domingo, 6 de mayo de 2018

Historia de un adiós:



Dudé.
Durante una milésima de segundo.
Y en ese instante tuve el tiempo suficiente para reconstruir toda mi vida junto a él.
Para correr a su lado y volver al punto de partida , al principio de los tiempos.
Para revivir los años en que fuimos un todo.
Pero la duda se esfumó. Y elegí no regresar y decidí soltar amarras y seguí caminando sin mirar atrás.

Solo el amor cura la vida.
Solo el amor fue capaz de curar mi vida.
Por eso ahora debo decir adiós.
Por amor.

Los secretos que compartimos. Ese hilo invisible que nos unió en la intimidad, esa, que solo a nosotros pertenece y pertenecerá por siempre.
Nuestro jardín secreto, un espacio luminoso, una ventana abierta que ahora yo debía cerrar. Pero antes quería asomarme una última vez.... antes de entornar los postigos para siempre.

Hay personas que son como un abrazo. Te acogen, con la mirada, con los labios...así me sentí yo la primera vez que le vi y así es como quiero recordarlo.

Busco un recuerdo.
Dibujaba mi mano un camino en la arena, con suavidad recorría la tierra húmeda. Las olas se acercaban tímidas y revoltosas , me salpicaban, me acariciaban.
Un barco se aproxima al puerto, su silueta recortada en el horizonte me avisa y voy siguiendo su estela en el mar.
Tiempo después supe que el hombre que llevaba el timón se distrajo con la niña envuelta en olas que escribía en la playa.
Miguel sonrió ante la ocurrencia. Me veía mientras yo le miraba sin advertirle....el azar hizo que nuestros caminos se cruzaran.
Dejó el timón al segundo oficial y se asomó a la borda para divisar el puerto.
Aún no lo sabía pero ya me estaba buscando.
Yo le presentía, le adivinaba.
Yo le estaba esperando.
Mucho amor, mucha felicidad, la fuerza, la convicción, el deseo, el apoyo, la confianza, la calma.

Y después el sufrimiento de ver como se apaga ese amor. Y no imaginas el final y no quieres admitirlo y no deseas más que desaparecer, extinguirte en la profundidad del océano.

Y cuando crees que no cabe más amargura, que no cabe más nostalgia
dentro de ti, y estás dispuesta a remendar como sea los retazos que quedaron desperdigados entre tus lágrimas, descubres que no hay salvavidas para un amor ya agotado y vacío.

La valentía consiste entonces en dejarle ir. Sin reproches, lealmente.
Deseando que los vientos le sean favorables en su travesía y encajando el dolor más grande que te queda por vencer: la aflicción por no sentir ya nada de ese amor sublime que un día conociste.

La soledad te hace dudar.

Ya la has vencido.

Maribel de la Fuente.

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