martes, 15 de febrero de 2022

Los comensales:

 

      Me lo advirtieron muchas veces, pero nadie, cómo dice el refranero popular, escarmienta por cabeza ajena. Otra vez tirado en medio de la nada, en una carretera comarcal, y sin pasar nadie que me pudiera ayudar. Y para colmo, el móvil sin cobertura ...

 

      Hacía ya mucho frío, y el anochecer amenazaba con hacerse presente en su plenitud, y sin saber para dónde dirigirme. La temperatura era mucho más benigna que en el exterior. Cerré el coche, y me dispuse a cruzar el bosque, a ver lo que me depararía el destino.

 

      A la media hora de estar caminando, pude ver, a lo lejos, una luz tenúe. Apresuré el paso, no fuera a ser que fuera un vehículo y que se marchara. Conforme me acercaba, me día cuenta de que era una luz fija, por lo que mis temores se desvanecieron. Una pequeña cabaña, con una chimenea humeante que me hacía pensar que algo caliente podría tomar para resarcirme algo del frío, se me apareció frente a mi.

 

      Por una de las ventanas observé una animada reunión, con varios hombres riendo y comiendo. Sonreí, porque parecía que mi suerte cambiaba.

 

      Llamé a la puerta con los nudillos, y nadie acudía. A la segunda vez, alguíen abrió una mirilla, y me preguntó que quería. Le dije que estaba perdido, con mi coche averiado en la carretera, y que sólo quería llamar por teléfono y resguardarme un poco. Asintió con un gesto, y me permitió la entrada.

 

      Era una pequeña habitación, con una chimenea al fondo, una cocina y un camastro que acababa de ser usado. Otra mujer aguardaba mirándome con indiferencia meciéndose una y otra vez en una ruidosa mecedora.

 

      Les día las gracias, y pregunté por un teléfono, a lo que me contestó que no tenían, pero que por la mañana esperaban a un repartidor, y posiblemente podría irme con él. Me ofreció pasar la noche en un pequeño desván en la parte superior de la casa y algo de comer.

 

      Les día las gracías. Quitándome el grueso abrigo que llevaba, y acercándome a la chimenea para recuperarme algo del frío, observé a la mujer de la mecedora. Me miraba fijamente, y, sin dirigirme la palabra, sonreía con un gesto extraño. La primera de mis anfitrionas me ofreció un té caliente con galletas, y me dijo que me sentara. Era bastante más amable que la otra, que ni me hablaba ni me quitaba la vista de encima para nada.

 

      ¿De dónde es vd?, me preguntó. Le contesté que de la ciudad, y que queriendo acortar el camino, me terminé perdiendo.

 

      - Mala época para perderse. Este bosque, en invierno y de noche, no depara nada bueno. Los lobos acechan y no sería el primer incauto que perdiera la vida por estas tierras... -, me contestó.

 

      Mientras que la escuchaba, y con la mujer de la mecedora mirándome con una sonrisa bastante rara, me extrañó no escuchar a los comensales de la otra habitación. La señora amable me comentó que algunas veces se reunían allí, para jugar a las cartas, pero que, afortunadamente, la tenían insonorizada. Nunca les gustó ni a ella ni a su hermana excesivamente el jaleo ...

 

      ¡Ah, son hermanas!, le pregunté, ya que la otra no abría la boca para nada, eso sí, con una sonrisa terriblemente inquietante.

 

      Si, somos hermanas, y llevamos aquí varios años viviendo muy tranquilas. No nos gusta mucho la gente, ni nosotros a ellos. Estamos en paz.

 

      Veía ya que la noche era cerrada y, aceptando su amable ofrecimiento, me dispuse a lenvantarme para ir a descansar. Extrañamente, sentía cómo si mis piernas no me respondieran, y caí de bruces al suelo. Plenamente consciente pude ver que las dos hermanas se apresuranon a ayudarme, y me subieron a una silla de ruedas, dónde, para mi sorpresa, me sujetaron con unos correajes para que no me cayera. Intenté protestar, pero las palabras no pudieron salir de mi boca, y apenas podía mover los labios ...

 

      ¡Por fín nos ha caido otro Clarence! Ya había perdido la esperanza de renovar nuestra mesa. ¡Por fin!, dijo alborozada. Mientras una lo llevaba en la silla de ruedas, la otra abrió la puerta dónde se divertían varios hombres jugando a las cartas, o eso parecía.

 

      Le presento al Sr. Escobar. Llegó hace unos 30 años, casi como usted, ¿guapo verdad?. Está cómo el primer día.

 

      Y este otro es el sr. Hurtado. Éste lleva menos tiempo disfrutando de nuestra hospitalidad, no más allá de 15 años, pero se mantiene perfecto, cómo si no pasaran los años por él ...

 

      Mi sorpresa se tornó en horror. Esos hombres, por una extraña razón, estabán inmóviles, cómo estatuas, con una sonrisa estúpida en los labios, mirándose entre si. No entendía nada, y no sabía que querían de mí.

 

Por ahora no se preocupe -, me dijo la que me abrió la puerta. Le vamos a dejar aquí  para que se vayan conociendo. Van a tener todo el tiempo del mundo para ello, ¿verdad Elizabeth?.

 

      Elizabeth practicamente no la escuchaba, al estar ocupada en preparar unos cuchillos de cocina de gran tamaño, sonriéndome con una mirada, ahora sí, muy dulce.

 

                  José María Vázquz Recio, Febrero 2022

     

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