lunes, 9 de septiembre de 2024

¿La culpa?

 

El coche de Miguel discurría, como todos los domingos por la mañana temprano, por la carretera comarcal que llevaba a la residencia. En ella esperaban su otros dos hermanos, Juan y Ángel, con sus esposas. Juan, como no podría ser de otra manera, hecho un pincel, fuera a dónde fuera, con esos zapatos de charol llamativos, y con una corbata de dudoso gusto, aunque su mujer se esforzara en demostrarle lo contrario. Era la liturgia semanal, que a su esposa, Margarita, la importunaba sobremanera.


¡Es que no terminaré de entenderte Miguel!, le decía su esposa, con un gesto adusto. ¡Todos los domingos a mediodía, ver a tu madre, y tener que soportar tanto a tus hermanos como a tus cuñadas!.


Miguel intentaba centrarse en el camino, Siempre había oído decir que los despistes y las discusiones no son buenos amigos del conductor. Observó, aliviado, una señalización que recordaba que apenas, en unos pocos kilómetros, llegarían por fin a su destino ...


Entre algún reproche más y alguna subida de radio para evitarlos, llegaron a la puerta de la residencia. Era un enorme edificio, antigua hacienda con varias hectáreas para cultivar, consiguiendo aparcar en la misma entrada. Un poco más adelante, se percató de que uno de sus hermanos discutía acalaradamente con su cuñada. Parece ser que esa íba a ser la nota del día.


Tras los oportunos besos y abrazos, avanzaron hasta la entrada, dónde su otro hermano Juan, los esperaba.


"Tendremos que esperar algunos minutos. Una enfermera me acaba de decir que están terminando de desayunar".


Juntos esperaron en una sala de espera. En pocomás de 10 minutos, un bedel les advirtió de que los familiares podían subir a las habitaciones.


Cada vez que entraban por los interminables pasillos que conducían a las habitaciones, Miguel no dejaba de recordar su niñez con sus hermanos. Su padre, sin ningún tipo de remordimiento, los abondonó a su suerte por una compañera 15 años más joven, y su madre, ama de casa hasta ese momento, se hizo cargo de la situación con 3 pequeños, entre 6 y 10 años. Recordaba como todas las mañanas los levantaba y, tras darles de desayunar, los acompañaba a la parada del bus escolar, que puntualmente los recogía y los devolvía. Mientras, su madre íba a varios domicilios dónde se dedicaba, dada su falta de formación profesional, a limpiar escaleras ...


... recordaba también, como no, esas largas noches de copas de ginebra ante la pequeña mesilla ante el televisor, dónde su madre, consciente o insconcientemente, ahogaba frustraciones y malos ratos, para no hacernos párticipes.


Y recordaba, como no podría ser de otra manera, que al final de estas solitarias veladas, terminaba entrando en una de nuestras habitaciones, especialmente la de Juan, el pequeño, escuchando su quejas ante los continúos besos. Eran noches de algún que otro arrumaco excesivo, con final compartiendo colchón y almohada con mi hermano. Noches que entre los vapores del alcohol se dibujaban algunas quejas del pequeño, que no comprendía algunos gestos de excesiva atención de su madre ...


Recordaba como, entrando prácticamente los 3 en la pubertad, tuvo que lidiar con unos varones en plena efervescencia juvenil, consolando los desamores, intentando alegrarnos o quitarles importancia a nuestros escarceos amorosos. A su vez, nos daba lo poco que podría darnos, que eran mucho, para que pudieramos salir con nuestros amigos, mientras que ella renunció a tener una vida para que la tuvieramos nosotros.


Ensimiasmado en esos pensamientos, llegamos a su habitación. Un televisor, a un volumen demasiado bajo, emitía un programa de entretenimiento. Frente a él, mi madre, sentada en una silla de ruedas, con la cabeza caida y la mirada pérdida, hizo una mueca parecida a una pequeña sonrisa, a modo de saludo.


Todos se acercaron en tropel para besarla, pero Miguel prefirió esperar. No quería abrumarla, y sus hermanos y cuñadas no dejaban de hacerlo. Mi mujer, muy pendiente de mis gestos, esperó también paciéntemente, dándole su mano. Sabía, por que era evidente, que estas visitas representaban tanto una gran alegría para él como un mal trago. Los efectos del coma y posterior derrame cerebral sufridos unos años atrás no habían sido piadosos con ella.


Una vez pasado los primeros momentos, Miguel se dirigió a su madre. Siempre le hablaba de los nietos, que le mandaban muchos recuerdos, de él, y de su trabajo. Su madre siempre quiso que fuera médico, y entre una temprana vocación y para satisfacerla a ella, se decidió a serlo. Su madre siempre estuvo muy orgullosa de sus hijos, que con gran esfuerzo salieron adelante, pero de Miguel, su Miguel, más si cabe.


