sábado, 23 de marzo de 2024

El hermano:

 

Era una perfecta tarde otoñal. Los jardines de la Residencia de San Lucas, en Santander, estaban lleno de hojas caducas de la maravillosa arboleda que disfrutaban todos sus residentes. Una zona de recreo dónde todos, incluidos el escaso personal que tutorizaba estas vidas a punto de agotarse, disfrutaban de ese entorno tan agradable.


Tomás, o Don Tomás, como era conocido, era uno de estos residentes. Barba y cabello blanco, blanquísimos, con una bata de color entre gris y negro, con mirada perdida, y que sólo reaccionaba raramente a algún estimulo externo, permanecía en su silla de ruedas, esperando que las horas, los días y las semanas pasaran sin más. A sus 70 años, que oportunidad de vida podría o cabría esperar ...


Unos pasos cerca de él le hicieron salir de su ensimismamiento. Eran dos personas, y una de ellas, probablemente una enfermera, hablaba con el visitante.


- Pase por aquí. ¡Don Tomás, Don tomás! ¡Hay alguíen que viene a verle!.


Tomás solo acertó a entornar un poco sus ojos, que de un tono dulce, casi melancólico, mutaron a un grado de rencor y fiereza que sorprendió a la enfermera.


- ¡Sáqueme de aquí! gritó Tomás, ¡Por favor, sáqueme de aquí! No quiero ver a nadie.


El visitante sonrió, esperando posiblemente esa reacción.


- ¡Puedo pasar Tomás!. ¡Déjenos sólos, no se preocupe, dijo queriendo tranquilizar a la enfermera. No habrá problema!.


La enfermera se quedó mirando al extraño visitante, y, ante la conformidad de Tomás, se fué no sin cierta preocupación. Nunca había visto a Don Tomás tan enfadado.


- ¿Que haces aquí?, preguntó Tomás de forma inquisitiva.


- ¿No te alegras de ver a tu propio hermano gemelo Tomás?, le preguntó no sin cierta sorna.


- Andrés, ¿que haces aquí? ¿para que has venido? ¿es que no me has hecho suficiente daño ya?


Andrés sacó una pipa de su bolsillo, dejando pasar unos instantes antes de contestar a su hermano. De una bolsa de tabaco vertió una pequeña cantidad, ya que no íba a estar mucho tiempo con él, y encendiéndola con aire ceremonioso, empezó a chuparla, meditando lo que venía a decirle.


- Elena y los niños te mandan recuerdos. Ángela está a punto de casarse, y Jorge, no con cierta dificultad, consiguió terminar la carrera. Pienso llevármelo al bufete, a nuestro bufete. Quiero entender que no pondrás ningún reparo ...


    • ¡Eres un indeseable! No sólo me robaste a la que íba a ser mi mujer, sino también a los que hubieran sido mis hijos, mi vocación, mi vida. Usurpastes mi identidad, No puedo seguir así, quiero morir tranquilo. Sé que nada ni nadie me espera en ningún lugar. Soy alguíen vencido por ti, por el tiempo. Una muerte en vida.

¿Porque te fuiste, si no sabías como volver?. Muchas veces no solo sabemos lo que queremos, sino también lo que deseamos. Y tú, reconócelo, nunca lo llegastes a saber ...


Tomás masculló algo entre dientes, sin saber realmente que contestarle. Andrés siguió paladeando las últimas pitadas, cuando al levantarse, cogió la silla de ruedas de su hermano y se dirigió con él a su dormitorio.


Al llegar a la misma, ayudó a Tomás a meterse en la cama. Una bandeja con lo que íba a ser su cena estaba en la mesa anexa. Andrés, cogiendo la misma, se la acercó a su hermano.


Ésta es una situación que no quería que se diera Tomás. Fuiste un perdedor, y tu momento ya pasó. Elena, tu Elena, es mi Elena, y deberías haberlo aceptado hace tiempo. Algunas veces me observa, dudando, como si no viera en mí al hombre del que creyó estar enamorada. Pero al poco sonrie y, mesándose su cabello, me vuelve a sonreir, besándome. Es lo que hay. Soy la única familia que te queda. Deberías ser más agradecido ... Abre tu corazón hombre, y comienza a cerrar esas viejas heridas ... nadie te espera en ningún lugar. Acéptalo. Sólo dices palabras vacías, que no te llevan a nada.


Tomás, entre cucharada y cucharada de la sopa que le habían puesto, lo miraba con ojos más serenos. Parecía, o podría interpretarse así, que se dió por vencido hace mucho tiempo ... -sabes que nunca me quise ir, y no me importaría volver- le espetó, muy malhumorado. Eres desleal con todos, conmigo en particular. Te crees que cada día es una victoria sobre el tiempo, mi tiempo. No tienes nada, salvo una vida llena de mentiras ...


Bueno, ya va siendo hora de terminar esta conversación. Piensas todavía en que los viejos fantasmas van a desaparecer, y sabes, y bien que lo sabes, que no va a ser así.


Cuando se iba a incorporar para irse, se percató de algo poco usual. ¿Qué tienes aquí escondido truhán?, dijo Andrés sacando una pequeña petaca a la que le comenzó a desenroscar el tapón. ¿Pero estas delicias os la permiten? ¡Ay hermano, siempre serán un pequeño gran sinvergüenza!


Con una gran carcajada, bebió un pequeño trago, y otro, y otro ... no debes beber estas cosas hermano, y menos con la medicación que tomas ...


Una estruéndosa carcajada salió de su garganta, seguro de estar fastidiando una vez más a su hermano.


Al momento, una nueva carcajada se escuchó en la habitación. Esta vez era Tomás. Andrés miraba con excepticismo a su hermano, y no terminaba de entender nada.


¡Estás loco! ¡Loco de remate!. Me gustaría saber de que te ríes, so loco. Aquí solo quemas tu vida, esperando al final de tus días, que espero que no sean pocos.


Tomás lo miraba con atención. Observó como, poco a poco, su hermano empezaba a sudar más de lo necesario y como, en unos minutos, no tuvo más remedio que sentarse en la cama, al sentirse mareado. Al fin vió como, con una sonrisa sardónica en los labios, caía derrotado a sus píes, babeante, con la mirada perdida ...


Al cabo de unas horas, una enfermera aporreó la puerta de la habitación. Al no escuchar a nadie, abrió la puerta con intención de preguntar si había terminado de cenar para llevarse la bandeja.


- Pase enfermera, por favor. Mi hermano acaba de terminar la cena. Muchas gracias.


La enfermera miró a la cama. Él, con ojos ansiosos, la miraba haciéndole señas hacía el visitante, pero ella no entendía nada ...


Bueno Tomás, ya está terminando el día y estoy muy cansada, es hora de dormir.


Los gemidos seguían siendo continúos, demandando su atención. No tuvo más remedio que coger una pequeña jeringuilla y, tras darle unos breves toques, inyectó su contenido en su muñeca ...


- Con esto pasará mejor noche. Los dejo solos. Por favor, diriguíendose a la persona que estaba sentado junto a la cama, ya es hora de que se marche. El último bus para la ciudad pasa en 15 minutos ...


Gracias enfermera, le contestó. Me despido en seguida.


Una vez salió la enfermera, miró con cierta sorna a su hermano, y acercándo sus labios a su oido, le dijo lo siguiente:


¡Gracias Andrés! Espero que pases muy buena noche, y las siguientes, de aquí hasta siempre ... y recuerda, los muertos nunca deberíamos regresar, ... o sí.



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