domingo, 4 de junio de 2017

Mientras me alejaba despacio procuré no volver la vista atrás, sentía su mirada sobre mí, sentía su ternura y su fuerza.
Lo imaginaba sin esfuerzo, los codos apoyados en la barandilla, la sonrisa tenue en sus labios, mientras me veía partir feliz y libre.
Llegó la hora de la despedida, llegó también con ella la hora de la esperanza, esa que fuimos construyendo juntos.
Aprendí de él, en todo este tiempo que los adioses no son tristes; son parte del camino que emprendimos un día. Son parte de la vida.
Ya estaba llegando a la estación, un sol resplandeciente inundaba la fachada.
Fue entonces cuando me crucé con Ana, fugaz, en su bicicleta azul.
Me pitó con gozo, con estruendo, muchas veces.
Cascabeles en mis oídos y una vocecita vital y espléndida que me gritaba: ¡adiós, que llego tarde al cole! Adiós repetí en un susurro.


Maribel de la Fuente

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