Al rato, la acompañaron a los jardines de la residencia. Era el momento más agradable, ya que los jardines que rodeaban la residencia eran, amén de bonitos, muy espaciosos, permitiendo a todas las familias disfrutar de espacio y privacidad.


En um momento en que tanto Margarita como mis cuñadas distraían a mi madre con su conversación, decidí que era el momento de hablar con mis hermanos. La residencia era un buen lugar, pero algo frío. Mi queja no era por desatención, sino por las horas que, frente a un televisor, podía pasar sin que nadie le preguntara como estaba, sin que nadie le hablara, o le ofreciera alguna actividad. Mis hermanos intentaban disuadirme, ya que sabían perfectamente mi pretensión. Les dije que podríamos plantearnos tenerlas por meses, o por quincenas, y que si alguno de ellos tuvieran un imprevisto durante el tiempo que les correspondiera, yo me ofrecía a echarles una mano.


Ellos, consciente o insconcientemente, me escuchaban con desgana. Era algo más que asumido, pero no daban su brazo a torcer. Los niños, el excesivo trabajo y, por que no decirlo, las pocas ganas de sus mujeres a tenerla en su casa, lo hacían prácticamente una misión imposible. Yo argumentaba la indignidad de tal situación, y que su madre, la madre de todos, merecía otro trato.


En esas estaban cuando llegó, algo más de dos horas después, el aviso para el almuerzo de las residentes. Todos acudieron a darles, no sin cierta frialdad, besos de despedida. Yo me acergué, y enjugando mis lágrimas, le prometí que intentaría volver después. Mi madre, no sé si consientemente o no, me dirigió una mirada, suplicante, cansada de esta vida que no lo era. Margarita, viendo que se me estaban saltando las lágrimas, me dió un beso en la mejilla y me cogió del brazo para dirigirnos al coche.


De regreso, mis hermanos no hacían más que bromear con lo que íban a hacer el resto del domingo. Fútbol o cine, irse de copas, era el futuro más inmediato que les aguardaba. Margarita me observaba, y sabía lo que estaba pensando. Nunca entendí la frialdad con la que salìan de ver a su madre, ni pretendía entenderlo.


Con un protocolario adiós, y hasta la semana próxima, nos fuimos de vuelta a la ciudad. Una vez dentro del coche, no dejaba de rumiar esta situación, sin verle ninguna salida. A Margarita le argumenté varias veces que a su madre la atendimos hasta el final de sus días, pero para ella nunca fué suficiente razón. Con su madre ella era más joven, y ahora, con nuestros hijos ya mayores, decia no poder atender a mi madre como ella merecía ...


Al llegar a casa, no había nadie. Los niños habrían salido, y mi mujer, cambiándose de ropa, se propuso a ver un rato la televisión. Yo prefería salir a la terraza, y me fumé un par de cigarrillos mientras seguía pensando en esta situación.


Aproximadamente una hora más tarde, Margarita se levantó perezosamente del sillón. La película estuvo muy bien, y prácticamente no se había percatado que Miguel no se encontraba en casa, ni recordaba que se hubiera despedido, Encima del escritorio, una carta, de destinatarios, ella y sus hijos ... volveré pronto. No esperadme para cenar.


Miguel tomó una decisión, su decisión. Descolgó el teléfono e intercambió unas palabras con alguíen de la residencia, preguntándole si podía ir fuera del horario de visitas a verla. Colgó, y cogiendo un jersey para combatir el frio, ya que comenzaba a anochecer, se montó en su vehículo. No había mucho tráfico, y mientras se dirigía a su destino, pensaba si era justo, o injusto, hacer algo que lo atormentaba desde hacía demasiado tiempo ...


Porque llegar a la residencia, a un hora poco usual, podría estrañar o resultar muy raro. Porque la recepcionista, al verlo llegar, nunca se le podría ocurrir que estaba haciendo allí. Porque, una vez que superó este escollo, se dirigió a la habitación de su madre, a riesgo de que le sorprendieran en horas tan intepectivas por los pasillos de la residencia. Porque, al abrir la puerta de la habitación de su madre, pudo divisar ante su sorpresa, extrañamente, unos zapatos de charol, apoyados en la cama de su madre, que parecía profundamente dormida. En la almohada, dos cabezas compartían una almohada, como hacía mucho tiempo en mi casa, con lágrimas cayendo sobre la misma, no se sabe si de pena o culpa, Lágrimas inertes que bañaban las mejillas de mi madre, resignada a su suerte. Lágrimas compartidas en un final de una relación extraña en una vida poco justa con ambos.


Junio 2024. José María Vázquez Recio.

lunes, 10 de junio de 2024

El hombre que mira:

Tema: La mirilla.

Marta  se levantó aquel día algo más temprano de lo normal. Estuvo preparando su mochila, y su padre le acercó un hermoso bocadillo y

un batido.


