Javier
dirigió, resignado, sus pasos al hospital. Aquella tarde le tocaba
quedarse con su madre, ingresada desde hacía dos meses. Entre todos
los hermanos se organizaban bastante bien. Seguía resultándole
extraño ver a su madre postrada en aquella cama, ella era siempre la
que cuidaba a los demás y la que, hasta hace poco días, llevaba su
casa con total independencia, además de estar siempre disponible
para echar una mano a sus hijos y nietos. Según los médicos tenía
un poco de todo: el corazón, la tensión alta, algo de insuficiencia
respiratoria... pero ¿qué podía esperarse, con la edad que tenía?
Sus hijos, a pesar de todo, mantenían la esperanza de que saldría
de esta. A Javier lo que más le preocupaba era su estado de ánimo,
esa inquietud y esa depresión no eran propios de ella.
Aquella
tarde, Javier solo aspiraba a una cosa, distraerse con la telenovela
que todas las tardes veían su madre y su compañera de cuarto. Nunca
lo confesaría en voz alta, pero estaba totalmente enganchado a los
amores y desamores de Antonella y Luis Alberto. Sin embargo, su
madre parecía tener la cabeza en otro cosa, pues a cada momento
interrumpía su concentración con ganas de cháchara.
_- Javi
hijo ¿tú te acuerdas de la María Engracia, mi prima del pueblo? La
que estaba casada con el Andrés. Ella siempre decía que era un
buen hombre, aunque algo soso y arisco. Pero ¡échame cuenta hombre!
Que te quiero contar la historia.
Javier
fingió prestarle atención, aunque la verdad es que estaba más
pendiente de como Antonella confesaba a Luis Alberto que él era en
realidad el padre de su hijo.
- Pues
veras, mi prima era feliz a su manera. Llevaba cinco años casada y
en la granja no le faltaban trabajos ni ocupaciones. Lo único que
echaba en falta era tener hijos, pero todo el mundo le decía que
eran muy jóvenes, que ya llegarían. Pero el día que conoció a su
cuñado su mundo se puso patas arriba.
-¿Tanto
peligro tenía el cuñado?- comentó Javier, por seguirle la
corriente a su madre.
- Es que resulta que su cuñado Santi vivía en Bélgica, donde había emigrado muy jovencito, por eso no vino a su boda y ella no lo había conocido hasta aquel verano, que había ido al pueblo a pasar las vacaciones. Lo cierto es que las cosquillas que sentía en el estómago cada vez que lo veía no las había sentido nunca con su marido ¡y aquella forma de mirarla! La prudencia le decía que sería mejor no quedarse a solas con él. Pero se quedaron y por más que ella se decía a si misma – por favor, María Engracia, piénsalo con cautela- ni pensó ni nada y pasó lo que tenía que pasar.
-¡Vaya
tela mamá! Yo que creía que esas cosas en tus tiempos no ocurrían.
Pues está muy bien la historia.
- Pues no ha hecho más que empezar hijo, porque resulta que cuando él se marchó a Bélgica, ella intentó autoconvencerse de que las cosas seguían como antes. Ella quería a su marido y lo de su cuñado había sido una locura que no volvería a repetirse. Pero resulta que, unas semanas después, descubrió que estaba embarazada y ¿qué podía hacer ella? Pues tragárselo todo y dar la noticia y todo el mundo feliz y contento, sobre todo Andrés, al que la noticia del niño le hizo muchísima ilusión. El caso, se decía ella, que como poder, también podía ser hijo de su marido, lo único seguro es que el niño salió clavado a la familia paterna.
Llegados a
este punto, Javier guardó silencio, confiando en cogerle el hilo a
la novela, pero su madre no se daba por vencida.
- Pues ahí no termina la historia. Su cuñado volvió el verano siguiente y el otro y el otro. Y siempre pasaba lo mismo, ella se juraba a sí misma que no recaerían, pero recaían ¡vaya si recaían !y en septiembre ella volvía a descubrir que estaba embarazada.
- ¿ Y nunca dejó a su marido?
- ¡Qué va! Ella era sincera cuando decía que seguía queriendo a Andrés, que además, desde que se veía rodeado de niños, era otro hombre y nunca fue capaz de abandonarlo, por más que Santi se lo suplicaba cada verano. Al final del cuarto verano no volvió más y acabó casándose con su novia belga.
- ¡Para que luego digan de las telenovelas!
Dos semanas
después, Javier y sus hermanos se citaron en el caserón familiar
para recoger entre todo los recuerdos de toda una vida. Su madre,
después de una ilusoria mejoría, se apagó poco a poco y se fue
rodeada del cariño de su familia. Él no se había vuelto a acordar
de la historia de María Engracia hasta que su hermana Tere les
enseñó a todos una fotografía.
- ¿Quién será este hombre que esta en la foto con mamá? ¿Os habéis fijado en lo guapa que está? No había visto esta foto en mi vida, estaba en la mesilla de noche, junto a su cama.
- Es el tío Juan -dijo Ernesto, su hermano mayor- lo recuerdo de cuando venía al pueblo de vacaciones. Vivía en Bélgica, vosotros erais muy pequeños.
Y fue
entonces cuando Javier recordó con todo detalle aquella historia que
había escuchado de mala gana. No pudo menos que admirar la forma tan
sutil de su madre de descargar la conciencia. Emitió un profundo
suspiro, llamó a sus cuatro hermanos y tras sentarlos les dijo:
- Chicos, tenemos que hablar.
Ana Cumbrera Barroso
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