...
acababa de anochecer. En aquella sala de espera oscura y triste,
seguíamos esperando acontecimientos. Uno de nosotrros no hacía más
que entrar y salir para encender un cigarrillo, al que apenas,
después de dos o tres caladas, tiraba en una muestra más de
cansancio y desesperanza .. Los otros tres nos mirábamos los unos a
los otros, con esa mirada cómplice del que espera tanto que le dén
ánimo cómo él que quiere mantenerse entero, sin dar a entender que
está tan triste y destrozado cómo ellos ...
La
noche había sido muy triste y larga. El sonido del telefóno a eso
de la medianoche no auguraba nada bueno. Mi mujer me miró entre
extrañada y alarmada. Me puse: "¡dígame!". ¡hola! ¿pasa
algo?. Por supuesto, estoy allí en media ahora ... no te preocupes
que todo va a salir bien ... o eso deseábamos todos ...
No
tardé ni 20 minutos, y en la sala de urgencias estaban otros dos
amigos esperando. ¡que mala suerte! Espetó uno ... ¡no tendría
que haber cogido el coche ... si hay taxis por doquier toda la noche
...!, comentó el otro.
Sin
querer pedir más explicaciones, entré con ellos al interior.
Escenas de todo tipo en la entrada ... un borracho tendido en una
hilera de asientos ... dos chavales llorando el uno sobre el otro
esperando acontecimientos ... algo que no se le desea a nadie ...
Al
principio estábamos muy desorientados. No sabiamos a ciencia cierta
que había ocurrido realmente. Las noticias que nos llegaban era de
un choque frontal con una motorista, el cual había salido bien
parado ... pero la hija de nuestro amigo ...
Esa
misma mañana había estado preparándose para la fiesta de
graduación. Se fué a la peluqueria, volvío loca a su madre
demandándole continuamente su atención -mamá, planchame el vestido
... la chaqueta esta recogida del tinte ... ayúdame a plancharme el
pelo ...
Terminó
de estudiar tarde, porque es de las que les gusta aprovechar mucho el
tiempo ... nadie podía pensar en algo así ... hasta que ocurre.
Seguimos
hablando de temas triviales. Que si estoy aburrido de mi trabajo, que
si no tengo tiempo para mi, que si mis hijos me adsorben el poco
tiempo del que dispongo ... conversación propia de cincuentañeros
con vistazos a una juventud que se nos escapó y no supimos saborear
cómo hubieramos querido o podido ...
Al
cabo de un rato, dormitamos un poco. Eran las 6 de la mañana y no
estábamos precisamente acostumbrados ni a trasnochar ni a madrugar
... y esta largúisima espera ...
En
el otro extremo de la sala, un hombre apoya los codos sobre la
barandilla de la terraza, de tal forma que se proyecta la sombra de
su cuerpo sobre la calle. La sombra de su cabeza se encuentra en
mitad de un sendero, a la espalda del hospital. Por ese camino se
acerca pedaleando en una bici una niña. Era muy joven,
extraordinariamente joven, con ese aire despreocupado que tienen
todos aquellos que nunca piensan que les pueda acontecer nada malo
... y sin temor a nada o a casi nada ... ¡bendita ignorancia! ¡que
envidia! ¡quién pudiera estar en su lugar sin ninguna preocupación
o zozobra!.
Me
levanté a pedir un café. Les dirigí a todos una mirada
inquisitiva, demándandoles si les apetecía. Uno me hizo un gesto de
no poder con más cafeina ... otro me dijo que no quería pero que me
acompañaba ... el tercero dormía apoyando su cabeza sobre el hombro
de su mujer, agotado por una noche llena de acontecimientos y
desesperanza.
Me
comentaba mi amigo, con voz ronca por el cansancio y la preocupación,
que se arrepentía de haber animado a su hija a sacarse el carnet de
conducir. Yo le consolaba diciéndole que no podíamos echarnos la
culpa de casi nada, si acaso, de haberle dado más de lo que se
debería ... Al momento, se echó a llorar. La noche estaba llena de
mucha tensión, ya había que soltarla de una vez ... ¡malditos
coches!.
Cuando
volvimos, un rayo de esperanza en forma de sonrisa de oreja y oreja
del médico, al darnos las últimas noticias de la que era, en esa
noche, hija de todos y cada uno de nosotros. Con un pronóstico aún
reservado, no había daños irreversibles y en unas semanas podríamos
disfrutar de ella cómo hasta ahora . ¡que maravilla! ¡que
alegría!
José María Vázquez Recio.
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