¿Qué te pasa Marta?. Te veo algo tristona.


Aquel día Marta se había levantado acordándose mucho de su hermana y, sobre todo, de su madre. Echaba de menos sus caricias, su cariño, y esa complicidad madre e hija que se acentúa con el tiempo. A la vez, su hermana recién nacida tristemente fallecida se le aparecía continuamente en su mente. Su padre era también adorable, pero quería mucho a su madre y le hubiera hecho mucha ilusión haber tenido una hermana.


Anda, anímate. Hoy es viernes y Papá te puede acompañar al cole. Pero no tardes.


Ambos salieron de casa, y comenzaron las carreras entre ambos por la gran avenida. Era día de colegio, y llegaban tarde.


Marta, date prisa, que llegamos tarde a clase.


Luis se paró, entre risas, viendo como su hija hacía lo posible e imposible por ponerse a su altura. Viendo que no llegaba, se sentó en un pequeño banco para esperarla. Levantó la mirada, y pudo ver una casa muy vieja, destartalada.


¡Vamos, que ya estoy aquí! Le espetó Marta, viendo que su padre miraba al frente, sin pestañear.


Luis observaba que, tras una ventana, alguíen parecía mirarles. La imagen de un hombre, de pelo cano y facciones de hombre mayor, se dibujaba desde una de las ventanas más altas ..


¿Has visto eso Marta?, le pregunto Luis a su pequeña, que no dejaba de insistirle que llegaría tarde a su colegio.


Marta prefirió hacerle caso, a ver si así podían retomar su camino. Le sorprendió ver como su padre, cruzando la calle, prácticamente sin mirar, se acercó a la misteriosa casa.


La puerta del jardín estaba abierta. Luis, como hipnotizado, cruzó un pequeño camino de piedras, y se puso frente a la puerta ...


¡Papá, déjate de tonterías!. ¡Falta apenas un cuarto de hora para comenzar las clases!.


Luis se acercó aún más, para ver que, tras la mirilla, alguíen los veía. Sin saber porqué, llamó a la puerta con un llamador muy bonito, antiguo, que asemejaba una mano con una bola de hierro. Al hacerlo, la puerta se abrió, profiriendo un ruido seco y agudo, de no haberse abierto en demasiado tiempo.


¿Entramos? Le preguntó Luis a Marta, sin percatarse que ya estaba prácticamente en un pequeño zaguán.


Marta, bastante miedosa, no se atrevió en principio, pero al ver que su padre no dejaba de insistirle, se decidió a seguirle.


La puerta de la casa, abierta, dejaba ver unos muebles muy antiguos, pero bonitos. Una mesa larguísima con 8 sillas, con una pequeña radio sobre una mesita, sugería que era el lugar con más vida de la casa.


¡Mira Marta, gritó Luis, se parecen a la que tenían tus abuelos!


Marta lo veía todo muy sorprendida y fascinada. La casa era grande, mucho más grande que la suya. Podía observar que los muebles eran muy antiguos, no sabría cuánto. Al fondo, una gran escalera de mármol, en forma de caracol, se abría camino hacia dos plantas superiores.


Sin darse cuenta, presa de una gran curiosidad, comenzó a subir por ella.


¡Espera Marta!, le dijo Luis. ¡Yo también quiero subir!.

Divertidos, aunque con algo de miedo, comenzaron a ascender por los escalones, algo empinados, con una barandilla lateral que evitaba que perdieran el equilibrio.


Al final de la escalera, una puerta, sin pomo, y con una cerradura con una llave en su interior, como si de una nueva invitación a pasar al interior se tratase. Luis, algo dubitativo, se decidió a abrir la puerta ...


En el interior, Marta no tuvo más remedio que llevarse las manos a la boca, con un gesto de admiración. Numerosos juguetes, todos muy antiguos, pero en buen estado de conservación, llenaban su interior. Pero lo que más le gustó fue una pequeña muñeca, preciosa, con un trajecito que le recordaba a una que tuvo su madre en su infancia. Extrañamente, tenía un ojo abierto y el otro como si se lo hubieran extraido. Sin poder evitarlo, fue a cogerla, cuando ...


¡No la toques! ¡Es mía!.


Sobresaltados, miraron a la puerta. No había nadie.


¡Vámonos de aquí Papá! gritó Marta, muy nerviosa.


Salieron de la pequeña habitación de juguetes y corrieron por la escalera. Sin darse cuenta, cruzaron la puerta de la casa sin mirar atrás, con la sensación de que alguíen les seguía.


Ya en la calle, se apoyaron el uno en el otro respirando dificultasamente. Luis pudo ver que su hija tenía la cara desencajada, angustiada.


¡No tendríamos que haber entrada! gritó Marta. Seguramente alguíen vive ahí y no le gustan las visitas.


