domingo, 11 de diciembre de 2022

Patinaje:

 

¡Papá, papá, dame tu mano!.


Era una soleada mañana de invierno. En el patio, junto a otros niños pequeños, mi hija aprendía a patinar. Ella se me agarraba como si le fuera la vida en ello. Entre inseguridad y miedo, me miraba con ojos que dudaban de si misma. Yo le insistía, debía aprender poco a poco, y entre varias caidas y algún que otro moratón -otra vez se ha caido y te has hecho daño, me habría dicho su madre-, terminaba el penúltimo intento por aprender a patinar.


Una vez que le hube quitado los patines en casa, me miraba con gesto de alivio. No le gustaba patinar, eso era obvio, pero estaba contenta con el rato que pasabamos juntos. Con gesto resignado, y a la vez que se quitaba el pequeño calcetín sudoroso, me sonreía. Yo le decía que, si no le apetecía, no tendría que seguir con los patines. Se los regalamos por reyes, y tardó en decidirse a ponérselos. Sus amigas con su ejemplo la invitaban a seguir intentándolo. Yo, por mi parte, me arrepentí una vez más de haberselos puesto en la carta a los reyes ...


Pasó el tiempo, y no conseguió aprender. Ella, alguna tarde que otra en la que sus actividades extraescolares se lo permitían, se asomaba con una media sonrisa en la boca y los patines en su mano. Yo, aún con poca esperanza, la acompañaba al patio dónde otros niños jugaban. ¿te vienes a jugar con nosotras?. Ella, en un ademán que la honraba, les decía que no, que le había dicho a su padre que se bajara con ella, y que quería aprender a patinar. Su persistencia me sorprendía. Yo ya lo hubiera dejado por imposible, pero ella lo quería conseguir. Por ella y por mi, ya que la carta al rey mago la redacté yo.


Pasó el tiempo, y ya se me hizo mayor. Alguna que otra vez, al sacar alguna ropa del fondo del armario, sonreía viendo sus viejos patines. Yo, al fondo, hacía cómo el que veía la televisión, pero realmente estaba pendiente de ella. Con un ademán rápido, los cogió y comenzó a ponérselos. Me levantó la mano, y me pidió que la acompañara.


Volvimos a bajar al patio, cómo cuando era pequeña. Le estaban algo justos, pero aún podía moverse con cierta destreza. Con una gran sonrisa, me señalaba que por fín consiguió manejarse sóla. Ya no le hacía falta apoyarse en mí. Por un lado, me dió mucha alegría. Por otro, supe desde ese momento que ya no me necesitaría más en ese largo viaje que es la vida. A partir de ahora, lo continúas tú sola. Sé valiente, conseguirás todo lo que te propongas.


José María Vázquez Recio.



No hay comentarios:

Publicar un comentario