viernes, 28 de diciembre de 2018


EL TELÉFONO.

La historia que voy a contaros es absolutamente verídica. Así nos lo dijo la brillante narradora que nos la contó, hace muchos años, una noche de verano.

Era la primera vez que Marisa se quedaba sola en la casa nueva. Sus padres y sus tres hermanos habían salido a comprar los regalos navideños de última hora y ella se había quedado estudiando . Parecía mentira que ya mismo sería Nochevieja y que un nuevo año fuese a comenzar.

1975 había estado lleno de acontecimientos. En España, la muerte de Franco y para su familia, la mudanza a la casa nueva. Se le hacía extraña todavía, todo olía a nuevo. Al estar en las afueras extrañaba tanto silencio, tan distinto al bullicioso barrio donde habían transcurrido sus primeros años. Pero era el sueño de su madre, mudarse a las afueras a una casa de dos plantas, donde cada uno tenía su habitación.

Hacía frío arriba, así que prefirió bajarse al salón. Rodeada de libros y cuadernos, intentaba no pensar en su soledad. Logró abstraerse tanto que, cuando sonó el teléfono se sobresaltó. Se alegró de la interrupción y descolgó confiando en que serían sus padres, anunciando que pronto estarían de vuelta. En vano esperó una respuesta, al otro lado de la línea solo se escuchaba un extraño jadeo, que se iba volviendo cada vez más intenso. Marisa se apresuró a colgar, pensando que alguien le estaba gastando una desagradable broma. Sin embargo, la inquietud se había apoderado de ella y deseó, más que nunca , que su familia regresase pronto. Volvió a centrarse en sus libros y, cuando ya estaba consiguiendo concentrarse, el teléfono volvió a sonar. Estuvo tentada de no descolgar, pero podía ser importante. De nuevo aquel escalofriante jadeo sordo al otro lado del teléfono. Lo sentía tan cerca que era casi como sentir el aliento de aquel desconocido en su nuca. Esta vez el pánico se apoderó de ella. Volvió a colgar y llamó a la policía. Una amable agente la atendió, intentó tranquilizarla y le dio unas instrucciones: la próxima vez debía retener la llamada todo lo posible para que ellos pudieran localizarla.

Rezó para que no se produjera. Pero fue el vano, el teléfono volvió a sonar y no tenía más remedio que cogerlo. Aquel sonido le ponía los pelos de punta. Aquella respiración profunda no parecía que pudiera salir de un ser humano. Luchando con su temor mantuvo la línea abierta todo lo que le fue posible.

Nada más colgar, el teléfono sonó de nuevo. Era la agente con la que había hablado antes. Esta vez su voz no sonaba tranquila.
  • Tengo que preguntarte algo -le dijo- ¿tenéis teléfono supletorio en casa?
  • Si- contestó Marisa- en la planta de arriba.
  • Entonces, sal corriendo, porque te están llamando desde tu mismo numero.

Ante este final, todas las chiquillas que escuchábamos las historia quedamos sobrecogidas. Estábamos sentadas en un velador y habíamos decidido contarnos historias de miedo. Nos habíamos metido tanto en la historia que cuando una voz resonó a nuestra espalda todas gritamos al unísono. Era nuestro primo mayor que se había acercado a ver que nos tenía tan interesadas. Al final, la tensión acumulada acabó en carcajadas.

Ana María Cumbrera Barroso.



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