Algo más tranquilos, miraron otra vez en dirección de la casa. Fascinados, pudieron ver que, tras la mirilla, se podía observar que alguíen volvía a observarles. En ese momento, la puerta volvió a abrirse, invitándoles a volver a entrar. Una vez abierta la puerta del zaguán, la de de la casa también se abrió, sin nadie que estuviera haciendo esta acción.


Luis, para asegurarse de no ir solo, agarró a su hija, que a dura penas se resistía a los deseos de su progenitor.


Ya dentro, Luis, a media voz, preguntó si había alguíen allí. Pidió disculpas por si habían molestado, que solo querían curiosear.


El ruido de una mecedora, en un salón contiguo, se moviía lentamente, sorprendióles, e invitándoles a acercarse. Alguíen, cantando una bellísima nana, parecía intentar dormir a un bebé. Al rodear la mecedora, pudieron ver horrorizados el cadáver una una mujer, vestida con un precioso vestido gris, con su bebé, también muerto, que milagrosamente se sostenía en sus brazos. En la pared, Marta pudo observar el retrato de una mujer bellísima, con un extraordinario parecido con su madre. Estaba de la misma guisa que la mujer de la mecedora, sosteniendo un rollizo bebé en sus brazos. Debajo, al pié delcuadro, una pequeña inscripción . "A mi hija Marta y a su bebé".




José María Vázquez Recio, Mayo 2024.


sábado, 23 de marzo de 2024

El hermano:

 

Era una perfecta tarde otoñal. Los jardines de la Residencia de San Lucas, en Santander, estaban lleno de hojas caducas de la maravillosa arboleda que disfrutaban todos sus residentes. Una zona de recreo dónde todos, incluidos el escaso personal que tutorizaba estas vidas a punto de agotarse, disfrutaban de ese entorno tan agradable.


Tomás, o Don Tomás, como era conocido, era uno de estos residentes. Barba y cabello blanco, blanquísimos, con una bata de color entre gris y negro, con mirada perdida, y que sólo reaccionaba raramente a algún estimulo externo, permanecía en su silla de ruedas, esperando que las horas, los días y las semanas pasaran sin más. A sus 70 años, que oportunidad de vida podría o cabría esperar ...


Unos pasos cerca de él le hicieron salir de su ensimismamiento. Eran dos personas, y una de ellas, probablemente una enfermera, hablaba con el visitante.


- Pase por aquí. ¡Don Tomás, Don tomás! ¡Hay alguíen que viene a verle!.


Tomás solo acertó a entornar un poco sus ojos, que de un tono dulce, casi melancólico, mutaron a un grado de rencor y fiereza que sorprendió a la enfermera.


- ¡Sáqueme de aquí! gritó Tomás, ¡Por favor, sáqueme de aquí! No quiero ver a nadie.


El visitante sonrió, esperando posiblemente esa reacción.


- ¡Puedo pasar Tomás!. ¡Déjenos sólos, no se preocupe, dijo queriendo tranquilizar a la enfermera. No habrá problema!.


La enfermera se quedó mirando al extraño visitante, y, ante la conformidad de Tomás, se fué no sin cierta preocupación. Nunca había visto a Don Tomás tan enfadado.


- ¿Que haces aquí?, preguntó Tomás de forma inquisitiva.


- ¿No te alegras de ver a tu propio hermano gemelo Tomás?, le preguntó no sin cierta sorna.


- Andrés, ¿que haces aquí? ¿para que has venido? ¿es que no me has hecho suficiente daño ya?


Andrés sacó una pipa de su bolsillo, dejando pasar unos instantes antes de contestar a su hermano. De una bolsa de tabaco vertió una pequeña cantidad, ya que no íba a estar mucho tiempo con él, y encendiéndola con aire ceremonioso, empezó a chuparla, meditando lo que venía a decirle.


- Elena y los niños te mandan recuerdos. Ángela está a punto de casarse, y Jorge, no con cierta dificultad, consiguió terminar la carrera. Pienso llevármelo al bufete, a nuestro bufete. Quiero entender que no pondrás ningún reparo ...


    • ¡Eres un indeseable! No sólo me robaste a la que íba a ser mi mujer, sino también a los que hubieran sido mis hijos, mi vocación, mi vida. Usurpastes mi identidad, No puedo seguir así, quiero morir tranquilo. Sé que nada ni nadie me espera en ningún lugar. Soy alguíen vencido por ti, por el tiempo. Una muerte en vida.

¿Porque te fuiste, si no sabías como volver?. Muchas veces no solo sabemos lo que queremos, sino también lo que deseamos. Y tú, reconócelo, nunca lo llegastes a saber ...


Tomás masculló algo entre dientes, sin saber realmente que contestarle. Andrés siguió paladeando las últimas pitadas, cuando al levantarse, cogió la silla de ruedas de su hermano y se dirigió con él a su dormitorio.


