EL TELÉFONO.
La
historia que voy a contaros es absolutamente verídica. Así nos lo
dijo la brillante narradora que nos la contó, hace muchos años, una
noche de verano.
Era la
primera vez que Marisa se quedaba sola en la casa nueva. Sus padres y
sus tres hermanos habían salido a comprar los regalos navideños de
última hora y ella se había quedado estudiando . Parecía mentira
que ya mismo sería Nochevieja y que un nuevo año fuese a comenzar.
1975 había
estado lleno de acontecimientos. En España, la muerte de Franco y
para su familia, la mudanza a la casa nueva. Se le hacía extraña
todavía, todo olía a nuevo. Al estar en las afueras extrañaba
tanto silencio, tan distinto al bullicioso barrio donde habían
transcurrido sus primeros años. Pero era el sueño de su madre,
mudarse a las afueras a una casa de dos plantas, donde cada uno tenía
su habitación.
Hacía frío
arriba, así que prefirió bajarse al salón. Rodeada de libros y
cuadernos, intentaba no pensar en su soledad. Logró abstraerse tanto
que, cuando sonó el teléfono se sobresaltó. Se alegró de la
interrupción y descolgó confiando en que serían sus padres,
anunciando que pronto estarían de vuelta. En vano esperó una
respuesta, al otro lado de la línea solo se escuchaba un extraño
jadeo, que se iba volviendo cada vez más intenso. Marisa se apresuró
a colgar, pensando que alguien le estaba gastando una desagradable
broma. Sin embargo, la inquietud se había apoderado de ella y deseó,
más que nunca , que su familia regresase pronto. Volvió a centrarse
en sus libros y, cuando ya estaba consiguiendo concentrarse, el
teléfono volvió a sonar. Estuvo tentada de no descolgar, pero podía
ser importante. De nuevo aquel escalofriante jadeo sordo al otro lado
del teléfono. Lo sentía tan cerca que era casi como sentir el
aliento de aquel desconocido en su nuca. Esta vez el pánico se
apoderó de ella. Volvió a colgar y llamó a la policía. Una amable
agente la atendió, intentó tranquilizarla y le dio unas
instrucciones: la próxima vez debía retener la llamada todo lo
posible para que ellos pudieran localizarla.
Rezó para
que no se produjera. Pero fue el vano, el teléfono volvió a sonar y
no tenía más remedio que cogerlo. Aquel sonido le ponía los pelos
de punta. Aquella respiración profunda no parecía que pudiera salir
de un ser humano. Luchando con su temor mantuvo la línea abierta
todo lo que le fue posible.
Nada más
colgar, el teléfono sonó de nuevo. Era la agente con la que había
hablado antes. Esta vez su voz no sonaba tranquila.
- Tengo que preguntarte algo -le dijo- ¿tenéis teléfono supletorio en casa?
- Si- contestó Marisa- en la planta de arriba.
- Entonces, sal corriendo, porque te están llamando desde tu mismo numero.
Ante
este final, todas las chiquillas que escuchábamos las historia
quedamos sobrecogidas. Estábamos sentadas en un velador y habíamos
decidido contarnos historias de miedo. Nos habíamos metido tanto en
la historia que cuando una voz resonó a nuestra espalda todas
gritamos al unísono. Era nuestro primo mayor que se había acercado
a ver que nos tenía tan interesadas. Al final, la tensión acumulada
acabó en carcajadas.
Ana María
Cumbrera Barroso.
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