jueves, 23 de abril de 2020

Su mejor amiga:


 Gabriel acabó de meter un par de documentos en su maletín, y cerró con llave nerviosamente el cajón de su mesa de despacho. Marta, su secretaria, estaba algo distraida mirando el monitor de su ordenador. Le hizo una señal, pero al ver que no lo veía, desistió de su empeño. De todas maneras, ya quedaba poco para irse a casa.


¡Por fin eran las cuatro de la tarde!. Gabriel acababa de salir de su trabajo, se paró a tomar algo en un bar cercano cerca de su bufete, y se disponía a pasar un par de horas con Raquel.

¡Le encantaba estar con ella!. Estaba acostumbrado, más bien resignado, a que día tras día alternase con muchos clientes, compañeros, conocidos, pero que a ninguno le pudiese llamar amigo. No hay peor soledad del que está permanentemente rodeado de gente pero que ninguno te sonría y te pregunte ¿cómo te encuentras Gabriel?, y que todo sean frases formales, sin ningún contenido. Palabras de cumplido, corteses, pero vacias de la mínima complicidad necesaria para hacerte parcicipe de un sentimiento de verdadera amistad ... pero con ella no era así.

Aparcó su coche en una calle cercana. Siempre le costaba encontrar un lugar cercano, sobre todo porque después disponía de poco más de 15 minutos para llegar de nuevo al bufete, y nunca le gustaba llegar tarde ...

Subió los cuatro escalones antes de llegar al portal y, nervioso, apretó el botón correspondiente al 2ºc. A los pocos segundos, escuchó su voz. ¿eres tú Gabriel? ¡sube!.

Una vez en el portal, saludó a un vecino que lo miró con gesto hosco. Gabriel se limitó a dar las buenas tardes, y siguió su camino al ascensor. Su tiempo, el tiempo de ambos, era corto y había que aprovecharlo.

Raquel lo recibió con un beso en la mejilla, y le preguntó si le apetecía algo, Él le pidió café, y se fué a la pequeña cocina a prepararlo. Gabriel, mientras tanto, se desanudó la corbata, se quitó la chaqueta, y se sentó frente al pequeño televisor del apartamento. Apenas 5 minutos después, una taza de café humeante ocupaba su mano derecha, pero sin apenas haberlo podido probar, con la izquierda agarró a Raquel por la cintura, demostrándole lo que realmente le apetecía ...

Sin más tiempo para prolegómenos ambos se fueron a la pequeña cama existente en el apartamento. Apagaron la luz, y ambos se entregaron a su amor poco legítimo. Tenían sus vida por separado, familias, etc ... pero ese era su momento, su tiempo, y no querían perdérselo, cómo así habia sido una vez por semana, hace ya bastantes años. Nunca, y ambos se conocían desde hacía bastante tiempo, se preguntaron quién más había en sus vidas. Se sabían sus nombres, verdaderos o no, y sus números de telefono móvil, y era más que suficiente. Para que querrían saber más el uno del otro, si ni les hacía falta. Estos encuentros eran sólo para ellos. Un lugar dónde sólo quedaba un rato de complicidad y amor fugaz, sin más expectativas. Un lugar dónde al poco de marcharse, sólo quedaría un bonito recuerdo dónde habite el olvido ...

Estaba Gabriel en estos pensamientos, apurando un cigarrillo en la cama, cuando Raquel se levantó de la misma. Se puso una bata muy ligera, y con un beso cariñoso en la frente, le dijo que iba al baño a darse una ducha. Gabriel se incorporó, y comenzó a vestirse. Miró nerviosamente el reloj, y se percató de que ya eran cerca de las seis ...

Una vez listo, entreabrió la puerta del cuarto de baño. Raquel aún se estaba duchando y cuando Gabriel le dijo adios, ella le contestó con una preciosa sonrisa.

Gabriel se dirigió a la puerta, y al abrirla, se percató de que se había olvidado de algo. Entre risas, volvió al dormitorio, y miró en su interior. Una vez dentro, abrió un pequeño cajón dónde había un sobre de color morado. Lo abrió, y depositó en él 150 euros. Era el precio a pagar por un rato de felicidad.

José María Vázquez Recio.



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