lunes, 2 de julio de 2018

La nieta
Esa mañana los pájaros de la plaza que iniciaba la ancha avenida volaban tranquilos. Mientras llevaba de su mano a su nieta, le iba contando sus historias de la guerra, ella era muy pequeña entonces, pero recordaba perfectamente los bombardeos, el tableteo de fusilada, los cristales rotos. Parecía tan real, aunque lo había vivido hace mucho tiempo, pero ahora que iba perdiendo la memoria de lo presente, solo recordaba el lejano pasado, quizás en estos últimos años lo que le quedaba por vivir era solo ese triste pasado.
La abuela sabía que su nieta siempre la miraba con admiración o interés, aunque también sabía que había un interés oculto, al final del paseo siempre la debía recompensar con algo, un helado, un juguete, o cualquier capricho de las tiendas aledañas.
Es curiosa la relación entre una abuela y una nieta, pensaba mientras se adentraba en la avenida, solo el cariño existe, pues la responsabilidad de educar no era suya, de eso ya se encargaría la madre, su hija. Ella la veía con sus ojos de abuela, aunque le parecía que nunca cambiaba esa niña, que siempre estaba igual de linda.
Esa mañana de agosto, no sabía por qué, la abuela estaba especialmente melancólica, recordaba tantas caras angustiadas, no solo de la guerra, sino también de los tiempos de la posguerra, del hambre indefinible, de la angustia que llegaba como un eco de sus mayores, de sus padres, tíos y  vecinos.
Ahora en 2017 era diferente, reflexionaba cuando veía tanta gente andando por la avenida, un régimen democrático había hecho olvidar los rencores del pasado, o, al menos, a ella le parecía que era así. Una especie de Pax romana había entrado en Europa y el mundo y la seguridad de la pobre paga le hacía vivir tranquila.
Se acercó entonces a un árbol de aquel paseo rodeado de tiendas y bares, de aquella Rambla y a través de la imagen de su nieta tocó el árbol junto al mercado donde la maldita furgoneta blanca la había atropellado.
José Luis Álvarez Cubero
17 de agosto de 2017

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