Apuraba
el último sorbo de café, delicioso y reconfortante, mientras miraba
a través de los cristales del bar.
Una
breve parada antes de continuar. Ya solo quedaban veintitrés
kilómetros para llegar a mi destino.
Y
aunque esta vez el motivo de mi visita era triste, porque triste es
siempre despedir a personas buenas que han estado a nuestro lado, no
podía evitar sentir una emoción y una alegría infantil, cada vez
que la silueta del pueblo aparecía ante mis ojos.
La
misa por el padre de María se iba a celebrar ese viernes, y allí
nos reuniríamos los amigos para acompañarla y para devolver a
Antonio un poco de todo el afecto y cariño que él nos regaló
durante tantos años.
Me
levanté para pagar en el mostrador a una chica risueña y
desconocida que me atendió amablemente.
Y
me dispuse a salir hacia el coche.
El
olor a lluvia incipiente me sorprendió, la frescura del aire. ¡Cómo
me gustaba!
Todos
los aromas de la libertad concentrados en el olor que dejaba siempre
el perfume de la lluvia de verano.
Veranos
tan lejanos ya en el tiempo, pero dispuestos a irrumpir en nuestros
recuerdos en cualquier instante para llevarnos a lugares recónditos,
donde fuimos tan felices. ¡Tanto! que solo el evocarlos nos
devuelvían esa felicidad multiplicada e intacta.
Como
aquella noche de san juan, que inauguraba las vacaciones, y era por
eso doblemente mágica.
El
verano, la felicidad de ser simplemente, ese oasis de tiempo infinito
que debíamos llenar de risas, de paseos, de aventuras y
confidencias.
Esa
noche en que te vi tan silenciosa y sin saber cómo, reuní el valor
necesario para pedirte si querías bailar. Y ante mi asombro infinito
dijiste que sí y el contacto de tu mano en la mía mientras bailamos
es algo que jamás podré borrar de mi memoria.
Y
así fue como un amor de verano llegó para quedarse junto a mí,
todos los otoños, todos los inviernos y todas las primaveras.
Y
se quedó incluso cuando ya no estuviste a mi lado y ahí seguirá
hasta mi último aliento.
Ahora
justo a la entrada del pueblo hay una tienda pequeña, donde suelo
encontrar las flores más bonitas.
Dos
ramos de flores frescas. Las flores para Antonio, el padre de María,
que sean de muchos colores. Para ti claveles rojos, los que más te
gustaban.
Maribel
de la Fuente Hernández.
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