lunes, 21 de mayo de 2018


Hasta siempre Barcelona.

Dos de la mañana, un día cualquiera de marzo de 1938, Barcelona. El capitán Áñvarez daba las últimas instrucciones a su tripulación. Miguel miró por la borda y divisó el puerto, sonriéndome tristemente. Observando el ajetreo de los marineros y recostado en la barandilla del barco, ví posiblemente por última vez mi ciudad, Barcelona. Y por mi mente empezaban a pasar, cómo si de una película se tratase, los acontecimientos que desencadenaron la huída de mi tierra ...

Era una mañana de verano, cómo cualquier otra, con ese calor húmedo y sofocante que el mediterráneo nos acostumbraba a regalar año tras año. Estaba escuchando el parte de guerra por la radio, cuando sonó la triste noticia ...

"Contingentes Militares se acercan por el sur de Barcelona ... la población civil está sufriendo continuos bombardeos de la aviación rebelde ... busquén los refugios antiaéreos ... no pasarán"

El cigarrillo se me cayó de los labios. En ese momento lo único que se me ocurrió fué ir en busca de maribel, mi mujer ... ¿dónde se habrá metido esta mujer?.

Salí corriendo de mi casa, mirando a todos lados. Por la calle la gente deambulaba y corría, con esa angustía que posee a los más desfavorecidos de la fortuna que buscan sólo vivir en paz ...

Encontré a Pepe, unos de nuestro vecinos ...

¿haz visto a mi mujer? Le pregunté.

¡están deteniendo a todos miguel! ¡vete al castillo de monjuit!

Me apresuré todo lo que pude, viendo cómo por el camino había gente haciendo acopio de sus pertenencias. Niños llorando en brazos de su madre, preguntando que pasaba. Hombres amontonando enseres en carros improvisados dónde llevarse lo más necesario. Ancianos con las manos en la cara conteniendo las lágrimas ... ruido de bombas cayendo por doquier y matando gente inocente al capricho de la fortuna ...

Al llegar a montjuit, observé una auténtica estampa de terror. Hileras de personas, de diez en diez, esperaban para ser fusiladas ... algunos se resistían, otros, sin embargo, esperaban su triste final con la mayor entereza de la que podían hacer gala ...

Noté un empujón en el hombro. Un soldado, agarrándome por el brazo, me llevó junto al grupo que esperaba en los fusilamientos. Me resistí con todas mis fuerzas, pero fue en vano. Recibí un culatazo en la nuca, y y no recordé nada más. Cuando recuperé el conocimiento era sujetado por otros dos infelices, esperando la muerte al borde de una gran cuneta ...

¡apunten! ¡fuego!

En ese momento, noté un fuerte dolor en un brazo. Caí sobre varios cuerpos, y noté el olor a sangre y a pólvora ... parece que todo íba a acabar ...

Ya por la noche, recuperé el conocimiento. Sentía aún mi brazo palpitando de dolor y, y cómo pude, me arrastré hasta una carretera dónde una mujer me socorrió ...

Ha tenido usted mucha suerte. Ibán de uno en uno rematando a todos esos infelices ...

Por favor, lléveme al puerto ...

¡Está vigilado! ¡sería una locura!

Por favor, lléveme al puerto.

Conseguí a duras penas llegar. Una larga cola de hombres, mujeres y niños se agolpaban en busca de una nueva oporturtunidad. Un marinero, a duras penas, retenía la muchedumbre que sólo ansiaba subir al barco para escapar del horror. Cómo pude, me metí entre ellos y, tras forcejear, conseguí subir a bordo y terminar con esta terrible pesadilla ...

... horas más tarde, apuraba mi último cigarrillo. En la lejanía, Barcelona ya sólo era un punto minúsculo en el horizonte y, con lágrimas en los ojos, me dí cuenta que ya empezaba a ser sólo un bonito recuerdo en mi memoria ...

José María Vázquez Recio.



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