lunes, 5 de febrero de 2018

Tarde de fútbol:


... ¿papá, a que hora nos vamos ...?

El niño se acercó a su padre, con ganas de llamar su atención. Acababan de almorzar la familia, otro domingo cualquiera con sus particulares costumbres y con su particular monotonía. El padre, con gesto cansado, ya que apenas había dormido tres cuartos de hora de su muy merecida siesta, se dirigió a su hijo con un gesto indulgente ...

... espera un momento, chico. Ya acabo ...

La madre terminó de arreglar al pequeño. Pantalón bien puesto, con la camisa para adentro, un buen chaquetón -siempre hace mucho frío en el estadio, y mañana hay colegio- , y dándole un beso muy fuerte en su mejilla, se despide ...

... a ver si ganais esta tarde ...

El niño se dirige a la puerta, y cuando aparece de nuevo su padre esboza una sonrisa de oreja a oreja ...

¡venga papá, que nos va a coger un atasco cómo siempre ...!

Cogen el coche, y se dirigen por la calle jilguero, a la derecha por la calle alondra, y embocan el barrio de la candelaria atravesando la avenida Federido Mayo Gayarre ...

¡papá, pon útlima hora futbolística, a ver quién juega ...!

El padre enciende el transistor, único elemento ajeno al engranaje del motor, que los lleva a ese lugar de común ilusión que es ese estadio ubicado al final de la palmera en el muy sevillano barrio de heliópolis ...

Llegan por fin, después de haber tenido la parada en el paso a nivel frente al cuartel de intendencia - papá, parece que se enteran los trenes cuando vamos al Betis -, y aparcan en uno de los pocos huecos que tienen la suerte de encontrar.

Se encaminan agarrados de la mano. Son cómo tantos en los que se entrecruzan dos generaciones compartiendo un mismo sentimiento. Padre e hijo, con la inacabable ilusión que los sostiene, domingo tras domingo.

¿papá, compramos caramelos?.

Una vez superada la oportuna liturgia de llenar de chuches los bolsillos del pequeño, embocan la entrada del estadio.

Se acumula mucha gente en la entrada. Siempre el mismo problema. El padre se saca del bolsillo ambos carnets de socio, y se lo muestra al portero, que muestra, cómo siempre, el mismo gesto entre desconfianza y hastío.

¿Seguro que el niño es infantil? A mi me parece demasiado alto para tener menos de 14 años ...

¡Si lo es!, -musita el padre no sin un gesto de cansancio al tener que decir lo mismo cada quince día-. El niño tiene aún 13 años, aunque pueda ser todo lo alto que usted quiera ...

Pasan al interior, no sin antes tener que escuchar el último comentario del portero musitando entre dientes ... Por fin, una vez dentro, se acercan a uno de los mostradores dónde se sirven bebidas.

Por favor, una mirinda de naranja y una cruzcampo. ¡que estén friás, eh!

Les sirven dichas bebidas, y ambos se miran felices después de ver el objetivo conseguido. Una hora y media, entre atascos, problemas de aparcamiento, porteros desconfiados, etc. Pero ha valido la pena ...

Si disponen a entrar por el vomitorio, y una vez sentados en sus localidades, el padre se dirige a su hijo ...

¡... y recuerda, si alguíen te dice que dónde estás sentado es su sitio, le pides el carnet!

Saltan los jugadores a calentar, el estadio al unísono los ovaciona. Son esos héroes temporales que durante unas horas colman las expectativas y la avidez de esa mística del balompié. Al poco, y cerca de las cinco de la tarde, los futbolistas vuelven a los vestuarios para terminar de prepararse antes del comienzo del partido.

¡papá, quíénes jugamos!

Esperate hijo, que ya van a dar la alineación ...

El estadio enmudece, y en ese momento, el espiquer calla a todo el estadio con su atronadora voz:

  • ... con el número uno ... Esnaola ...
    ¡Biennnn!
... con el número dos ... ¡Bizcochoooo!

El estadio acompaña a al nombre de cada jugador un grito al unísono. Son su equipo, sus jugadores ...
Comienza el partido. El equipo local ataca sin denuedo, pero enfrente tiene un gran enémigo. Tras unos veinte minutos, se confirmó la tragedia ...

¡Papá, nos han marcado!

El padre hace un gesto de desagrado, pero mira con esperanza a su hijo.

¡Tranquilo hijo, queda mucho tiempo!.

El juego continúa sin muchas variaciones, y menos en los guarismos del marcador. El 0 a 1 tendrá que esperar a la segunda parte.

Comienza el segundo tiempo, el equipo visitante, muy superior, sigue empujando para rematar el partido. El equipo local insiste en su empeño, más llevado por su fe que por otros argumentos futbolisticos, y el milagro llega ...

¡Gol, gol! ¡Papá, quién ha marcado!

El partido continúa, hay ocasiones que el portero local salva, y hace mantener la ilusión entre los aficionados. El partido parece que va a terminar con el empate cuando ...

¡gol, gol!

Padre e hijo se funde en un abrazo. Les embarga esa felicidad que dá los pequeños acontecimientos a su vida diaria.

Padre e hijo, felices con el devenir de la tarde, se despiden entre gestos de alegria y alivio ... El estadio se despide de sus jugadores entre cánticos de alegría y palmas ...

... ¿papá, a que hora nos vamos ...?


El padre se despierta, no sin tener que hacer un gran esfuerzo. Mira a su hija. Ella parece estar preparada. Tiene la misma mirada risueña que el tenía años atrás cuando su abuelo se la llevaba por esa senda de ilusión. De padres a hijos ... , ... de abuelos a nietos ..., una pasión llamada Betis ...

José María Vázquez Recio

1 comentario:

  1. Un relato muy bonito, escrito con mucha calidez haciendo revivir el nacimiento del sentimiento por unos colores.Soy sevillista, pero se reconocer cuando algo esta escrito con gusto y sevillania. Un abrazo para mi amigo Jose Maria.
    Juanjo Vilches

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