Al llegar a la misma, ayudó a Tomás a meterse en la cama. Una bandeja con lo que íba a ser su cena estaba en la mesa anexa. Andrés, cogiendo la misma, se la acercó a su hermano.


Ésta es una situación que no quería que se diera Tomás. Fuiste un perdedor, y tu momento ya pasó. Elena, tu Elena, es mi Elena, y deberías haberlo aceptado hace tiempo. Algunas veces me observa, dudando, como si no viera en mí al hombre del que creyó estar enamorada. Pero al poco sonrie y, mesándose su cabello, me vuelve a sonreir, besándome. Es lo que hay. Soy la única familia que te queda. Deberías ser más agradecido ... Abre tu corazón hombre, y comienza a cerrar esas viejas heridas ... nadie te espera en ningún lugar. Acéptalo. Sólo dices palabras vacías, que no te llevan a nada.


Tomás, entre cucharada y cucharada de la sopa que le habían puesto, lo miraba con ojos más serenos. Parecía, o podría interpretarse así, que se dió por vencido hace mucho tiempo ... -sabes que nunca me quise ir, y no me importaría volver- le espetó, muy malhumorado. Eres desleal con todos, conmigo en particular. Te crees que cada día es una victoria sobre el tiempo, mi tiempo. No tienes nada, salvo una vida llena de mentiras ...


Bueno, ya va siendo hora de terminar esta conversación. Piensas todavía en que los viejos fantasmas van a desaparecer, y sabes, y bien que lo sabes, que no va a ser así.


Cuando se iba a incorporar para irse, se percató de algo poco usual. ¿Qué tienes aquí escondido truhán?, dijo Andrés sacando una pequeña petaca a la que le comenzó a desenroscar el tapón. ¿Pero estas delicias os la permiten? ¡Ay hermano, siempre serán un pequeño gran sinvergüenza!


Con una gran carcajada, bebió un pequeño trago, y otro, y otro ... no debes beber estas cosas hermano, y menos con la medicación que tomas ...


Una estruéndosa carcajada salió de su garganta, seguro de estar fastidiando una vez más a su hermano.


Al momento, una nueva carcajada se escuchó en la habitación. Esta vez era Tomás. Andrés miraba con excepticismo a su hermano, y no terminaba de entender nada.


¡Estás loco! ¡Loco de remate!. Me gustaría saber de que te ríes, so loco. Aquí solo quemas tu vida, esperando al final de tus días, que espero que no sean pocos.


Tomás lo miraba con atención. Observó como, poco a poco, su hermano empezaba a sudar más de lo necesario y como, en unos minutos, no tuvo más remedio que sentarse en la cama, al sentirse mareado. Al fin vió como, con una sonrisa sardónica en los labios, caía derrotado a sus píes, babeante, con la mirada perdida ...


Al cabo de unas horas, una enfermera aporreó la puerta de la habitación. Al no escuchar a nadie, abrió la puerta con intención de preguntar si había terminado de cenar para llevarse la bandeja.


- Pase enfermera, por favor. Mi hermano acaba de terminar la cena. Muchas gracias.


La enfermera miró a la cama. Él, con ojos ansiosos, la miraba haciéndole señas hacía el visitante, pero ella no entendía nada ...


Bueno Tomás, ya está terminando el día y estoy muy cansada, es hora de dormir.


Los gemidos seguían siendo continúos, demandando su atención. No tuvo más remedio que coger una pequeña jeringuilla y, tras darle unos breves toques, inyectó su contenido en su muñeca ...


- Con esto pasará mejor noche. Los dejo solos. Por favor, diriguíendose a la persona que estaba sentado junto a la cama, ya es hora de que se marche. El último bus para la ciudad pasa en 15 minutos ...


Gracias enfermera, le contestó. Me despido en seguida.


Una vez salió la enfermera, miró con cierta sorna a su hermano, y acercándo sus labios a su oido, le dijo lo siguiente:


¡Gracias Andrés! Espero que pases muy buena noche, y las siguientes, de aquí hasta siempre ... y recuerda, los muertos nunca deberíamos regresar, ... o sí.



viernes, 8 de marzo de 2024

La vida es sueño:

 

Como cada día al despertar, Alicia necesitaba unos minutos para superar la sensación de aturdimiento, para situarse donde estaba, en su vida y no en la vida de sus ¿sueños?


La cercanía de Luis en la cama, la calidez de su cuerpo, la devolvían a la realidad. Y es que cada noche, cuando Alicia cerraba los ojos y se quedaba profundamente dormida, vivía la vida de otra mujer. Una mujer que tenía su cara y su cuerpo, su mente y sus pensamientos, pero que llevaba una vida totalmente opuesta a la suya. En esa vida de sus ¿sueños? se llamaba Rosa.


