LA
CASA DE LAS SORPRESAS.
Era
mediodía. Confiaba en que, una vez realizada esa peritación,
acabaría por fin esa larga semana.
Llovía,
o mejor dicho, diluviaba. Era una bonita calle, sobre todo por la
muralla que tenía a su izquierda, con una bonita portada almohade
que le daba una gran majestuosidad. Distraido con esta perspectiva,
llegó al portal. Vió la aldaba que hacía de llamador en una gran
puerta de roble y, en ese momento, se hizo un extraño silencio ...
Al
no contestar nadie, empujó levemente la puerta. Ésta se abrió ...
-
¡hola! ¡se puede!
Nadie
contestó. Decidió entrar en el amplio zagúan que hacía de
preentrada, y no pudo por menos que maravillarse de la belleza de la
casa. Techos altísimos, una pequeña salita, aún con muebles aunque
antiguos muy bien conservados, y unos grandes cuadros en blanco y
negro, posiblemente fotografias de los antiguos moradores de la
finca.
Una
vez dentro, vió un gran patio aún bien iluminado, con una cocina y
una pequeña alacena a su izquierda, y una escalera a su derecha,
para acceder a las habitaciones situadas en la primera planta ...
-
¡Que barbaridad! Pensó, ¡me voy a llevar toda la mañana para
valorar tanto mueble!
Decidió,
una vez que se percató que no había nadie, a sacar su bloq de notas
y un par de lápices ... siempre se le había gustado más el
contacto con el papel de la mina de grafito que la punta de cualquier
boligrafo ...
-
¿se le ofrece algo caballero?
Giró
violentamente su cabeza sobresaltado. Creía que no había nadie en
la finca ...
-
Perdone, he llamado a la puerta y cómo nadie me contestaba ...
-
No se preocupe, dígame en que puedo servirle.
Le
enseñó su acreditación de administrador de fincas, y la
comunicación del día y hora en que tenía orden de presentarse ...
-
Si, muy bien. Está todo en regla. Proceda a realizar su trabajo.
Se
quedó aún un poco aturdido por el sorpresivo encuentro, y comenzó
su inventario. Con el rabillo del ojo pudo observar la apariencia de
este señor. Mirada y gesto afables, pelo corto y con un pequeño
bigote, con traje y corbata elegantes, pero extrañamente algo
pasados de moda ...
-
¡Soy relojero, sabe usted! ¡Del ayuntamiento de este pueblo!. No sé
si se ha percatado, pero en la plaza siguiente a esa calle, donde
está el edificio municipal, el reloj que lo preside desde las
alturas es mi mayor orgullo. Me dedico a su mantenimiento ...
Seguí
observandolo con extrañeza. Tenía unos ademanes corteses, pero algo
extraños en los tiempos actuales.
...
vivía aqui con mi familia. Mi mujer, y mis tres hijos. Me tuve que
marchar demasiado joven, por circunstancias ajenas a mi voluntad. Mi
señora, mujer con carácter, siguíó con la crianza de mis hijos
con una gran voluntad y abnegación, ¡Ve esa habitación!. En
tiempos de la guerra puso una tienda de comestibles, con lo que
consiguió salir adelante. Más tarde, y al hacerse sus hijos
mayores, les puso una pequeña taberna para que se fueran ganando la
vida. No les gustaba demasiado este negocio, sobre todo al más
pequeño ...
Siguió
haciendo el informe, mitad abstraido con el inventario - amenazaba
con ser interminable -, y la amena conversación con este extraño
acompañante ...
¿Ve
la azotea, allí arriba? ... en plena guerra, de madrugada, cuando
los bombardeos de la aviación italiana, caían restos de metralla y
mis hijos y mi mujer tenían que refugiarse en esa pequeña alacena
... ¿la ve?. Está horadada en la piedra de la muralla que acaba
usted de ver ... ¡bastante segura!, ¿no le parece?.
Una
vez terminada las dos plantas, se dispuso a subir hasta la azotea.
Confiaba en que hubiera poco que enumerar, y cuando íba a subir, se
percató de que la escalera, a unos 15 metros sobre el suelo, era de
madera. El primer escalón chirrió de manera extrema, el segundo
emitió un crujido poco tranquilizador ... un sudor frio le recorrió
toda su espalda ...
-
¡Tranquilo buen hombre! ¡no se preocupe! ¡Por esas escaleras se ha
subido y bajado durante medio siglo y sin ninguna desgracia que
lamentar! ¡suba, suba!. Le acompaño ...
Seguí
a ese señor hasta la puertecilla que daba acceso a la azotea. El
postigo hizo mucho ruido y lo sobrecogió, pero al cabo de un buen
rato de forcejeo, el extraño caballero consiguió abrir la puerta de
acceso y accedió al último habitáculo de la casa ...
-
¿Ve esa pequeña buhardilla?. Ahí conservo muchos recuerdos, tales
como útiles y herramientas de relojero, pequeños muebles que
subíamos aquí por si nos volvían a hacer falta, cuadernos de mis
hijos, mire mire ...
Él
observó todo lo que le indicaba. Se dió cuenta que ante su fría
mirada de tasador hay elementos que no son inventariables ni
valorables ... y vió con extrañeza que, al volverse, el extraño
caballero no estaba ...
Se
ajustó sus gafas, y con un rápido vistazo, se volvió para salir de
la casa y llegar pronto a casa. Le quedaba aproximadamente una hora
de camino de vuelta ...
Una
vez recogida toda su impedimenta, llamó varias veces para despedirse
de este amable anfitrión. Nadie respondía. Miró a todos lados, y
cuando se disponía a salir por la salita anterior al zaguán, se
percató de que allí, en la entrada, estaba él, sonriente, con las
brazos cruzados, mirándole fijamente desde uno de los retratos que
adornaban su casa ...
Dedicado
a mi abuelo Manuel Vázquez López, al que me hubiera gustado tanto
conocer ...
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