SU VERDADERA VIDA.
Todos,
absolutamente todos, estaban equivocados. Sus compañeros de trabajo,
sus conocidos -porque amigos no tenía-pensaban que ella era una
mujer aburrida, solitaria y gris, con una vida aburrida, solitaria y
gris. Pero es que ellos solo conocía su NO vida, esa que transcurría
mortalmente lenta y monótona de octubre a agosto, de la casa al
trabajo y del trabajo a casa. Ningún lujo, ninguna distracción.
Sabía que la tildaban de mezquina y avarienta. Nunca salía con
nadie, nunca se tomaba nada a la salida del trabajo, austeridad
absoluta en el vestir. Ellos ignoraban que su verdadera vida duraba
un mes cada año, septiembre. Soñar despierta con ese mes le
permitía sobrevivir en su NO vida.
Cuando el 1
de septiembre llegaba, la mujer gris se transformaba. Era como la
mariposa que salía de la crisálida que la había aprisionado
durante once meses. Sus ropas se volvían elegantes, coloridas, en
consonancia con su destino: un hotel de lujo en el Sur de Francia,
siempre el mismo. El lugar que realmente le correspondía en el
mundo, el escenario de su verdadera vida, donde ella soñaba con
encontrar el amor.
Sin
conocerlo, podía imaginarlo perfectamente. Soñaba despierta con él
cada uno de los días de su NO vida. A un hombre así sólo podía
encontrarlo en aquel lugar. Sería alto, su pelo negro empezaría a
encanecer por las sienes. Estaba bronceado, vestía un traje claro.
Sería amable, educado, inteligente y adorable. Se mirarían y se
reconocerían.
Los días
de su septiembre transcurrían veloces. Más lentos al principio, de
forma vertiginosa a partir de la segunda quincena. Desayunos en su
habitación, almuerzos y cenas en el comedor, atendida siempre por el
mismo solícito camarero que charlaba con ella brevemente. Las
miradas amistosas de los otros huéspedes, los paseos por la
playa...No escatimaba gastos: generosas propinas con el servicio, lo
mejor del menú...Eran los únicos días del año en los que se
sentía realmente ella y disfrutababa cada momento.
Pero él no
aparecía... el hombre de sus sueños, año tras año, seguía sin
llegar y, una vez más, septiembre llegaba a su fin.
La última
noche, durante su última cena, con la pespectiva de que al día
siguiente todo terminaba, desesperada, mira a su alrededor: familias,
parejas, reuniones de amigos ocupan las otras mesas. Sólo hay una
persona que realmente la ve, que la está mirando: es el camarero que
la ha servido durante estos días. Cuando el comedor se queda vacío,
él se le acerca, la toma de la mano y, sin decir palabra, la lleva a
su habitación. Ella se deja hacer. Necesita el contacto de otro ser
humano, un poco de amor antes de volver a su No vida. Después, once
meses por delante para volver a soñar.
Ana
María Cumbrera Barroso.
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