viernes, 12 de octubre de 2018


LA CASA DE LAS SORPRESAS.


Era mediodía. Confiaba en que, una vez realizada esa peritación, acabaría por fin esa larga semana.

Llovía, o mejor dicho, diluviaba. Era una bonita calle, sobre todo por la muralla que tenía a su izquierda, con una bonita portada almohade que le daba una gran majestuosidad. Distraido con esta perspectiva, llegó al portal. Vió la aldaba que hacía de llamador en una gran puerta de roble y, en ese momento, se hizo un extraño silencio ...

Al no contestar nadie, empujó levemente la puerta. Ésta se abrió ...

- ¡hola! ¡se puede!

Nadie contestó. Decidió entrar en el amplio zagúan que hacía de preentrada, y no pudo por menos que maravillarse de la belleza de la casa. Techos altísimos, una pequeña salita, aún con muebles aunque antiguos muy bien conservados, y unos grandes cuadros en blanco y negro, posiblemente fotografias de los antiguos moradores de la finca.

Una vez dentro, vió un gran patio aún bien iluminado, con una cocina y una pequeña alacena a su izquierda, y una escalera a su derecha, para acceder a las habitaciones situadas en la primera planta ...

- ¡Que barbaridad! Pensó, ¡me voy a llevar toda la mañana para valorar tanto mueble!

Decidió, una vez que se percató que no había nadie, a sacar su bloq de notas y un par de lápices ... siempre se le había gustado más el contacto con el papel de la mina de grafito que la punta de cualquier boligrafo ...

- ¿se le ofrece algo caballero?

Giró violentamente su cabeza sobresaltado. Creía que no había nadie en la finca ...

- Perdone, he llamado a la puerta y cómo nadie me contestaba ...

- No se preocupe, dígame en que puedo servirle.

Le enseñó su acreditación de administrador de fincas, y la comunicación del día y hora en que tenía orden de presentarse ...

- Si, muy bien. Está todo en regla. Proceda a realizar su trabajo.

Se quedó aún un poco aturdido por el sorpresivo encuentro, y comenzó su inventario. Con el rabillo del ojo pudo observar la apariencia de este señor. Mirada y gesto afables, pelo corto y con un pequeño bigote, con traje y corbata elegantes, pero extrañamente algo pasados de moda ...

- ¡Soy relojero, sabe usted! ¡Del ayuntamiento de este pueblo!. No sé si se ha percatado, pero en la plaza siguiente a esa calle, donde está el edificio municipal, el reloj que lo preside desde las alturas es mi mayor orgullo. Me dedico a su mantenimiento ...

Seguí observandolo con extrañeza. Tenía unos ademanes corteses, pero algo extraños en los tiempos actuales.

... vivía aqui con mi familia. Mi mujer, y mis tres hijos. Me tuve que marchar demasiado joven, por circunstancias ajenas a mi voluntad. Mi señora, mujer con carácter, siguíó con la crianza de mis hijos con una gran voluntad y abnegación, ¡Ve esa habitación!. En tiempos de la guerra puso una tienda de comestibles, con lo que consiguió salir adelante. Más tarde, y al hacerse sus hijos mayores, les puso una pequeña taberna para que se fueran ganando la vida. No les gustaba demasiado este negocio, sobre todo al más pequeño ...

Siguió haciendo el informe, mitad abstraido con el inventario - amenazaba con ser interminable -, y la amena conversación con este extraño acompañante ...

¿Ve la azotea, allí arriba? ... en plena guerra, de madrugada, cuando los bombardeos de la aviación italiana, caían restos de metralla y mis hijos y mi mujer tenían que refugiarse en esa pequeña alacena ... ¿la ve?. Está horadada en la piedra de la muralla que acaba usted de ver ... ¡bastante segura!, ¿no le parece?.

Una vez terminada las dos plantas, se dispuso a subir hasta la azotea. Confiaba en que hubiera poco que enumerar, y cuando íba a subir, se percató de que la escalera, a unos 15 metros sobre el suelo, era de madera. El primer escalón chirrió de manera extrema, el segundo emitió un crujido poco tranquilizador ... un sudor frio le recorrió toda su espalda ...

- ¡Tranquilo buen hombre! ¡no se preocupe! ¡Por esas escaleras se ha subido y bajado durante medio siglo y sin ninguna desgracia que lamentar! ¡suba, suba!. Le acompaño ...

Seguí a ese señor hasta la puertecilla que daba acceso a la azotea. El postigo hizo mucho ruido y lo sobrecogió, pero al cabo de un buen rato de forcejeo, el extraño caballero consiguió abrir la puerta de acceso y accedió al último habitáculo de la casa ...

- ¿Ve esa pequeña buhardilla?. Ahí conservo muchos recuerdos, tales como útiles y herramientas de relojero, pequeños muebles que subíamos aquí por si nos volvían a hacer falta, cuadernos de mis hijos, mire mire ...

Él observó todo lo que le indicaba. Se dió cuenta que ante su fría mirada de tasador hay elementos que no son inventariables ni valorables ... y vió con extrañeza que, al volverse, el extraño caballero no estaba ...

Se ajustó sus gafas, y con un rápido vistazo, se volvió para salir de la casa y llegar pronto a casa. Le quedaba aproximadamente una hora de camino de vuelta ...

Una vez recogida toda su impedimenta, llamó varias veces para despedirse de este amable anfitrión. Nadie respondía. Miró a todos lados, y cuando se disponía a salir por la salita anterior al zaguán, se percató de que allí, en la entrada, estaba él, sonriente, con las brazos cruzados, mirándole fijamente desde uno de los retratos que adornaban su casa ...


Dedicado a mi abuelo Manuel Vázquez López, al que me hubiera gustado tanto conocer ...

No hay comentarios:

Publicar un comentario