Eran
las 9 de la mañana. Un gran grupo de niños, con dos padres por cada
uno, como no podría ser de otra manera, se arremolinaban en la
puerta del colegio. Dos maestros, al borde de la afonía, no daban
abasto para organizar el acceso de los jóvenes e inocentes infantes
en autobús que los llevaría al museo de bellas artes. Entre ellos
estaba Jaime, con su abuelo terminando de preparar su mochila con el
añorado bocadillo en el descanso de la visita.
Jaime
miraba entre perplejo y asustado el enorme lio que tenía ante sus
ojos. No comprendía tanto griterío. Era una visita más, como todos
los años en primavera antes de semana santa, y no le veía ningún
especial aliciente.
Su
abuelo, viendo su actitud, le recordaba que siempre se podía
descubrir un cuadro nuevo, y que, incluso, una nueva perspectiva de
un cuadro ya conocido. Pero él no tenía demasiado interés. Su
abuelo, resignado, le dió un beso en la mejilla, esperando que a sus
8 años pudiera disfrutar de algo a lo que a él no tuvo oportunidad.
Una
vez todos dentro del vehículo, y con un griterio ensordecedor, el
autobús cogió la ruta más cercana hacia el museo. Éste estaba en
una zona céntrica de la ciudad, y no podrían estar demasiado tiempo
parado. Cosas de la circulación.
Al
llegar a su destino, otra profesora estaba a la espera, y fue
agrupando a los alumnos junto a un viejo árbol, frente a la
pinacoteca. Era uno de tantos árboles que había en la ciudad y que,
salvo en raras excepciones como ésta, todavía no se le había
ocurrido a algún iluminado retirarlo para un fin escasamente
público.
Jaime
observó que nada había cambiado. Delante del museo se agolpaban
multitud de turistas, con los guías haciendo de maestros de
ceremonias con unas banderitas de colores llamativos. Delante del
edificio, varios estudiantes se afanaban en pintar la orginal
fachada, llena de motivos escultóricos.
Una
vez dentro, observó que su amigo David le hacía señas. Se acercó
a él, a ver que alternativa le ofrecía.
¿Jugamos
al esconder?. Estoy cansado de ver lo mismo, y me gustaría pasarlo
muy bien. Yo cuento y tú te escondes primero ... ¿vale?.
Le
respondió con un sonrisa pícara. Por supuesto que le pareció una
idea genial.
Le
hizo una seña, a lo que David se volvió y, tapándose los ojos,
comenzó a contar hasta diez ...
Uno
... dos ... tres ...
Jaime
miraba a derecha e izquierda, y no sabía dónde meterse. Se fijó en
un pequeño almacén, dónde un trabajador desembalaba unos cuadros
viejos. Sin pensarlo, y aprovechando que éste miraba hacía otro
lado, se introdujo dentro y se escondió entre unas cajas que tenían
casi su altura. Aguardó allí, y cuando su amigo David terminó de
contar, se le escapó una risita. Pero ésta no duró mucho tiempo,
ya que al levantarse para ir en su busca, se dió cuenta que se había
quedado encerrado. El sonido de un pestillo desde el exterior le hizo
darse cuenta del error en que había incurrido.
Se
acercó a la puerta, y no pudo abrirla. El pestillo era exterior.
Golpeó varias veces en vano gritando que alguíen le sacara de allí,
pero nadie le oyó. Unas lágrimas cayeron por sus mejillas, y
comenzando a sentir frío y desamparo a partes iguales.
Se
volvió, y empezó a examinar más detenidamente el salón dónde
estaba encerrado. Arriba, a la derecha, un pequeño tragaluz de
varios colores era la única entrada luminosa que disponía, y un
silencio sepulcral invadía cada rincón de su confinamiento.
Miró
su reloj, ya apenas había pasado media hora desde que entró al
museo. Esperaba que su seño le echara de menos - quién lo podría
decir si era un trasto según ellla -, cuando alguién le siseó ...
Miró
a derecha e izquierda, sin ver a nadie. Nuevamente recibió otro
siseo, y pudo reparar en un cuadro con un jinete a lomos de un gran
caballo. Se restregó los ojos, no podía ser. El jinete, desde el
cuadro, le sonreía. El pánico aumentó cuando el mismo, bajándose
del caballo, se salió del cuadro y se le acercó.
¿Que
haces aquí? Le preguntó.
Jaime
no daba crédito a lo que le estaba pasando. El caballero, con un
gesto cariñoso, lo cogió por los hombros y lo reconfortó.
No
te preocupes. Mientras vienen por tí, te voy a enseñar una algo que
seguro que te gustará. Verás como si.
Y
cogiéndolo en brazos, se metieron ambos en el cuadro y, a lomos del
caballo, comenzaron a galopar por unos campos cubiertos de flores.
Mira,
le dijo, ¿ves aquella polvareda?. Es una batalla entre moros y
cristianos. Se peleaban no porque se conocieran o tuvieran problemas
entre ellos, sino por defender su religión. ¿que te parece?.
Jaime
no podía ni abrir la boca. Se agarró con más fuerza que nunca a
las crines del caballo, que no debaja de correr.
¿Ves
aquella montaña?. Allí hay un viejo poblado, junto a un rio. ¿Sabes
que la mayoría de las civilizaciones han crecido junto a un rio o un
mar?. El agua es vital para todos Jaime.
Jaime,
que no solía escuchar muchos las explicaciones de los adultos, lo
miraba con atención. Le gustaba todo lo que le estaba diciendo.
¿Quieres
bajarte del caballo? Le dijo el caballero, a lo que Jaime, ayudado
por éste, se descalbagó.
Mira
este árbol. Tiene muchos años, y sigue dando frutos como el primer
día. ¿Te apetece probarlas?.
Jaime,
subido a horcajadas, cogió algunas, y compartiéndolas con él, se
daba cuenta que tenía un nuevo amigo del que no se cansaría de
aprender.
Subieron
nuevamente al caballo, y a gran velocidad iniciaron el camino de
vuelta. Jaime, con ojos como platos, no dejaba de disfrutar de todo
lo que se le ofrecía a su curiosa mirada. Pueblos, ciudades, campos
abiertos ....
El
sonido de la cerradura abriéndose le sacó de su ensimismamiento. La
enorme puerta dió paso a dos maestras qué, cogiéndole por las
manos, le recriminaban que, por su culpa, se pasaron toda la visita
buscándolo, que cómo se le había ocurrido escaparse y jugar al
esconder con David, que también se íba a enterar, y tanto que sí
...
Seño,
le dijo Jaime a su maestra, creo que es la visita que más me ha
gustado desde que vengo con usted. El año que viene quiero repetir,
le dijo, ante la cara de perplejidad de su maestra.
Mientras,
detrás, en el viejo almacén, alguíen sonreía viendo la escena y,
dándose la vuelta al lomos de su caballo, prosiguió su aventura.
José
María Vázquez Recio
Abril
2026