El hombre apareció una seca noche de polvo en la que el viento se colaba por las rendijas de las ventanas y de las puertas.
Primero la mujer dijo maldito seas. Después no dijo nada.
Al día siguiente entrando en la habitación de él la mujer volvió a decir maldito seas dando un portazo.
Después tal vez el hombre girándose había dicho esto no es un juego y tal vez la mujer no estuviera intentando jugar.
Ella había dicho te escondes detrás de lo que nunca fuiste. Después callaron.
Sus voces del otro lado de la puerta se oían discontinuas no quiero volver a verte viejo de mierda dímelo a la cara puta tal vez.
Después la mujer salió llorando de la habitación y después tal vez el hombre se echase sobre la cama. Hacía calor.
Tal vez el hombre estuviera tumbado durante horas. No lo volví a ver en todo el día. Después me fui del hotel a la playa. Antes había visto a la mujer subirse en un coche azul cielo tal vez como el azul cielo de la tarde de hoy. Más tarde por la noche vi al hombre en el salón jugando a las cartas fumando bebiendo observando sudando tal vez.
Me gustaba observarlo desde detrás del mostrador del bar con los ojos pegados a la barra su silencio su paciencia en el juego su forma desinteresada de perder su distancia su barbilla fina sus ojos negros que tal vez no miraban escrutaban su pecho subiendo y bajando el humo que exhalaba.
Por la mañana me gustaba verlo andar por la orilla mirando a la arena y dejando que las olas le mojasen los pies. Tal vez a veces mirara el horizonte tal vez quisiera borrarlo como a mí me gusta borrar las manchas de vaho de un cristal. Tal vez quisiera conservarlo en su memoria como la mujer le había dicho que él guardaba los actos no realizados las palabras nunca pronunciadas los gestos disimulados. Tal vez a mí me gustara mirarlo desde el balcón del hotel tal vez a él le gustara que lo mirase. Tal vez debí decirle...
Estaba anocheciendo. El sol se ponía a su espalda cuando estaba acodado sobre la baranda de la terraza que da al mar. Su sombra larga caía sobre el leve acantilado y su cabeza llegaba hasta el borde del camino de abajo por donde tal vez yo pedaleara tal vez buscándolo para decirle para hablarle.
La mujer me había dicho que no le hablase que no le dijese que no fuera como él que lo olvidase. Tal vez ella se equivocara o tal vez me equivocara yo porque no entendiera lo que ella intentara decirme. Fue antes de marcharse en el cielo azul.
La bicicleta chirriaba y yo tal vez me imaginara que hablaba y que decía todo aquello que mi madre me había dicho que yo no debía decirle y tal vez yo me imaginara también que el viento le hacía llegar a sus oídos un mensaje cifrado que sólo yo y tal vez él podíamos entender.
La mujer tampoco me había dicho nada cuando salió de la habitación solo me miró pero no dijo nada entonces me lo había dicho antes tal vez años antes ni hables con él me había dicho.
Había detenido la rueda delantera de la bicicleta justo junto al lado de la sombra de su cabeza. Yo miraba la sombra y tal vez él me miraba mirar la sombra. Entonces le hablé no a él a la sombra de él por primera y única vez no por él no por la mujer tal vez por mí. Dije ¿padre? Pero la sombra no me oyó tal vez al menos no se movió. Yo me giré y miré hacia el rostro del hombre. Él se giró también y se introdujo en la sombra de su habitación. Tal vez por eso al día siguiente ya no estaba tal vez se fue porque no me oyó o tal vez porque no quiso oírme.
José Manuel Martínez Arias.
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