sábado, 9 de junio de 2018


EL DOLOR


No hay mayor dolor que sobrevivir a los hijos. Así ha sido siempre y así será hasta el final de los tiempos.

Yo era una niña cuanto te pusieron en mis brazos y ya entonces lo sabía. Me decía a mi misma que era fortunada, que eran muchas las madres que perdían a sus hijos en la más tierna infancia. Al menos yo podía verte crecer. Pero he vivido con el temor de que este día llegara y, aún así, no estoy preparada. Desde por la mañana me arrastran de un lugar a otro y yo me dejo llevar. Sé que una multitud me rodea y puedo escuchar sus voces, pero mi alma ha abandonado mi cuerpo.

Busco consuelo en mis recuerdos. Te veo cuando eras el bebé más hermoso del mundo, cuanto te amamantaba a mis pechos. Entonces eras mío, solo mío. Era a mí a quien buscabas cuando tropezabas y caías. Me mostrabas, llorando, tus rodillas magulladas y sólo mis caricias y mis palabras te calmaban. ¡Mío! ¡sólo mío! Ni siguiera de Él.

Fuiste creciendo y eras mi orgullo. Tan dulce y bueno, tan especial. Sólo yo sabía lo especial que eras. Durante estos años atesoré cada recuerdo, cada vivencia y los guardé en mi corazón. A mí me lo contabas todo: tus inquietudes, tus miedos, tus dudas ... El día que te marchaste de casa, cuando te volviste y agitaste la mano, te despedías de mí y también de tus días tranquilos y felices, de nuestro refugio compartido.

Desde entonces, te ví pocas veces, aunque procuraba acercarme a verte siempre que te sabía cerca. A veces, pasabas unos días en casa, descansando. Esos pocos días fingíamos que todo volvía a ser como antes, pero los dos sabiamos que ya nada volvería ser igual.


Y hoy ha llegado el día que espero con pavor desde mi más temprana juventud. Al amanecer, aporrearon mi puerta, me trajeron hasta aquí casi en volandas, las piernas no me sostenían,. Oigo las voces de la multitud enloquecida y, de pronto, reconozco tus pasos. Sé que te acercas por la calle empedrada. El pánico me domina. ¡No quiero verte! ¡no puedo verte!. Puedo soportar mi dolor, pero sé que no podré soportar ver le tuyo. Por eso salgo corriendo enloquecida y me escabullo por la calle más cercana. Corro hasta que tengo que detenerme para coger aire. Estoy sola. De lejos me llegan las voces de esa multitud que vocifera tu nombre y, a pasar de la distancia, sigo oyendo tus pasos por encima de todos los sonidos. De pronto, tu ritmo se altera, siento que caes, que has caído bajo el peso del madero que tus verdugos te obligan a llevar hasta el Calvario. Entonces, te veo de nuevo, cómo cuando eras un niño y llorabas tras caerte y sólo yo te consolaba. Corro de nuevo, deshago mis pasos y te llamo: -¡YA VOY HIJO MÍO! ¡ESTOY AQUÍ! ¡NO TE DEJARÉ SOLO! ¡ESTARÉ CONTIGO HASTA LE FINAL!

(Monólogo de María)

Ana María Cumbrera Barroso.
Mayo de 2018.

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