o un mar?. El agua es vital para todos Jaime.


Jaime, que no solía escuchar muchos las explicaciones de los adultos, lo miraba con atención. Le gustaba todo lo que le estaba diciendo.


¿Quieres bajarte del caballo? Le dijo el caballero, a lo que Jaime, ayudado por éste, se descalbagó.


Mira este árbol. Tiene muchos años, y sigue dando frutos como el primer día. ¿Te apetece probarlas?.


Jaime, subido a horcajadas, cogió algunas, y compartiéndolas con él, se daba cuenta que tenía un nuevo amigo del que no se cansaría de aprender.


Subieron nuevamente al caballo, y a gran velocidad iniciaron el camino de vuelta. Jaime, con ojos como platos, no dejaba de disfrutar de todo lo que se le ofrecía a su curiosa mirada. Pueblos, ciudades, campos abiertos ....


El sonido de la cerradura abriéndose le sacó de su ensimismamiento. La enorme puerta dió paso a dos maestras qué, cogiéndole por las manos, le recriminaban que, por su culpa, se pasaron toda la visita buscándolo, que cómo se le había ocurrido escaparse y jugar al esconder con David, que también se íba a enterar, y tanto que sí ...


Seño, le dijo Jaime a su maestra, creo que es la visita que más me ha gustado desde que vengo con usted. El año que viene quiero repetir, le dijo, ante la cara de perplejidad de su maestra.


Mientras, detrás, en el viejo almacén, alguíen sonreía viendo la escena y, dándose la vuelta al lomos de su caballo, prosiguió su aventura.

José María Vázquez Recio

Abril 2026

sábado, 4 de marzo de 2023

El desafío:

 

13 años tenía el niño pintor cuando lanzó su desafío al cielo.



Durante su infancia, con piedad infantil, creyó en el Dios de sus padres. Cuando lo bautizaron, añadieron a su primer nombre los de Diego, José, Francisco de Paula, Juan Nepomuceno, María de los Remedios, Cipriano, de la Santísima Trinidad. A pesar de tanto nombre, todos empezaron a llamarlo desde sus primeros años, el niño pintor.



Vivía en una casa en la que predominaban las mujeres. De pequeño jugaba con los retales que sobraban de las tardes de costuras de su madre y sus tías. Con estas telas de colores empezó a hacer collages, que despertaron la admiración de su familia. Su padre, que también era pintor, pronto descubre al genio en el pequeño.



Tenía 6 años cuando nació su hermana Conchita. La amó desde el primer momento en que la vió. Aquella pequeña despertó en él el sentimiento de la ternura. Pintó con amor sus bucles rubios y durante años fue su modelo preferida. Pero, cuando la niña tenía 7 años, contrajo una terrible enfermedad, la difteria. La pequeña sonriente de rizos rubios a la que había pintado con tanta ternura pasó a ser un fantasma de sí misma. La tristeza invadió aquel hogar. El médico de la familia les dijo que debían  prepararse para lo peor. Aquel fue el último año que el pequeño niño pintor celebró la Navidad. Todos fingieron una alegría que estaban muy lejos de sentir para que la pequeña moribunda viviera, una última vez, la ilusión del día de Reyes.



Fue entonces cuando su hermano lanzó su desafío a Dios. De rodillas,  se encaró con el Todopoderoso:



  • Señor, si la salvas, te prometo que nunca pintaré, te regalo este sacrificio.



Pero Dios no aceptó su pacto, la pequeña murió y el niño pintor renegó para siempre de ese Dios que había permitido la muerte de aquel ser inocente. De esta forma quedó liberado para ser el genio que soñó ser, que se propuso ser. Al mismo tiempo, un temor supersticioso lo dominó y lo persiguió toda su vida. Acaso, se preguntaba, ¿había sido él el culpable de la muerte de su hermana? ¿Dios no había aceptado su desafío porque él estaba destinado a ser un genio? No podía evitar pensar que, el precio final de su éxito, fue el triste final de su hermana menor. ¿Tal vez no había deseado con suficiente fuerza la recuperación de su hermana porque chocaba frontalmente con su pasión por la pintura? ¿sus logros creativos eran a expensa de la muerte de la pequeña?



El niño se hizo mayor. En él crecieron a la par el genio atormentado y la soberbia.  Por su vida pasaron muchas mujeres, a algunas las amó y otras lo amaron. También fueron muchas las que sufrieron por él. Pero nunca se sintió responsable de su dolor. Solo en su infancia, solo con su hermana, había conocido los remordimientos. A medida que envejecía, sus parejas eran más jóvenes; toda su vida buscó en ellas, aquella inocencia y aquella ternura que solo una vez había experimentado.



El éxito y el reconocimiento lo acompañaron toda su vida y, a pesar de todos los nombres con los que fue bautizado, la historia lo conoció como Pablo  Picasso. 


Ana María Cumbrera Barroso, Febrero 2023.

La promesa:

 

Llovía abundantemente. Los paraguas se aglomeraban en la puerta, y me costó mucho trabajo entrar en el hospital. A lo lejos, el sonido del viejo tren de mediodia, tan familiar y alegre, me auguraba un horrible día.


