UNA SONRISA
DE ESPERANZA.
- Los
cuentos de hadas mienten, las novelas y las películas también
mienten. Te hacen creer que todos tenemos derecho a vivir una
historia de amor con final feliz o, al menos, una gran historia de
amor cuyo recuerdo te acompará toda la vida.
Estos pensamientos pasaban por la cabeza de Teresa todavía en la
cama. Siempre se despertaba cinco minutos antes de que sonará el
despertador y ese era el único momento del día en el que podía
pensar con tranquilidad.
En
cuanto sonó el reloj comenzó su ajetreo diario. Llevó mudas
limpias y planchadas a los niños y a Luis, su marido, quien ni
siquiera se molestó en darle los buenos días. Luego preparó los
desyunos y los bocadillos para el colegio, escuchó protestas y metió
prisas, mientras al fondo del pasillos sonaba la voz de su suegra,
reclamándola. Suspiró de alivio cuando salieron por la puerta con
tiempo para llegar a sus destinos. Los chicos esquivando sus besos y
en cuanto a Luis... la relación entre ellos mas que fría, era
inexistente, se limitaba a un intercambio de información sobre
asuntos prácticos, pero, en fin, así llevaban varios años, estaba
hecha a la idea de vivir con un extraño.
Su
suegra volvió a llamarla. Le llevó el desayunó, la aseó, mientras
escuchaba con paciencia el relato de la mala noche que había pasado.
Preguntó por su hijo, hablando de él con adoración, aunque éste
había días en los que ni se asomaba a su habitación, y, como no,
aprovechó para compararla con su hija mayor. Hubiera sido una
crueldad decirle que esa hija perfecta nunca iba a verla, así que se
mordió la lengua y se calló. La dejó viendo la tele y el resto de
la mañana se le fue en hacer la compra, el almuerzo, poner y tender
lavadoras y recoger un poco la casa.
Al
mediodía, con el regreso de todos los miembros de la familia se
repitió el bullicio de la mañana. La tarde se fue en llevar a los
chicos a las actividades extraescolares, ayudarlos con los deberes,
planchar y hacer la cena.
Aquella
noche estaba especialmente agotada y le pidió ayuda a Luis para
poner la mesa. Sus injustas palabras- yo estoy cansado de trabajar
mientras que tú te pasas el día en casa- la hicieron estallar. Se
marchó a la calle dando un portazo tras amenazar con que no pensaba
volver, que se la apañaran sin ella.
Vagó
por la ciudad solitaria. Sabía que había sido solo un desahogo, que
volvería, que ellos sabían que volvería. Después de todo la
necesitaban y era bueno sentirse necesitada.
Se
sentó en un banco en una plaza desierta a aquellas horas. Lloró en
silencio. Una mano le ofreció un pañuelo de algodón. Un hombre de
mirada amable se había sentado a su lado. No le preguntó nada y,
sin embargo, ella se lo contó todo: su absurdo arranque de genio, su
frustración, su soledad, el deterioro de su matrimonio, su
desesperanza...y esa monotonía que la estaba ahogando.
También
él habló. Su vida era todo lo contrario. Siempre estaba de paso por
su trabajo. Aquella misma noche cogería el tren para otra ciudad.
Estaba paseando para matar el tiempo. Ella se ofreció a acompañarlo
y, con la libertad que dar hablar con alguién a quien no volverás a
ver, le abrió su corazón. Pasearon por calles solitarias, mojadas
por los camiones de limpieza, tomaron café en el bar de la estación
y Teresa pensó que tal vez fuese verdad la vieja historia de las
almas gemelas.
En
el andén, en el momento de la despedida, él cogió sus manos.
- Ven conmigo- le dijo.
Ella
negó con la cabeza, no podía. la estaban esperando.
Dos
meses después Teresa le está contando esta historia a la abogada
que una amiga le ha recomendado.
- Resulta que cuando volví a casa, al amanecer ,Luis ya había solicitado una demanda de divorcio. Abandono del domicilio conyugal lo llama él.. Yo siempre pensé que le convenía seguir como estábamos y al parecer llevaba dos años saliendo con una compañera de trabajo. Seguramente no quería solicitar el divorcio pensando que le sería poco ventajoso.No me importa, no quiero nada, volveré a trabajar, En cuanto a los niños, no pienso obligarles a nada, que ellos elijan con quien quieren vivir.. En realidad, solo hay una cosa de la que me arrepiento...
Teresa
dejo la frase inacabada. Acababa de meter la mano en el bolsillo de
su chaqueta, la misma que llevaba aquella noche. Allí,
cuidadosamente doblado, había un papel, con un nombre y un teléfono.
Una sonrisa de esperanza se dibujó en su rostro.
Ana
María Cumbrera Barroso. Abril 2019.
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