viernes, 12 de octubre de 2018

Presagios:



Sonó el llamador y se hizo el silencio.

El día no empezó del todo bien. El café se terminó y tuve que tomar cacao, fruncí el ceño resoplando y tras un desayuno frugal sin mi codiciado y necesario café matutino me dispuse a darme una ducha.
El equipaje ya estaba preparado y solo faltaban por guardar las toallas de playa.
Mientras tanto Toni apuraba el tiempo paseando por el mar que tanto le fascinaba.
De repente la luz se fue y el termo, que era eléctrico, dejó de funcionar, me esperaba, pues, una ducha fría, así que me armé de valor y afronté este segundo contratiempo de la mañana con optimismo moderado.
Nada podía turbar mi satisfacción, la segunda parte de nuestras vacaciones estaba aún intacta, pero empecé a percibir como señales todo lo que me estaba ocurriendo.
¿Serían estos leves percances presagio de algo más?
Nada podía turbar mi ilusión pero una tenue nube de intranquilidad empezó a rondarme por la cabeza.

Y así fue como Toni y yo nos dispusimos a continuar nuestro periplo en dirección a un bonito pueblo andaluz en el que poder disfrutar de la semana santa. Pero como no hay dos sin tres, durante el camino ocurrió lo que no nos pasaba desde hacía años, a saber: pinchamos la rueda.
Aquello me desquició, demasiadas casualidades juntas. ¿Qué hacer?
Continuamos.
Una pareja de extranjeros expectantes y llenos de curiosidad, rojos por el sol, empecinados en conocer y descubrir recónditos lugares y exóticas costumbres de Andalucía. Equipados con chanclas, bermudas y camisetas de colores, conduciendo una furgoneta vieja y ruidosa de la que cuelga un sin fin de objetos que alguna vez alguien pensó que pudieran ser útiles, este par de forasteros equivocados se presentan de esta guisa el jueves santo en el centro de un pueblo con solera y devoción que llenaba sus calles de mantillas, sombreros, trajes negros, seriedad y silencio.
Fue detener el vehículo y una procesión de penitentes portando imágenes apareció en la plaza en la que nos encontrábamos. Todas la miradas se dirigieron a nosotros. Incluso los ojos del Cristo se mostraron sorprendidos ante nuestro desaliño. El silencio de la plaza fue rotundo. Todos estaban más pendientes de este par de guiris que de la procesión esperada. Hasta dos veces tuvo el capataz que llamar a los costaleros. A veces los presagios son señales celestiales: nunca hubiéramos imaginado que podríamos convertirnos en los protagonistas de la fiesta que pretendíamos conocer.
Maribel de la Fuente Hernández

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