Cuando Alicia lograba superar su desubicación, besaba suavemente a Luis y comenzaba su jornada. Se arreglaba cuidadosamente, eligiendo la ropa de su precioso vestidor. Emilia, su maravillosa asistenta, ya le tenía preparado el desayuno. Y con la mente puesta en su trabajo, se dirigía al taller. Diseñaba joyas, y era un trabajo que no podía apasionarle más. El éxito la había acompañado, y ahora dirigía una empresa cada vez más amplia. Las horas de su ajetreada jornada pasaban volando y, al final del día, estaba él, Luis, por el que cada día daba gracias, porque era su complemento perfecto. Llevaban años juntos, nunca sintieron la necesidad de casarse, porque no precisaban demostrarle a nadie que lo suyo era para siempre. Eran amigos, cómplices y amantes. Ninguno de los dos quería hijos, se bastaban el uno al otro. Los momentos que pasaban al final del día, los fines de semana, los viajes en vacaciones…Alicia sabía que no podía desear una vida mejor.


Cuando cada noche se dormía, se despertaba en otra casa, en otro mundo, en otra vida. Seguía sintiéndose ella, pero al mismo tiempo era diferente. Rosa vivía rodeada de naturaleza, en una casita con jardín y un pequeño huerto. Se dedicaba totalmente a su familia. Tenía un marido que la adoraba y por el que ella sentía un gran cariño, y dos pequeñitas adorables, sus hijas. De todo aquello, este aspecto era el que más le chocaba a Alicia, pues nunca había sentido el instinto maternal. Sin embargo, veía que Rosa era feliz. Su vida estaba llena de amor y de risas. También Rosa se preguntaba cada día por qué, cuando cerraba los ojos, amanecía en otra casa, en otra cama y en otra vida.


Cuando Alicia le contaba a Luis su vida como Rosa, él siempre le decía, medio en serio, medio en broma, que al final resultaba que sí anhelaba tener hijos. Cuando Rosa le contaba sus sueños a su marido, él siempre le decía: “¿no serás que deseas tener tu propia carrera?”. Ambos coincidían en que el significado de aquellos sueños, eran los anhelos no cumplidos. Pero ella sabía que no se trataba de eso.


Y así llegó una mañana que no fue como las demás. Alicia no solo se despertó desubicada, sino profundamente preocupada. La niña más pequeña de Rosa, estaba enferma. Rosa se había dormido con la pequeña en sus brazos, agotada, pero al mismo tiempo sintiéndose plena, porque la mirada pura de aquella niña le decía que ella era su lugar seguro en el mundo.


Aquella noche preparó con especial cariño su velada con Luis. Pidió la cena en el restaurante preferido de ambos y llenó la casa de velas. Brindaron por ellos y se durmieron el uno en brazos del otro.


Rosa, en cambio, no durmió aquella noche. Permaneció velando a su pequeña hasta el amanecer.


Y en otra cama, en otro lugar y en otra vida, cuando Luis despertó, no encontró a Alicia. En la almohada, que aún conservaba la forma de su cabeza, había una nota con solo tres palabras: siempre te querré.


Ana María Cumbrera Barroso.

Tema: el doble.

21 de febrero de 2024


La sospecha de Elena:

 

El restaurante estaba lleno. La persistente lluvia que caía hacía que prácticamente no hubiera una mesa libre. Entre el gentío, Juan pudo ver que alguíen le hacía señales con la mano para que se sentara a su lado.


Se acercó, con el rictus serio, ya que no le apetecía para nada acudir a esa reunión. Habían pasado demasiados años, y no quería remover lo pasado. Pero no tuvo más remedio que acudir a esa cita.Al fin y al cabo, era su hermano ...


Se dieron la mano poco cordialmente, y recibió una invitación para sentarse. Juan asintió, y sin más preámbulos, le preguntó a su hermano que quería.


¡Así recibes a tu hermano Juan!. Esperaba que te lo tomaras mejor hombre.


Dime Julián, le contestó Juan, ¿A que viene esta?. Ya hace más de 3 años que no nos vemos. ¿Qué juego te traes entre manos?.


Un camarero acudió a la mesa, y no dió crédito a lo que estaba viendo. Los dos hombres que la ocupaban eran idénticos, quizás con mejor pinta el de su izquierda ... pero eran iguales.


Buenas tardes. ¿Qué van a tomar?, les preguntó sin dar crédito aún a lo que veía.


Café para ambos, por favor, le contestó Julián, al que la situación le divertía mucho.


Una vez que el sorprendido camarero fue a la barra para pedir las bebidas, Juan se incorporó acercándose a su hermano, y con un gesto agresivo le preguntó que quería, dinero, otra vez, por desaparecer otra temporada hasta que se volviera a quedar sin blanca ...


