jueves, 2 de junio de 2022

El bebé:


Era viernes y 13. Una fecha que ya nunca olvidaría porque sería desde ese día el cumpleaños de su hijo. El cálculo de su ginecólogo, un amigo de la familia de toda la vida, iba a cumplirse de forma exacta. Cuando le dijo la fecha, no pudo evitar sentir cierta inquietud, y eso que no era nada supersticiosa, pero el malestar que había acompañado su embarazo, prácticamente desde la concepción, la hacía sentirse inquieta, temerosa, recelosa....No había vuelto a sentirse ella misma.


Desde el amanecer, los dolores fueron muy fuertes. Contemplaba el parto como su liberación. El embarazo, ese estado que para muchas mujeres es un momento idílico en sus vidas, para ella había sido un autentico martirio.


Durante los primeros meses la sensación de nauseas no le dio un momento de tregua. La fatiga se alternaba con una atroz sensación de hambre, era como sentir un vacío en su estómago; por más que comía, nunca se sentía satisfecha. Se espantaba de si misma cuando devoraba la carne cruda, pues no podía esperar a guisarla. Se espantaba por sus apetencias, tan distintas a las suyas de siempre; las mollejas, el hígado y todo lo que fueran vísceras, no podían faltar en su menú diario. Avergonzada, comía a escondidas, tanto de día como de noche.


Su máxima aspiración durante aquellos nueve meses había sido dormir de un tirón, sentirse descansada. Pero la criatura que llevaba en su vientre no le dio un momento de paz. Empezó a moverse mucho antes de lo habitual. Era enorme de tamaño. Aquel niño crecía a su costa, la devoraba, su cuerpo enflaquecía a medida que su vientre aumentaba. Se convirtió en un manojo de huesos con una barriga descomunal. A todas horas lo sentía moverse y empujar con todas sus fuerzas, era como si se sintiera atrapado y pugnase por salir. Fueron muchas noches en vela, atormentada por sus patadas. Agotada, acababa cayendo en un estado de semiinconciencia, para despertarse bruscamente atormentada por las pesadillas. Apenas recordaba nada de esos horribles sueños o, más bien, prefería no recordar nada.


Los dolores del parto fueron atroces, pero, afortunadamente, fue todo muy rápido. La matrona depositó al bebé, viscoso y ensangrentado, sobre su vientre. Los ojos del niño la miraban con fijeza y ella descubrió, horrorizada, que sus ojos eran de color rojo. En ese momento, todas las pesadillas que no había podido o no había querido recordar, acudieron a su mente. Se veía a sí misma haciendo el amor con alguien que no era su marido, que la aplastaba con su peso, del que no se podía desasir. Recordó las marcas en su cuerpo al día siguiente. Recordó los ojos rojos de aquel que la poseyó de forma tan brutal y reconoció esos mismos ojos en el bebé que la miraba de forma hipnótica. Fueron solo unos segundos, el niño empezó a llorar y Rosemary, de forma instintiva, se sacó un pecho, al tiempo que una oleada de amor hacia su hijo la embargaba.


Ana María Cumbrera Barroso. Mayo 2022.

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