Tema:
Deterioro.
Título:
Hogar dulce hogar
Eran
las 9 de la noche. En casa de Ricardo era la hora marcada para estar
todos en casa. A su padre le gustaba, al menos, cenar todos juntos,
ya que en el resto del día no podía disfrutar de toda su familia.
Pero
a esa hora no estaban todos. Su hermana, una adolescente de apenas 15
años, aún no había llegado. Su padre se ponía furioso. No dejaba
de preguntarle a su mujer que "dónde narices estaba la niña
...". Era la misma situación de todos los días, cómo si fuera
culpa de su madre. Algunas veces, Ricardo temblaba cuando su padre,
airadamente, se levantaba de su sillón, frente al televisor, y se
metía en la cocina a discutir con su madre. Ricardo se ponía muy
nervioso. No era ni la primera, ni la última vez, que su padre la
tomaba con su madre. Al momento, el ruido inconfundible de un
guantazo rompia el tenso silencio que se respiraba en la casa, y las
primeras lágrimas de impotencia asomaban por las mejillas de su
abuelo ...
El
padre volvió encolerizado, y pudo percibir la mirada de reproche de
su abuelo. El padre, cobardemente, la tomó con él. Le recriminó
que se quedara más tiempo con ellos que con su otras hijas, e
incluso que, sin respeto a su edad, se quedara todos los días en
casa viendo la televisión ...
Ricardo
estaba en esos pensamientos, cuando escuchó el ruido de la puerta de
su casa abriéndose. Aunque la hermana intentaba de todas formas que
no se la escuchara entrar, todos se percataron. En ese momento, el
padre se levantó y, hecho una furia, abordó a la hija con palabras
llenas de furia y reproche. La hija se excusaba diciendo que se
habían entretenido algo en casa de sus amigas, pero no habia
supuesto más alla de un escaso cuarto de hora ...
El
ruido fuerte y seco de un puñetazo los dejó a todos helados. El
padre agredió a la que, según él, era su "pequeña".
Ella, aún dolida pero no sorprendida con la reacción del padre, se
fué a su cuarto llorando, llevándose la mano derecha a su mejilla
amoratada ...
La
madre, indignada con este proceder, recriminó al padre su actitud.
Éste, lejos de tranquilizarse, volvió nuevamente su furia hacia
ella. La culpa de que su hija llegara tarde, sabe Dios de dónde y
con quién, era de ella. Era la culpable de todo.
Ricardo
seguía toda la escena triste, sentado a la mesa para cenar. Veía la
humillación sufrida en su hermana, la impotencia en la mirada gacha
del abuelo y, sobre todo, la eterna tristeza en los ojos de su madre.
Y eso para él era demasiado. Soñaba con terminar con esta
situación, con poder huir algún día de su casa, con ese sinvivir
que suponia para todos la impotencia de su padre desahogada de malas
maneras ...
Ya
por la noche, todos se acostaron. Ricardo escuchaba muy tenuemente
aún los gemidos de su hermana, triste por el trato vejatorio
recibido. Los ronquidos tanto de su abuelo como de su padre se
escuchaban de forma alternativa hasta que, en un momento el del padre
cesó de una forma abrupta, violenta ... y definitiva. En ese
instante, Ricardo, observando por la ventana de su habitación el
amanecer de un nuevo día, sonrió felíz.
José
María Vázquez Recio, Abril 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario