EL
PSIQUIATRA.
Ramón
Fernández de Córdoba y Gómez de Salazar, psiquiatra..
Así rezaba el rótulo de su consulta ,situada en una de las calles
más céntricas de Sevilla. Autor de varios libros y reputado
especialista, según sus colegas.
Aquella
tarde, don Ramón pensaba con amargura que , para algunos casos, la
medicina no servía para nada. Mirando la ficha de su siguiente
paciente era totalmente consciente de ello y le remordía la
conciencia cobrarle la astronómica cifra de su minuta cuando sabía
que no podía ayudarla. María Jesús acudía desde hacía más de
un año y seguía estancada en una profunda depresión. La verdad es
que no le faltaban motivos para sentirse airada, traicionada, furiosa
y triste ,muy triste.
María Jesús se había casado muy joven, tal como había aprobado
las oposiciones de magisterio. Su marido no tuvo tanta suerte, se
presentó varias veces y solo consiguió algún que otro contrato de
interinidad. Durante aquellos años, ella llevó el peso de la casa
en todos los sentidos: en el económico, financiando academias y
preparadores ,y en todos los demás aspectos. Dos hijas vinieron al
mundo, que apenás veían a su padre, siempre estudiando en el
despacho. Ella las sacaba todos los días para que él pudiese estar
tranquilo, además de cocinar, limpiar y sacar adelante su trabajo
como podía .Un año, por fin sonó la flauta, Luis consiguió una
plaza. María Jesús pensó que por fin los malos tiempos habían
acabado pero,el mismo día que vieron los resultados, él le anunció
que la dejaba, que se había enamorado de su preparadora, según él
,la persona que más le había ayudado en el mundo.
Don
Ramón pensaba que el tal Luis debía de ser un cretino de mucho
cuidado. Una mujer como María Jesús, tan lista, tan guapa, tan
completa en todos los sentidos.... Y una vez más se preguntó que
para qué iban a servirle las pastillas que le recetaba.
Sin
pensárselo más la hizo pasar. Le hizo las preguntas de rigor. Era
curioso... hoy había un brillo especial en la mirada de María
Jesús, estaba más animada. ¿Resultaría que las pildoras servían
para algo? La emplazó para dentro de dos meses e hizo pasar a su
siguiente paciente.
Juan
era otro caso de dificil solución. Era un hombre que no se
acostumbrara a la soledad desde que su mujer le abandonó, llevándose
con ella a sus dos hijas. Mantenía muy buena relación con ellas,
pero ya eran mayores y tenían su vida. El caso es que Juan estaba
hoy mucho más parlachín que otros días, normalmente había que
sacarle las palabras de la boca. Tras despacharle la consabida
receta, don Ramón llamó a su ayudante:
- Dígame Marisa, ¿han coincidido en la sala de espera María Jesús y Juan?
- Pues si don Ramón, un buen rato que han estado charlando.
¿Y
si la solución fuera tan fácil?
- Escucheme Marisa, me los cita a los dos cada 15 días y asegúrate que permanecen al menos media hora en la sala de espera.
Ocho
años después, don Ramón asistía a una de las bodas más
simpáticas de su vida: la boda rociera por lo civil de Juan y María
Jesús, quienes tras unos años de feliz convivencia, se habían
decidido a dar el paso definitivo.
A
la hora del brindis se decidió por unanimidad que debía
pronunciarlo don Ramón, inocente cupido, o al menos eso creían
todos, de aquella pareja. El médico levantó su copa y mirando a los
ojos del feliz novio, dijo:
-Amigos¡
¡brindemos por el amor, por las salas de espera y por las segundas
oportunidades!
Ana
María Cumbrera Barroso. Junio 2019.