sábado, 4 de marzo de 2023

La promesa:

 

Llovía abundantemente. Los paraguas se aglomeraban en la puerta, y me costó mucho trabajo entrar en el hospital. A lo lejos, el sonido del viejo tren de mediodia, tan familiar y alegre, me auguraba un horrible día.


Mostradores llenos de usuarios demandando, con una gran angustia, información de sus familiares. Con suerte, o mejor dicho, con mucha suerte, abordé a un celador que salía de la cafetería. Con cara de sorpresa, me señalizó dónde podía encontrar a mi madre. Con un gesto de enorme agradecimiento, me despedí de él y me fui directo a los ascensores. La quinta planta se me escapa a mis posibilidades físicas ...


Una vez que llegué a la habitación, me encontré con mis hermanos, ajenos a casi todo. Paula estaba muy desmejorada, tras unas primeras horas después del ingreso. Me cogió del brazo y, casi sin poder ver a mi madre, me llevó a un lugar apartado.


Está muy mal. Los médicos no terminan de hacerle un diagnóstico claro. Parece que, si superas los 80, te tienes que morir obligatoriamente, no hacen nada ...


Quise tranquilizarla, diciéndole que no debía pensar eso , cuando reparé en él. Mi hermano Álvaro estaba con esa apariencia lastimosa de juguete roto, ajeno a todo, en un sillón, con la mano de mia madre entre las suyas.


Antonio dime, ¿que va a pasar con Álvaro?. Tu ya sabes que mi trabajo lo es todo para mí, lo más importante, y no tengo apenas tiempo para nada. Yo le contesté que si era su trabajo más importante que su propia familia, que su propio hermano. Agachó la cabeza y no me contestó.


No quise continuar con la conversación y me fijé en que Álvaro miraba absorto por la ventana, padeciendo la peor de las enfermedades de nuestro tiempo, la soledad.


¡Álvaro, ven!, le dije a mi hermano. Vamos a la cafetería a tomar algo.


Álvaro se levantó como un resorte, y me dió su mano. Una bonita sonrisa, como la de mi madre, se le dibujó en su boca, agradecido de que alguíen lo sacara de allí.


¿Qué vas a tomar? ¿Un batido, una tapita de ensaladilla ...?.


Álvaro, que apenas tenía lenguaje, miró con delectación a la vitrina de la cafetería, donde una bandeja de ensaladilla reinaba entre otras delicías.


Vale, Vale, te he entendido. ¡Por favor, una tapita de ensaladilla para mi hermano! Ahora Álvaro, ahora, ten paciencia ...


Una vez terminó de comer, subimos de nuevo a la habitación de mi madre, a la que apenas tuve tiempo de ver.


Ella me recibió sonriendo, para no querer preocuparte, con la huella que solo deja el sufrimiento de criar a 5 hijos sola. Le dí un beso, y me pidió que me sentara a su lado. Mis otros hermanos estaban absortos en los comentarios por televisión de un programa muy interesante del corazón ... Sus manos estaban a los lados de la cama, inertes, sin fuerza, vacías y limpias a la vez. Su expresión era de pena y preocupación. Me puse a llorar ...


Antonio, ¿cómo están los niños? ¿Y Cristina, terminó el bachillerato?.


Le comenté que afortunadamente por mi casa estaban todos sin ningún problema, y que tenía que velar por sí misma.


Antonio, desde que tu padre se fué, mi única preocupación es tu hermano. Álvaro ha estado siempre conmigo, pero tú sabes mejor que tus hermanos que algún día ya no estaré con todos vosotros y, sobre todo, con él que más me nececita. Y sé que tú, y solo tú, cuidarás de él con la misma dedicación que le he dado como madre. ¿Crees que en esta vida todos nacemos con una misión o propósito?. Yo creo que si ... debes estar para cada vez que dude, o se caiga, sé que no es fácil pedírtelo ...


En ese momento, instintivamente, miré a Álvaro. Miraba al suelo con esa mirada fria, tierna, inexpresiva. Agitaba sus manos compulsivamente, sin entender nada ni a nadie.


Ya sabes Antonio lo que quiero decir, lo que te quiero decir. Sé que no es justo para ninguno de vosotros, pero quiero intentar morirme tranquila, aunque eso sea muy díficil de conseguir. La vida, como el mar, raramente nos devuelve lo que no es suyo.


Se me saltaron las lágrimas . Recordé aquellos momentos en que mis padres me pedían que jugara con él, que lo sacara al patio, que le diera la mano, no vaya a ser que se perdiera, lo pillara un coche ... Álvaro me hizo madurar mucho, y hacerme una niño demasiado responsable para mi edad. Pero esto, por suerte o por desgracía, es algo que nunca se podrá elegir.


Mis hermanos seguían viendo la televisión, y entonces, tras darle una beso, que se me antojaba de despedida, llamé a Álvaro



Me miró y, tras darle un fuerte abrazo, nos fuimos juntos a la salida. Ya en la calle, cuando a lo lejos se escuchaba la llegada de un nuevo tren, cuyo sonido auguraba tiempos de amor, compromiso y esperanza, y sobre todo un gran cambio en nuestras vidas, los primeros copos de nieve de ese invierno tiñeron de blanco las calles, un blanco de pureza y de paz para mi conciencia. Y, mirando a mi hermano, a mi amigo, pude ver la sonrisa agradecida y tranquila de mi madre de ayer, hoy y siempre, queriéndome decir "no me dejes caer". Con un fuerte beso, le dije que encontraría un sitio, su sitio, a mi lado siempre. A lo lejos, el pitido del tren auguraba un nuevo tiempo y el inicio de una nueva etapa para ambos.


José María Vázquez Recio, Febrero 2023.

No hay comentarios:

Publicar un comentario