Tranquilo hermanito. Afortunadamente, con la generosa cantidad que me transferiste, tengo para mucho tiempo. Pero no todo es dinero sabes ..., y también sabes o debes saber que deseo algo que no te pertenece ...


Juan, algo nervioso, comenzó a morderse los nudillos. Aquellos años en la cárcel, por un crimen que el no cometió, pero que todos los testigos presenciales lo señalaron sin ningún tipo de dudas ... él pudo decir dónde estuvo, porque tenía coartada, claro que la tenía. Pero suponía hacerle daño, mucho daño, quizás irreparable, a Elena, su mujer. Aquellos años en que, sin saberlo, su hermano le suplantó en su empresa, en su casa, en su propia cama. Elena nunca supo, ni sabría, que aquel hombre que la acompañó y compartió varios años con ella y con sus hijos fue un impostor. Elena no tendría que saberlo nunca, y ese dolor, tras años y años sufriéndolo él en silencio, no lo pasaría ella ...


¡Juan, en que piensas!. No le des más vueltas a la cabeza hombre. Sólo te pido una noche, ni siquiera un día entero. Saldrías con cualquier pretexto de tu casa, quedamos en algún lugar, nos intercambiamos la ropa, ya que tenemos prácticamente la misma talla ... y al día siguiente, vuelves a tu casa, y todos contentos.


Juan no daba crédito a lo que estaba escuchando. Bastante duro fué, tras los 3 años de condena, saber que nadie, nadie le echó de menos. Bastante duro fué cuando, al llegar a la empresa, su empresa, todo el mundo lo recibió como si no hubiera pasado nada. Bastante duro fue, cuando su hermano lo fue a recoger a prisión, que le contara como le había usurpado en todo lo que más quería ...


Está bien. ¿Cuándo quieres hacerlo?


Julián sonrió, sabiendo que su hermano lo aceptaría, porque Juan no permitiría que Elena, su Elena, se enterara del enorme engaño que sufrió en esos 3 años.


¿Porque no esta noche?. Te daría tiempo de cenar, acostar a los niños ... no me apetece tener que ver otra vez a esos mocosos ... Yo esperaré en la habitación de los invitados, con uno de tus pijamas puesto ¿tienes alguno repetido?. O no hace falta, en la oscuridad Elena no podría diferenciar un pijama de otro.


Juan se levantó enojado, y echando unas monedas sobre la mesa, se dirigió a la salida del local.


Julián lo observó divertido. Nunca aprendería que, entre ambos hermanos, él era el más listo.


En la barra del local, una mujer presenció la escena, impacible. Unas gafas oscuras y una peluca obraron el milagro del anonimato. Pudo ver la discusión entre ambos hermanos. Pudo ver el gesto de impotente perdedor de uno de ellos. Pudo ver, también, el gesto de euforía del que se quedó en la mesa. Avisó al camarero, pagó lo que había consumido, y se fué. No tenía nada màs que hacer allí. Había visto lo que tenía que ver.


Ya por la noche, Elena terminó de leer un libro apoyada en la almohada, besó a su marido y le pidió que no tardara en apagar la pequeña lamparilla. Juan se levantó, con la excusa de ir al cuarto de baño, dejando a su mujer dormida.


En apenas 5 minutos, Julián entró en el dormitorio, y, a oscuras, quiso acariciar los hombros de su cuñada, pero no se percató que en la cama no había nadie. Se desconcertó, pero prefirió esperar. La luz del cuarto de baño estaba encendida, y probablemente Elena estaría allí cuando ... algo le comenzó a apretar en el cuello. Luchó, pataleó, pero no pudo o no supo zafarse. Sus ojos prácticamente se salían de su rostro y, tras una terrible agonía, cayó como un muñeco roto en la cama.


En la penumbra, alguíen recogió a Julián, no sin grandes esfuerzos, para meterlo en una pequeña bolsa gris. Alguíen ya tenía preparadas unas cuerdas para izar el cadaver por la ventana, dónde el coche aguardaba con el portalón trasero abierto. Alguíen tramó este sórdido plan, la misma persona que siempre dudó de que su marido fuera, realmente, su marido ...





José María Vázquez Recio, Febrero 2024

sábado, 13 de mayo de 2023

Crónica de un matrimonio:

 

Juan y Marta se conocían desde siempre. Pertenecientes a dos familias acomodadas del Madrid de la posguerra, eran amigos desde niños. Cuando alcanzaron la adolescencia solo a ella le confesó Juan su secreto: la inevitable atracción que sentía por las personas de su mismo sexo. Ella lo sabía y, por supuesto, no le importó, la confidencia los unió más aún. Marta se sentía con Juan a sus anchas, no era un posible pretendiente. Ella soñaba con estudiar una carrera, trabajar, independizarse...pero la sociedad y su familia la presionaban para buscar marido, considerando que no había papel más importante para ella que la de ser una buena madre de familia.


