RECUERDOS
DE UNA INFANCIA
Salia
del colegio. Eran las tan deseadas cinco de la tarde, pero con un
final felíz y distinto que el del llanto por Ignacio Sánchez
Mejías, que García Lorca, Don Federico, creó cómo homenaje a su
amigo, torero y bético ... la campana sonó radiante y alegre, o al
menos así me lo pareció ...
Atravesando
la calle, allí estaba mi patio. Tenía tres portales, y el mío era
el de la derecha. Subiendo los escalones de 3 en 3, en un santiamén
estarçia en mi casa viendo a mi madre. Abrí la puerta con esa llave
que pendía siempre de mi cuello con una más que incomoda cadena -
así no se te perderá, sentenciaba mi madre -, e, inmediatamente,
escuché esa tonadilla familiar ... "... con ustedes, el
consultorio de elena francis" ... tardes de radio, tardes de
merienda de pan con aceite y de jugar a la pelota con tus amigos ...
tardes de padre durmiendo la siesta y de madre regañándote por algo
que quizás habías o no habías hecho - bendita presunción de
inocencia de las narices -.
Sentado
en el sofá, y viendo lo que buenamente ponían en el televisor,
estaba mi abuelo. Mirada gacha, hasta que se le encendia viendo
llegar a su nieto. Tras el obligado beso, y correspondiente achuchón,
volvía la vista de nuevo a la pantalla que ofrecía algún programa
de entretenimiento, hasta que llegara la hora del parte ...
Al
otro lado, estaba mi madre, cosiendo. La máquina de coser, su abuelo
la miraba desde un rincón sentado en un sillón, para no romper la
armonia familiar. Por suerte para nosotros, los mayores envejecían
cómo los buenos vinos junto a los suyos, en un ejercicio de justicia
que ya, en nuestra época, se ha dejado de practicar en una mezcla de
desmemoria y desamor.
Tras
venir de jugar, - cuando anochezca, y se enciendan las luces de la
calle, te subes ¡vale!-, comenzaba la ardua tarea de los deberes.
Miraba a mi madre, que seguía en su labor diaria e ingrata de su
costura, y a mi abuelo con la mirada pérdida, posiblemente
recordando tiempos más felices y dichosos, cuando aún se sentía
útil para su familia y él mismo ... Mi padre nos acompañaba,
atento a lo que le deparaba ese invento que presidía nuestro salón
con imágenes en blanco y negro. Miraba a mi padre, y ante la ia
ausencia de mi hermana, posiblemente aún por llegar del instituto,
hice ademán de dirigirme a él con esa mezcla de respeto y temor que
me inspiraba, con intención de hacerle alguna pregunta sobre mis
deberes diarios ... "hijo, si yo supiera todo lo que me
preguntas, ¿crees que estaría trabajando en astilleros ...?".
Al momento, aunque sentí cierto desazón al fracasar mi tentativa,
tenía que reconocer que no había escuchado un argumento más sólido
y lapidario en mi vida ...
Una
tarde de febrero, diez años después, en el mismo salón, vacía de
muebles por nuestra mudanza, pero aún llena de recuerdos
imborrables, la máquina de coser estaba aún ahí, cómo testigo y
testimonio silenciosos de los mejores años de nuestra vida ...
José
María Vázquez Recio
No hay comentarios:
Publicar un comentario