Dudé.
Durante
una milésima de segundo.
Y
en ese instante tuve el tiempo suficiente para reconstruir toda mi
vida junto a él.
Para
correr a su lado y volver al punto de partida , al principio de los
tiempos.
Para
revivir los años en que fuimos un todo.
Pero
la duda se esfumó. Y elegí no regresar y decidí soltar amarras y
seguí caminando sin mirar atrás.
Solo
el amor cura la vida.
Solo
el amor fue capaz de curar mi vida.
Por
eso ahora debo decir adiós.
Por
amor.
Los
secretos que compartimos. Ese hilo invisible que nos unió en la
intimidad, esa, que solo a nosotros pertenece y pertenecerá por
siempre.
Nuestro
jardín secreto, un espacio luminoso, una ventana abierta que ahora
yo debía cerrar. Pero antes quería asomarme una última vez....
antes de entornar los postigos para siempre.
Hay
personas que son como un abrazo. Te acogen, con la mirada, con los
labios...así me sentí yo la primera vez que le vi y así es como
quiero recordarlo.
Busco
un recuerdo.
Dibujaba
mi mano un camino en la arena, con suavidad recorría la tierra
húmeda. Las olas se acercaban tímidas y revoltosas , me salpicaban,
me acariciaban.
Un
barco se aproxima al puerto, su silueta recortada en el horizonte me
avisa y voy siguiendo su estela en el mar.
Tiempo
después supe que el hombre que llevaba el timón se distrajo con la
niña envuelta en olas que escribía en la playa.
Miguel
sonrió ante la ocurrencia. Me veía mientras yo le miraba sin
advertirle....el azar hizo que nuestros caminos se cruzaran.
Dejó
el timón al segundo oficial y se asomó a la borda para divisar el
puerto.
Aún
no lo sabía pero ya me estaba buscando.
Yo
le presentía, le adivinaba.
Yo
le estaba esperando.
Mucho
amor, mucha felicidad, la fuerza, la convicción, el deseo, el apoyo,
la confianza, la calma.
Y
después el sufrimiento de ver como se apaga ese amor. Y no imaginas
el final y no quieres admitirlo y no deseas más que desaparecer,
extinguirte en la profundidad del océano.
Y
cuando crees que no cabe más amargura, que no cabe más nostalgia
dentro
de ti, y estás dispuesta a remendar como sea los retazos que
quedaron desperdigados entre tus lágrimas, descubres que no hay
salvavidas para un amor ya agotado y vacío.
La
valentía consiste entonces en dejarle ir. Sin reproches, lealmente.
Deseando
que los vientos le sean favorables en su travesía y encajando el
dolor más grande que te queda por vencer: la aflicción por no
sentir ya nada de ese amor sublime que un día conociste.
La
soledad te hace dudar.
Ya
la has vencido.
Maribel de la Fuente.
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