viernes, 12 de octubre de 2018


AQUEL VIERNES SANTO.

El recuerdo la asalta poderosamente, ve a su padre, su querido papá. Tendría entonces la edad que ella tiene ahora. Ella tenía siete años. Llevaba toda la semana esperando este día, él le ha prometido que verán salir al Cristo del Cachorro, por primera vez desde el incendio.

Cruzan el puente y la multitud los va rodeando a medida que se acercan al templo. El padre aprieta su mano. Las bullas en Sevilla tienen fama de ser organizadas, pero siempre imponen cuando llevas de la mano lo que más quieres en el mundo. Se sitúan y esperan. Aún falta, ni siquiera ha salido la cruz de guía. Un poco por llenar el tiempo, ella le pide , otra vez, que le cuente una historia mil veces oída.

    • ¿Y por qué lo llaman El Cachorro?
    • Dice la leyenda que a un famoso escultor le hicieron un importante encargo. La talla de un Cristo justo en el momento de dar su último suspiro, porque se llamaría Cristo de la Expiración. El artista se dedicó a su obra en cuerpo y alma, pero ninguna de las tallas que salían de sus manos le satisfacía. Una tarde, buscando despejarse de su obsesión, fue a dar un paseo. Presenció entonces una pelea entre dos hombres. Uno de ellos, era un gitano , famoso en Sevilla por su apostura, apodado “el Cachorro”. En el lance resultó fatalmente herido y el escultor vió como moría antes sus ojos. Lleno de inspiración llegó a su taller y esculpió un Cristo, plasmando en su rostro la agonía que había presenciado tan de cerca. El año que el paso procesionó por primera vez, un clamor acompañó su recorrido -Es el Cachorro- decían todos -es su cara-. Y por ese nombre fue reconocido desde entonces.

Después de escuchar la historia la niña guarda silencio. Sus ojos se detienen en un balcón. Una mujer, sola, se asoma por los visillos, está hablando por teléfono y llora. Ella imagina que está hablando con algún hijo y que le está describiendo esos momento que tantas veces vivieron juntos. La niña abraza a su padre, es pequeña, pero intuye que un día recordará este instante y, sobre todo, lo recordará a él.

Como tienen que seguir esperando, vuelve a preguntar lo que ya sabe:

    • ¿ Y por qué el año pasado no hubo procesión?
    • Un terrible incendio se declaró en la Capilla. La Virgen quedó reducida a cenizas y el Cristo sufrió graves daños, sobre todo en los pies.
    • ¿ Y ya se los han arreglado?
    • Así es, lo han restaurado para que lo veamos como siempre.
      En ese momento, el hombre que está al lado se mete en la conversación:
    • Eso no es así amigo. Yo también voy a contarle una leyenda que muchos consideran cierta. El Señor quedó tan deteriorado con el fuego que los hermano, en secreto, han encargado una copia, y esa será la que procesione hoy. El verdadero Cachorro está en el cementerio de San Fernando, en el Panteón de Anibal Gónzalez. No se han atrevido a tirarlo y lo han colocado allí, creyendo que nadie lo sabría, pero se ve a través de las rejas . Yo mismo lo he comprobado y es impresionante, con los pies quemados, tal como quedó tras el incendio.

La historia entristece a la niña. No quiere creerla. El padre guarda silencio y la coje en brazos. El momento se acerca. El cortejo se inicia y ya se ven los ciriales. El Cristo está a punto de salir. Desde el interior, sonó el llamador y se hizo el silencio. Se escuchan rumores lejanos de otras calles, pero allí todos aguardan sin pronunciar palabra. Sólo se oyen los pasos de los costaleros. Cuando el paso está en la calle, la niña murmura en el oído de su padre:

-¡Es él papá! Estoy segura.
    • Y ¿cómo lo sabes?
    • Voy a contarte una leyenda: había una vez una niña que siempre que salía de paseo le pedía a su padre que la llevara a ver al Señor. Como era muy pequeña apenás podía fijarse en su cara, a no ser que su padre la cogiera en brazos , así que desde su altura siempre se fijaba en una mancha que el Cristo tenía en la rodilla. Yo soy la niña papá, y lo primero que he buscado es la mancha y allí está. Prométeme que se lo diras a todo el mundo.

La niña, la mujer, sonríe ante el recuerdo, besa la foto de su padre y se lanza a la calle, fiel a su cita anual.


Ana María Cumbrera Barroso


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