viernes, 8 de marzo de 2024

La vida es sueño:

 

Como cada día al despertar, Alicia necesitaba unos minutos para superar la sensación de aturdimiento, para situarse donde estaba, en su vida y no en la vida de sus ¿sueños?


La cercanía de Luis en la cama, la calidez de su cuerpo, la devolvían a la realidad. Y es que cada noche, cuando Alicia cerraba los ojos y se quedaba profundamente dormida, vivía la vida de otra mujer. Una mujer que tenía su cara y su cuerpo, su mente y sus pensamientos, pero que llevaba una vida totalmente opuesta a la suya. En esa vida de sus ¿sueños? se llamaba Rosa.


Cuando Alicia lograba superar su desubicación, besaba suavemente a Luis y comenzaba su jornada. Se arreglaba cuidadosamente, eligiendo la ropa de su precioso vestidor. Emilia, su maravillosa asistenta, ya le tenía preparado el desayuno. Y con la mente puesta en su trabajo, se dirigía al taller. Diseñaba joyas, y era un trabajo que no podía apasionarle más. El éxito la había acompañado, y ahora dirigía una empresa cada vez más amplia. Las horas de su ajetreada jornada pasaban volando y, al final del día, estaba él, Luis, por el que cada día daba gracias, porque era su complemento perfecto. Llevaban años juntos, nunca sintieron la necesidad de casarse, porque no precisaban demostrarle a nadie que lo suyo era para siempre. Eran amigos, cómplices y amantes. Ninguno de los dos quería hijos, se bastaban el uno al otro. Los momentos que pasaban al final del día, los fines de semana, los viajes en vacaciones…Alicia sabía que no podía desear una vida mejor.


Cuando cada noche se dormía, se despertaba en otra casa, en otro mundo, en otra vida. Seguía sintiéndose ella, pero al mismo tiempo era diferente. Rosa vivía rodeada de naturaleza, en una casita con jardín y un pequeño huerto. Se dedicaba totalmente a su familia. Tenía un marido que la adoraba y por el que ella sentía un gran cariño, y dos pequeñitas adorables, sus hijas. De todo aquello, este aspecto era el que más le chocaba a Alicia, pues nunca había sentido el instinto maternal. Sin embargo, veía que Rosa era feliz. Su vida estaba llena de amor y de risas. También Rosa se preguntaba cada día por qué, cuando cerraba los ojos, amanecía en otra casa, en otra cama y en otra vida.


Cuando Alicia le contaba a Luis su vida como Rosa, él siempre le decía, medio en serio, medio en broma, que al final resultaba que sí anhelaba tener hijos. Cuando Rosa le contaba sus sueños a su marido, él siempre le decía: “¿no serás que deseas tener tu propia carrera?”. Ambos coincidían en que el significado de aquellos sueños, eran los anhelos no cumplidos. Pero ella sabía que no se trataba de eso.


Y así llegó una mañana que no fue como las demás. Alicia no solo se despertó desubicada, sino profundamente preocupada. La niña más pequeña de Rosa, estaba enferma. Rosa se había dormido con la pequeña en sus brazos, agotada, pero al mismo tiempo sintiéndose plena, porque la mirada pura de aquella niña le decía que ella era su lugar seguro en el mundo.


Aquella noche preparó con especial cariño su velada con Luis. Pidió la cena en el restaurante preferido de ambos y llenó la casa de velas. Brindaron por ellos y se durmieron el uno en brazos del otro.


Rosa, en cambio, no durmió aquella noche. Permaneció velando a su pequeña hasta el amanecer.


Y en otra cama, en otro lugar y en otra vida, cuando Luis despertó, no encontró a Alicia. En la almohada, que aún conservaba la forma de su cabeza, había una nota con solo tres palabras: siempre te querré.


Ana María Cumbrera Barroso.

Tema: el doble.

21 de febrero de 2024


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