Pasión
Hay
que poner pasión en todo lo que se hace, pero qué difícil es apasionarse en algo
cuando el tiempo va pasando. Antes todo era apasionante, pero ya…
Esto
iba pensando cuando la vio, pelo rubio, vestido alegre, iba exhalando juventud,
no pudo dejar de fijarse en ella. “Parezco un viejo verde, debo disimular, qué
vergüenza si se ha dado cuenta de que la he mirado, y está buena la cosa…”
En
fin, siguió adelante, de repente, un ruido ensordecedor sonaba detrás suyo,
caminaba por una calle estrecha y larga y desde el principio de la calle sonaba
ese estruendo. Volvió la cara y lo vio llegar, un sinuoso, bajo y estilizado
coche rojo se aproximaba. El caballino rampante del capó le decía que valía
seis cifras. Al volante un hombre calvo, mayor, le miraba con suficiencia. “Otro
que se ha gastado la indemnización por la jubilación en su último capricho”. Pero
aparte de un cierto dolor de tímpanos no le produjo más impresión.
Tras
el escaparate de una librería de segunda mano le miraba la primera edición del Romancero gitano de Lorca, publicado en
1927 por Revista de Occidente, no
pudo menos que pararse a contemplarlo, pensó qué bonito sería tenerlo entre sus
manos, pero, por si acaso, le preguntó al señor mayor que le miraba tras un
rimero de libros el precio. Cuando le dijo que tenía cuatro cifras, se le
quitaron las ganas, y le compró una edición de Austral, aunque no fuera lo
mismo, pero a él en el fondo le daba igual.
El
tiempo del descanso había acabado, había que volver al trabajo, el suyo no
estaba mal, pero después de casi treinta años haciendo lo mismo no era
precisamente pasión lo que sentía. Además ya tenía la segunda inocencia que da el no creer en nada, imitando a Machado.
A
la salida los amigos le invitaron a tomar una cerveza y tuvo que acceder por no
parecer maleducado, en el bar algunos hombres jugaban al dominó y otros
charlaban animadamente sobre fútbol, que si un equipo, que si otro; otros sobre
política, que si la derecha, que si el populismo, que si el nacionalismo. Todo
aquello no le producía ni la más mínima impresión. Pensaba que algunos lo que
hoy pensaban rojo, sería negro mañana o blanco pasado. Tras debatir algún rato
para disimular, pagó y huyó lo antes posible.
Al
doblar la esquina se encontró con la última agencia de viajes que había
sobrevivido en el barrio, Internet se las había llevado todas. En el escaparate
un paisaje lleno de palmeras le miraba, a su lado una torre inclinada parecía
que iba a caerse. “¿Adónde voy a ir que esté mejor que en mi sillón con una
cervecita leyendo un libro?” Reflexionaba mientras le decía adiós a ese
anuncio.
El
día acababa como otro cualquiera y volvió para su casa.
Al
entrar en ella se encontró una situación habitual, sus dos hijos se peleaban
como todos los días, acusándose de no dejarse en paz mutuamente, su mujer ponía
paz en la refriega. Era algo habitual,
al verlos se dio cuenta de lo único que le hacía apasionarse, que le conmovía,
que le llegaba al corazón. Su pasión estaba entre esas cuatro paredes, lo que
no le dejaba dormir o lo que le llenaba era aquello. Los éxitos y los fracasos
de esas tres personas eran más importantes que los suyos y vivía y sufría en
ellos, aunque no se lo demostrase. Reconociendo que su auténtica pasión estaba
allí, no les dijo nada y siguió en dirección a su sillón.
José
Luis Álvarez Cubero
Mayo
2018
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