domingo, 9 de septiembre de 2018

Un amor de verano:



Apuraba el último sorbo de café, delicioso y reconfortante, mientras miraba a través de los cristales del bar.
Una breve parada antes de continuar. Ya solo quedaban veintitrés kilómetros para llegar a mi destino.
Y aunque esta vez el motivo de mi visita era triste, porque triste es siempre despedir a personas buenas que han estado a nuestro lado, no podía evitar sentir una emoción y una alegría infantil, cada vez que la silueta del pueblo aparecía ante mis ojos.
La misa por el padre de María se iba a celebrar ese viernes, y allí nos reuniríamos los amigos para acompañarla y para devolver a Antonio un poco de todo el afecto y cariño que él nos regaló durante tantos años.

Me levanté para pagar en el mostrador a una chica risueña y desconocida que me atendió amablemente.

Y me dispuse a salir hacia el coche.
El olor a lluvia incipiente me sorprendió, la frescura del aire. ¡Cómo me gustaba!

Todos los aromas de la libertad concentrados en el olor que dejaba siempre el perfume de la lluvia de verano.
Veranos tan lejanos ya en el tiempo, pero dispuestos a irrumpir en nuestros recuerdos en cualquier instante para llevarnos a lugares recónditos, donde fuimos tan felices. ¡Tanto! que solo el evocarlos nos devuelvían esa felicidad multiplicada e intacta.

Como aquella noche de san juan, que inauguraba las vacaciones, y era por eso doblemente mágica.
El verano, la felicidad de ser simplemente, ese oasis de tiempo infinito que debíamos llenar de risas, de paseos, de aventuras y confidencias.

Esa noche en que te vi tan silenciosa y sin saber cómo, reuní el valor necesario para pedirte si querías bailar. Y ante mi asombro infinito dijiste que sí y el contacto de tu mano en la mía mientras bailamos es algo que jamás podré borrar de mi memoria.

Y así fue como un amor de verano llegó para quedarse junto a mí, todos los otoños, todos los inviernos y todas las primaveras.

Y se quedó incluso cuando ya no estuviste a mi lado y ahí seguirá hasta mi último aliento.

Ahora justo a la entrada del pueblo hay una tienda pequeña, donde suelo encontrar las flores más bonitas.

Dos ramos de flores frescas. Las flores para Antonio, el padre de María, que sean de muchos colores. Para ti claveles rojos, los que más te gustaban.




Maribel de la Fuente Hernández.

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