lunes, 9 de abril de 2018


PARIS EN PRIMAVERA.

La primera vez que estuvo en París iba de la mano de Jaime. Tenía veinte años, la cabeza llena de sueños y toda la vida por delante. Jaime era su primer amor y la persona con la que quería pasar el resto de su vida. Vital, idealista...el compañero de viaje ideal. Fueron días perfectos. Días llenos de amor, de risas, de paseos por el Sena, de pic-nic en los jardines … Cinco días intensos que le proporcionaron recuerdos para toda una vida. No podía imaginar entonces que aquél sería su único viaje juntos.

Unas manitas en su cara hicieron que abriera los ojos. Era Luis, su pequeño.

-Mamá despierta , el avión va a aterrizar.

Su mirada se cruzó con la de Alfonso, su marido, sentado en la otra fila con Alicia, su hija mayor. Sin palabras se coordinaron : no soltar a los niños, coger los equipajes, no separarse...Solo tuvo tiempo de lamentar en su mente, una vez más, que París fuera su destino. Había intentado elegir otro, pero la ilusión de sus hijos por ir a Dineyland había sido más fuerte.

No pudo evitarlo. Durante los siguientes dos días fue una autómata que andaba, comía y hablaba, pero su espíritu no estaba allí, había vuelto al pasado, volvía a ser joven, muy joven, volvía a estar enamorada, volvía a recorrer con Jaime las calles y bulevares de París en primavera. La más bella primavera de su vida. Juntos descubrían por primera vez la Torre Eiffel completa al doblar la esquina del Trocadero, se perdían juntos en el Louvre , corrían bajo la lluvia de aquellos inesperados chaparrones de París y se maravillaban cuando el sol volvía a salir entre los nubarrones que surcaban aquel cielo tan azul y ambos desayunaban croisanes hasta hartarse. Eran recuerdos que nunca había compartido con nadie. A veces, tenía que contárselo a sí misma para convencerse de que fue real. Cuando volvieron de París, Jaime le dijo que le habían propuesto trabajar en Médicos sin fronteras. Al principio se escribían casi a diario, hasta que las cartas se espaciaron y dejaron de llegar. Nunca rompieron, simplemente se distanciaron. Sus caminos en la vida tomaron rumbos distintos.

-Mamá, mamá. -De nuevo la voz de su hijo la devolvió al presente. Fue como salir de un túnel, como despertar de un sueño, de un pesado letargo .El chiquillo buscaba su mirada y lo mismo hacía Alicia e incluso Alfonso, de pie al otro lado de aquella habitación abuhardillada donde el sol entraba a raudales. -¿veremos hoy a Mickey?

En ese momento sintió tanto amor, que supo que era allí ,con ellos y en ese momento, donde quería estar. Con Jaime recorrió un corto trayecto, pero eran ellos, sus niños y su marido, sus compañeros en el viaje de la vida. Era el momento de crear nuevos recuerdos. Abrazando a ambos niños contestó:

-¡Pues claro que veremos a Mickey. Y a Minnie, a Goofy, a Frozen...A TODOS!

Alfonso suspiró aliviado mientras que una amplia sonrisa se dibujaba en su rostro. Hacía mucho que sabía su historia con Jaime. Encontró unas cartas en un cajón y sabía donde se marchaba ella cuando se mostraba ausente, como en los dos últimos días . Afortunadamente, había regresado. Una vez más, había vuelto a su lado.

Ana María Cumbrera Barroso





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