sábado, 4 de marzo de 2023

El desafío:

 

13 años tenía el niño pintor cuando lanzó su desafío al cielo.



Durante su infancia, con piedad infantil, creyó en el Dios de sus padres. Cuando lo bautizaron, añadieron a su primer nombre los de Diego, José, Francisco de Paula, Juan Nepomuceno, María de los Remedios, Cipriano, de la Santísima Trinidad. A pesar de tanto nombre, todos empezaron a llamarlo desde sus primeros años, el niño pintor.



Vivía en una casa en la que predominaban las mujeres. De pequeño jugaba con los retales que sobraban de las tardes de costuras de su madre y sus tías. Con estas telas de colores empezó a hacer collages, que despertaron la admiración de su familia. Su padre, que también era pintor, pronto descubre al genio en el pequeño.



Tenía 6 años cuando nació su hermana Conchita. La amó desde el primer momento en que la vió. Aquella pequeña despertó en él el sentimiento de la ternura. Pintó con amor sus bucles rubios y durante años fue su modelo preferida. Pero, cuando la niña tenía 7 años, contrajo una terrible enfermedad, la difteria. La pequeña sonriente de rizos rubios a la que había pintado con tanta ternura pasó a ser un fantasma de sí misma. La tristeza invadió aquel hogar. El médico de la familia les dijo que debían  prepararse para lo peor. Aquel fue el último año que el pequeño niño pintor celebró la Navidad. Todos fingieron una alegría que estaban muy lejos de sentir para que la pequeña moribunda viviera, una última vez, la ilusión del día de Reyes.



Fue entonces cuando su hermano lanzó su desafío a Dios. De rodillas,  se encaró con el Todopoderoso:



  • Señor, si la salvas, te prometo que nunca pintaré, te regalo este sacrificio.



Pero Dios no aceptó su pacto, la pequeña murió y el niño pintor renegó para siempre de ese Dios que había permitido la muerte de aquel ser inocente. De esta forma quedó liberado para ser el genio que soñó ser, que se propuso ser. Al mismo tiempo, un temor supersticioso lo dominó y lo persiguió toda su vida. Acaso, se preguntaba, ¿había sido él el culpable de la muerte de su hermana? ¿Dios no había aceptado su desafío porque él estaba destinado a ser un genio? No podía evitar pensar que, el precio final de su éxito, fue el triste final de su hermana menor. ¿Tal vez no había deseado con suficiente fuerza la recuperación de su hermana porque chocaba frontalmente con su pasión por la pintura? ¿sus logros creativos eran a expensa de la muerte de la pequeña?



El niño se hizo mayor. En él crecieron a la par el genio atormentado y la soberbia.  Por su vida pasaron muchas mujeres, a algunas las amó y otras lo amaron. También fueron muchas las que sufrieron por él. Pero nunca se sintió responsable de su dolor. Solo en su infancia, solo con su hermana, había conocido los remordimientos. A medida que envejecía, sus parejas eran más jóvenes; toda su vida buscó en ellas, aquella inocencia y aquella ternura que solo una vez había experimentado.



El éxito y el reconocimiento lo acompañaron toda su vida y, a pesar de todos los nombres con los que fue bautizado, la historia lo conoció como Pablo  Picasso. 


Ana María Cumbrera Barroso, Febrero 2023.

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