Mostradores llenos de usuarios demandando, con una gran angustia, información de sus familiares. Con suerte, o mejor dicho, con mucha suerte, abordé a un celador que salía de la cafetería. Con cara de sorpresa, me señalizó dónde podía encontrar a mi madre. Con un gesto de enorme agradecimiento, me despedí de él y me fui directo a los ascensores. La quinta planta se me escapa a mis posibilidades físicas ...


Una vez que llegué a la habitación, me encontré con mis hermanos, ajenos a casi todo. Paula estaba muy desmejorada, tras unas primeras horas después del ingreso. Me cogió del brazo y, casi sin poder ver a mi madre, me llevó a un lugar apartado.


Está muy mal. Los médicos no terminan de hacerle un diagnóstico claro. Parece que, si superas los 80, te tienes que morir obligatoriamente, no hacen nada ...


Quise tranquilizarla, diciéndole que no debía pensar eso , cuando reparé en él. Mi hermano Álvaro estaba con esa apariencia lastimosa de juguete roto, ajeno a todo, en un sillón, con la mano de mia madre entre las suyas.


Antonio dime, ¿que va a pasar con Álvaro?. Tu ya sabes que mi trabajo lo es todo para mí, lo más importante, y no tengo apenas tiempo para nada. Yo le contesté que si era su trabajo más importante que su propia familia, que su propio hermano. Agachó la cabeza y no me contestó.


No quise continuar con la conversación y me fijé en que Álvaro miraba absorto por la ventana, padeciendo la peor de las enfermedades de nuestro tiempo, la soledad.


¡Álvaro, ven!, le dije a mi hermano. Vamos a la cafetería a tomar algo.


Álvaro se levantó como un resorte, y me dió su mano. Una bonita sonrisa, como la de mi madre, se le dibujó en su boca, agradecido de que alguíen lo sacara de allí.


¿Qué vas a tomar? ¿Un batido, una tapita de ensaladilla ...?.


Álvaro, que apenas tenía lenguaje, miró con delectación a la vitrina de la cafetería, donde una bandeja de ensaladilla reinaba entre otras delicías.


Vale, Vale, te he entendido. ¡Por favor, una tapita de ensaladilla para mi hermano! Ahora Álvaro, ahora, ten paciencia ...


Una vez terminó de comer, subimos de nuevo a la habitación de mi madre, a la que apenas tuve tiempo de ver.


Ella me recibió sonriendo, para no querer preocuparte, con la huella que solo deja el sufrimiento de criar a 5 hijos sola. Le dí un beso, y me pidió que me sentara a su lado. Mis otros hermanos estaban absortos en los comentarios por televisión de un programa muy interesante del corazón ... Sus manos estaban a los lados de la cama, inertes, sin fuerza, vacías y limpias a la vez. Su expresión era de pena y preocupación. Me puse a llorar ...


Antonio, ¿cómo están los niños? ¿Y Cristina, terminó el bachillerato?.


Le comenté que afortunadamente por mi casa estaban todos sin ningún problema, y que tenía que velar por sí misma.


Antonio, desde que tu padre se fué, mi única preocupación es tu hermano. Álvaro ha estado siempre conmigo, pero tú sabes mejor que tus hermanos que algún día ya no estaré con todos vosotros y, sobre todo, con él que más me nececita. Y sé que tú, y solo tú, cuidarás de él con la misma dedicación que le he dado como madre. ¿Crees que en esta vida todos nacemos con una misión o propósito?. Yo creo que si ... debes estar para cada vez que dude, o se caiga, sé que no es fácil pedírtelo ...


En ese momento, instintivamente, miré a Álvaro. Miraba al suelo con esa mirada fria, tierna, inexpresiva. Agitaba sus manos compulsivamente, sin entender nada ni a nadie.


Ya sabes Antonio lo que quiero decir, lo que te quiero decir. Sé que no es justo para ninguno de vosotros, pero quiero intentar morirme tranquila, aunque eso sea muy díficil de conseguir. La vida, como el mar, raramente nos devuelve lo que no es suyo.


Se me saltaron las lágrimas . Recordé aquellos momentos en que mis padres me pedían que jugara con él, que lo sacara al patio, que le diera la mano, no vaya a ser que se perdiera, lo pillara un coche ... Álvaro me hizo madurar mucho, y hacerme una niño demasiado responsable para mi edad. Pero esto, por suerte o por desgracía, es algo que nunca se podrá elegir.


Mis hermanos seguían viendo la televisión, y entonces, tras darle una beso, que se me antojaba de despedida, llamé a Álvaro



Me miró y, tras darle un fuerte abrazo, nos fuimos juntos a la salida. Ya en la calle, cuando a lo lejos se escuchaba la llegada de un nuevo tren, cuyo sonido auguraba tiempos de amor, compromiso y esperanza, y sobre todo un gran cambio en nuestras vidas, los primeros copos de nieve de ese invierno tiñeron de blanco las calles, un blanco de pureza y de paz para mi conciencia. Y, mirando a mi hermano, a mi amigo, pude ver la sonrisa agradecida y tranquila de mi madre de ayer, hoy y siempre, queriéndome decir "no me dejes caer". Con un fuerte beso, le dije que encontraría un sitio, su sitio, a mi lado siempre. A lo lejos, el pitido del tren auguraba un nuevo tiempo y el inicio de una nueva etapa para ambos.


José María Vázquez Recio, Febrero 2023.