Gabriel
acabó de meter un par de documentos en su maletín, y cerró con
llave nerviosamente el cajón de su mesa de despacho. Marta, su
secretaria, estaba algo distraida mirando el monitor de su ordenador.
Le hizo una señal, pero al ver que no lo veía, desistió de su
empeño. De todas maneras, ya quedaba poco para irse a casa.
¡Por
fin eran las cuatro de la tarde!. Gabriel acababa de salir de su
trabajo, se paró a tomar algo en un bar cercano cerca de su bufete,
y se disponía a pasar un par de horas con Raquel.
¡Le
encantaba estar con ella!. Estaba acostumbrado, más bien resignado,
a que día tras día alternase con muchos clientes, compañeros,
conocidos, pero que a ninguno le pudiese llamar amigo. No hay peor
soledad del que está permanentemente rodeado de gente pero que
ninguno te sonría y te pregunte ¿cómo te encuentras Gabriel?, y
que todo sean frases formales, sin ningún contenido. Palabras de
cumplido, corteses, pero vacias de la mínima complicidad necesaria
para hacerte parcicipe de un sentimiento de verdadera amistad ...
pero con ella no era así.
Aparcó
su coche en una calle cercana. Siempre le costaba encontrar un lugar
cercano, sobre todo porque después disponía de poco más de 15
minutos para llegar de nuevo al bufete, y nunca le gustaba llegar
tarde ...
Subió
los cuatro escalones antes de llegar al portal y, nervioso, apretó
el botón correspondiente al 2ºc. A los pocos segundos, escuchó su
voz. ¿eres tú Gabriel? ¡sube!.
Una
vez en el portal, saludó a un vecino que lo miró con gesto hosco.
Gabriel se limitó a dar las buenas tardes, y siguió su camino al
ascensor. Su tiempo, el tiempo de ambos, era corto y había que
aprovecharlo.
Raquel
lo recibió con un beso en la mejilla, y le preguntó si le apetecía
algo, Él le pidió café, y se fué a la pequeña cocina a
prepararlo. Gabriel, mientras tanto, se desanudó la corbata, se
quitó la chaqueta, y se sentó frente al pequeño televisor del
apartamento. Apenas 5 minutos después, una taza de café humeante
ocupaba su mano derecha, pero sin apenas haberlo podido probar, con
la izquierda agarró a Raquel por la cintura, demostrándole lo que
realmente le apetecía ...
Sin
más tiempo para prolegómenos ambos se fueron a la pequeña cama
existente en el apartamento. Apagaron la luz, y ambos se entregaron a
su amor poco legítimo. Tenían sus vida por separado, familias, etc
... pero ese era su momento, su tiempo, y no querían perdérselo,
cómo así habia sido una vez por semana, hace ya bastantes años.
Nunca, y ambos se conocían desde hacía bastante tiempo, se
preguntaron quién más había en sus vidas. Se sabían sus nombres,
verdaderos o no, y sus números de telefono móvil, y era más que
suficiente. Para que querrían saber más el uno del otro, si ni les
hacía falta. Estos encuentros eran sólo para ellos. Un lugar dónde
sólo quedaba un rato de complicidad y amor fugaz, sin más
expectativas. Un lugar dónde al poco de marcharse, sólo quedaría
un bonito recuerdo dónde habite el olvido ...
Estaba
Gabriel en estos pensamientos, apurando un cigarrillo en la cama,
cuando Raquel se levantó de la misma. Se puso una bata muy ligera, y
con un beso cariñoso en la frente, le dijo que iba al baño a darse
una ducha. Gabriel se incorporó, y comenzó a vestirse. Miró
nerviosamente el reloj, y se percató de que ya eran cerca de las
seis ...
Una
vez listo, entreabrió la puerta del cuarto de baño. Raquel aún se
estaba duchando y cuando Gabriel le dijo adios, ella le contestó con
una preciosa sonrisa.
Gabriel
se dirigió a la puerta, y al abrirla, se percató de que se había
olvidado de algo. Entre risas, volvió al dormitorio, y miró en su
interior. Una vez dentro, abrió un pequeño cajón dónde había un
sobre de color morado. Lo abrió, y depositó en él 150 euros. Era
el precio a pagar por un rato de felicidad.
José María Vázquez Recio.
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