lunes, 2 de julio de 2018


Querida Catalina:
         Espero que al recibo de la presente estés bien, así como todos los de la casa, yo bien, aunque hace mucho calor en esta Andalucía.
Me preguntas en tu carta anterior por qué no me gustaría ahora viajar por mar, no hay una sola razón, el mar terminó para mí cuando miré por la borda y divisé el último puerto. Tenía tantas ganas de llegar esa vez, que recordé la primera vez que vi el mar, huyendo de la sentencia por haber herido a aquel indeseable. “Miguel” gritó, cuando le hundía el acero en las costillas. Recuerdo que, en medio de la carrera que emprendí, me pregunté  por qué me llamaba Miguel,  la excusa que me dio mi madre de que había nacido el 29 de septiembre, San Miguel, nunca me la creí del todo. Amaba leer, e imaginé una historia para mi nombre, que no recuerdo, pero sí recuerdo que no me gustaba la escuela, y nunca llegué a la universidad. Todo está ya tan lejano, pero recuerdo aquel duelo con Antonio de Segura, el que había ofendido a mi hermana Andrea, como si fuera ayer. Pensar que me condenaron en rebeldía a perder la mano es muy irónico, cuántas vueltas da la vida.
Mi primer viaje por mar fue la huida a Italia, enrolado como soldado sin dar mi nombre verdadero. ¡Cómo me impresionó Roma cuando la vi, después de desertar! Con la recomendación de mi pariente el cardenal Gaspar, me presenté en el palacio de aquel otro joven cardenal. Acquaviva se llamaba y me trató bien, pero yo necesitaba aventuras. Y quise embarcarme de nuevo. Así navegué por todo el Mediterráneo gracias a Nuestro Señor y al capitán Urbina, no he conocido mejor compañía que aquella, ¡qué felices éramos mi hermano Rodrigo y yo en aquella galera Marquesa! Me rebosaba el orgullo cuando me hicieron cabo y nos dirigimos con la flota al mando de Andrea Doria al golfo de Lepanto, un lugar que no conocía nadie hasta entonces. Aquella mañana amanecí con calentura, pero no me quise quedar en la enfermería y me mandaron a defender el esquife, la embarcación auxiliar, la posición más difícil, con mi arcabuz y mis doce hombres. Dos disparos de arcabuz me dieron en el pecho, pero yo seguí en mi puesto, creo que quería morir por Dios y por mi rey. La verdad es que estaba tan entusiasmado con la batalla que solo noté un pequeño dolor en el brazo, pero, cuando el humo de la pólvora se disolvió, ya no podía mover la mano.
En cambio, la convalecencia fue tan maravillosa en Messina con aquellas mujeres y amigos, perdóname amada Catalina, todavía no te conocía.  Navarino, Corfú y Túnez me vieron después, pero ya no era lo mismo que  conseguir derrotar al Turco.  Y me entró la nostalgia, quería ver mi tierra y pedir patente de capitán.
De nuevo en otro viaje por mar, ¡Qué alegría volver con mi hermano Rodrigo a España!  Tantas ilusiones…, las cartas personales de don Juan de Austria y el Duque de Sessa me aseguraban un puesto en la administración, pues trabajar manualmente no podía con mi mano anquilosada, tú ya lo sabes. Aquella galera El Sol era tan marinera, pero la  tormenta nos separó del grupo y aparecieron las velas de Arnaut Mamí, el pirata argelino, cuando ya veíamos la costa catalana. Y allí empezó la pesadilla.
Cinco años en aquella ciudad con calor de horno, cinco años intentando escaparme, pues sabía que mi familia no tenía dinero para rescatarme, cinco años añorando escuchar español y no árabe. En ese tiempo luché por mis compañeros y si no hubiera sido traicionado por aquel dominico, que el Cielo confunda, habría conseguido escapar. Solo hubo una mujer, de la que te hablé en la carta anterior, pero ya no existe, quedó en Argel para siempre, ya solo tú estás en mi corazón.
Y finalmente allí estaba otra vez en el mar, viendo el puerto español doce años después de que me fui, manco, viejo y sin futuro, ¿qué me quedaría por ver? Tan  solo aquello que me gustó toda la vida, leer, leerlo todo e imaginar historias para escapar de las desventuras que me han tocado vivir. Por eso no me volveré a embarcar, no saldré de Esquivias, contigo, en la Mancha, donde no puede haber aventuras, sino las imaginadas por mí…
Recibe un beso de tu marido que te ama.
En la ciudad de Sevilla en el año de Nuestro Señor de 1589
Miguel de Cervantes
José Luis Álvarez Cubero
Mayo 2018

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