lunes, 2 de julio de 2018


Ah, ¿quién escribirá la historia de lo que pudo haber sido?
Ésa será, si alguien la escribe,
La verdadera historia de la Humanidad.
Fernando Pessoa

SPOON RIVER, EUSKADI
¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes,
y por qué hemos matado tan estúpidamente?
Nuestros padres mintieron: eso es todo.
Ion Juaristi Suma de varia intención 1987

Dionisio Ridruejo, camisa vieja.

Volverán banderas victoriosas
Al paso alegre de la paz

Aquí  en la cárcel encerrado con Felipe González y Joaquín Benegas por luchar por la democracia contra el régimen de Franco, me pongo a pensar en un sótano de La ballena alegre donde creamos el Cara al Sol, cuánto ha pasado. ¡Qué ilusión la de entonces!, íbamos a cambiar España y España nos traicionó. Bueno, no España, los de siempre.
         Cuántos de nosotros fuimos a una guerra cruel, despiadada, fratricida para evitar que nuestro concepto de país se redujera a una ideología. En nuestra inocencia buscábamos la unidad de destino y de fe; unidad combativa; unidad germinal primero; unidad irremediablemente triunfadora, sobre todas las brechas de su tiempo después.
         Queríamos una España alta y libre, que no se arrastrase más. Queríamos unos hombres valerosos, honrados y descubiertos. Queríamos ser padres de generaciones que soñaran con el dominio de la tierra. Entre nosotros éramos camaradas, ni uno más alto que otro.
Conocí el amor de Marichu, pero me fui al frente, primero al de España y, pasando por Alemania donde conocí de nuevo el amor con la condesa Von Podevils (mi Hexe),  al frente ruso como miembro de la división azul, ¡qué frío!  Recuerdo cómo asaltábamos las posiciones enemigas para luchar contra el odiado comunismo, qué ironía, quién iba a pensar que iba a compartir celda con Ramón Tamames, comunista por los cuatro costados entonces.
         Pero siempre respeté a los demás, prologué con gusto el libro de don Antonio Machado, de niño lo conocí, ningún otro poeta contemporáneo ha entrado en mí más hondo ni, por tanto, ha podido salir más patentemente en mí. Por otra parte, he creído y creo que de Rubén acá no hay poeta español que se aproxime a su perfección, a su autenticidad y a su hondura, el libro de un poeta que sirvió frente a mí en el campo contrario y que tuvo la desdicha de morir sin poderlo escribir por sí mismo. Y luché por el indulto de tantos, incluso de Miguel Hernández, hasta que lo conseguí, tarde, pero lo conseguí.
         Cuán pronto se cambiaron las tornas, el Estado pronto llegó a perder su Movimiento y quedó en puro Estado: quieto, conservador, nostálgico, egoísta y clerical y se inició la decadencia y la agonía.
         Cuando volví de Rusia toda mi ilusión quedó truncada y valiente o loco, le escribí a Franco y denuncié el hambre, el estraperlo, lo conservador de la política (cuando nosotros habíamos luchado por una revolución, ahora teníamos una vuelta a la Edad Media) una justicia arbitraria que quería una revancha y no justicia y, sobre todo, la masa estaba a expensa de los demagogos. Tras de esa carta renuncié a todos mis cargos, y volví a mi vida privada y de ahí, como decía mi amigo Antonio Tovar a nadar en el Leteo, el río del olvido.
         Fui vetado y desterrado a tierras catalanas y aprendí a amar a Barcelona en cuanto a su belleza topográfica: ese juego de alturas y relieves que abarcan la montaña y el mar; en cuanto a la riqueza de los sedimentos seculares de su herencia monumental, mucho más importantes y mucho más antiguos; en cuanto al carácter de alguno de sus trozos, como las Ramblas, que es una de las calles con más alegría y carácter de toda Europa, con sus flores, sus pájaros, sus libros y sus árboles, que en invierno tienen gorriones en vez de hojas. La ciudad donde encontré por fin a mi Gloria

(Memoria)

Y resbaló el amor estremecido
por las mudas orillas de tu ausencia.
La noche se hizo cuerpo de tu esencia
y el campo abierto se plegó vencido.

Un ayer de tus labios en mi oído,
una huella sonora, una cadencia,
hizo flor de latidos tu presencia
en el último borde del olvido.

Viniste sobre un aire de amapolas.
Como suspiros estallando rojos,
bajo el ardor de las estrellas plenas,

los labios avanzaron como olas.
Y sumido en el sueño de tus ojos
murió el dolor en las floridas venas.

José Luis Álvarez Cubero, 15 de octubre de 2017

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