Hasta
siempre Barcelona.
Dos
de la mañana, un día cualquiera de marzo de 1938, Barcelona. El
capitán Áñvarez daba las últimas instrucciones a su tripulación.
Miguel miró por la borda y divisó el puerto, sonriéndome
tristemente. Observando el ajetreo de los marineros y recostado en la
barandilla del barco, ví posiblemente por última vez mi ciudad,
Barcelona. Y por mi mente empezaban a pasar, cómo si de una película
se tratase, los acontecimientos que desencadenaron la huída de mi
tierra ...
Era
una mañana de verano, cómo cualquier otra, con ese calor húmedo y
sofocante que el mediterráneo nos acostumbraba a regalar año tras
año. Estaba escuchando el parte de guerra por la radio, cuando sonó
la triste noticia ...
"Contingentes
Militares se acercan por el sur de Barcelona ... la población civil
está sufriendo continuos bombardeos de la aviación rebelde ...
busquén los refugios antiaéreos ... no pasarán"
El
cigarrillo se me cayó de los labios. En ese momento lo único que se
me ocurrió fué ir en busca de maribel, mi mujer ... ¿dónde se
habrá metido esta mujer?.
Salí
corriendo de mi casa, mirando a todos lados. Por la calle la gente
deambulaba y corría, con esa angustía que posee a los más
desfavorecidos de la fortuna que buscan sólo vivir en paz ...
Encontré
a Pepe, unos de nuestro vecinos ...
¿haz
visto a mi mujer? Le pregunté.
¡están
deteniendo a todos miguel! ¡vete al castillo de monjuit!
Me
apresuré todo lo que pude, viendo cómo por el camino había gente
haciendo acopio de sus pertenencias. Niños llorando en brazos de su
madre, preguntando que pasaba. Hombres amontonando enseres en carros
improvisados dónde llevarse lo más necesario. Ancianos con las
manos en la cara conteniendo las lágrimas ... ruido de bombas
cayendo por doquier y matando gente inocente al capricho de la
fortuna ...
Al
llegar a montjuit, observé una auténtica estampa de terror. Hileras
de personas, de diez en diez, esperaban para ser fusiladas ...
algunos se resistían, otros, sin embargo, esperaban su triste final
con la mayor entereza de la que podían hacer gala ...
Noté
un empujón en el hombro. Un soldado, agarrándome por el brazo, me
llevó junto al grupo que esperaba en los fusilamientos. Me resistí
con todas mis fuerzas, pero fue en vano. Recibí un culatazo en la
nuca, y y no recordé nada más. Cuando recuperé el conocimiento era
sujetado por otros dos infelices, esperando la muerte al borde de
una gran cuneta ...
¡apunten!
¡fuego!
En
ese momento, noté un fuerte dolor en un brazo. Caí sobre varios
cuerpos, y noté el olor a sangre y a pólvora ... parece que todo
íba a acabar ...
Ya
por la noche, recuperé el conocimiento. Sentía aún mi brazo
palpitando de dolor y, y cómo pude, me arrastré hasta una carretera
dónde una mujer me socorrió ...
Ha
tenido usted mucha suerte. Ibán de uno en uno rematando a todos esos
infelices ...
Por
favor, lléveme al puerto ...
¡Está
vigilado! ¡sería una locura!
Por
favor, lléveme al puerto.
Conseguí
a duras penas llegar. Una larga cola de hombres, mujeres y niños se
agolpaban en busca de una nueva oporturtunidad. Un marinero, a duras
penas, retenía la muchedumbre que sólo ansiaba subir al barco para
escapar del horror. Cómo pude, me metí entre ellos y, tras
forcejear, conseguí subir a bordo y terminar con esta terrible
pesadilla ...
...
horas más tarde, apuraba mi último cigarrillo. En la lejanía,
Barcelona ya sólo era un punto minúsculo en el horizonte y, con
lágrimas en los ojos, me dí cuenta que ya empezaba a ser sólo un
bonito recuerdo en mi memoria ...
José
María Vázquez Recio.
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