Pasada la primera juventud, ambos estaban descontentos. Él por la hipocresía de su vida, siempre obligado a fingir lo que no era, ella, por la falta de libertad de la suya.


Contemplando los jardines del Retiro, desde el balcón de su habitación, Marta sentía que la vida se le iba. Había recibido una educación esmerada que no le servía de nada, pues sus padres se opusieron terminantemente a que ella trabajara. Sus amigas iban casándose, algunas tenían ya hijos . En cambio, su abultado ajuar parecía burlarse de ella. Nunca había tenido novio, los chicos de buena sociedad se espantaban ante su inteligencia clara y su forma de expresar ideas propias y poco convencionales. Y no es que le importase quedarse soltera, si eso hubiese sido sinónimo de libertad, es que para la sociedad era una solterona que de todas formas debía permanecer en la casa familiar, en la que cada día se sentía más asfixiada.


Poco a poco, una idea fue abriéndose paso en su mente, fue tomando forma y cuanto más lo pensaba, menos descabellada le parecía.


Convocó a Juan y así, de buenas a primeras, se lo soltó a bocajarro:



    • ¡Casémonos!- aquí tuvo que hacer una pausa pues tuvo un ataque de risa ante la expresión de él, entre pasmada y asustada- piénsalo tranquilamente, somos más amigos de lo que lo son las mayoría de las parejas. Te lo propongo como un pacto: tú serás libres para tener todas las relaciones que quieras, pero serás ante todos un hombre respetable. Yo espero disfrutar de la libertad que aquí me falta. Seremos un matrimonio en público, solo amigos en privado.


Juan no tuvo que pensárselo mucho, tras la sorpresa inicial, la lógica de ella lo convenció. Se prometieron enseguida, para satisfacción de las dos familias, que, por distintos motivos, suspiraron aliviados.


Su noviazgo fue de lo más divertido; lo pasaron en grande decorando su nuevo hogar y organizando la boda y el convite posterior. Y, aunque no hubo noche de bodas, también disfrutaron de una luna de miel en toda regla, viajando por el extranjero.


Así iniciaron una convivencia que se basaba en la amistad y en el respeto, en la complicidad y en la tolerancia. A veces, él se sorprendía, porque le apetecía más quedarse pasando la velada con Marta, que salir por las noches; y ella, que ahora era una mujer realizada y había seguido estudiando, disfrutaba pasando junto a él el final del día. Tenían gustos similares y, aunque no eran amantes, eran compañeros.


Lo único no programado en aquel pacto se llamó Javier, un niño fruto de la única noche en la que, después de una cena regada con demasiado vino, compartieron la cama para algo más que para dormir. Se arrepintieron en seguida, se lo tomaron a broma. Sin embargo, aquel embarazo, totalmente impensable, los llenó de alegría.


La experiencia de ser padres todavía les unió más. Juan no era como los maridos de sus amigas, se implicó, la ayudó, pudo seguir estudiando.


Con el tiempo y la madurez, descubrieron que su matrimonio era mucho más sólido que el de sus conocidos, y bastante más feliz que el de la mayoría. Nunca se arrepintieron de su pacto. Nunca se enamoraron, pero se querían. Si alguien le preguntaba a Juan quién era la persona más importante de su vida, sin dudar contestaba: -Marta, mi mujer.


Ana María Cumbrera Barroso.




La novia de la laguna:

 Era ya casi mediodia, cuando Sofía se encontraba frente al espejo de la peinadora de su dormitorio, suspirando ...


¡Vamos Mamá! ¡Date prisa!. No dentro de mucho tiempo Papá nos recogerá y no quiero llegar tarde. Juan Carlos se pone muy nervioso ... tú, mejor que nadie, lo sabes ... no hay que hacer esperar al novio más de lo necesario ...


Leonor, su fiel doncella, se sonreía. No era la primera vez que su señora la confundía. Ella, como ya le habían advertido varias veces, no estaba en la misma realidad que ellos ...


¡Señorita, ya está usted preparada. Cuando guste, llamo al cochero y la lleva a la iglesia ...!


¡Venga chiquilla, vamos! le contestaba Sofía, no sin cierto tono de enfado.

Saliendo de su habitación, buena parte del servicio se puso a verla, con algún comentario que otro jocoso, y alguna risita mal disimulada. Sofía, con toda la dignidad de sus 74 años, bajaba por la majestuosa escalera, ante la mirada divertida de todos.


¡Señora, coja mi mano. La acompaño al coche!, le dijo su cochero, haciendo un gran esfuerzo para no reirse delante de su señora.


¡Vamos Froilán, vamos, que llegamos tarde! apremiaba Sofía entre alguna que otra carcajada de la comitiva, acostumbrada ya a ver esta escena demasiadas veces.


Una vez en el coche, abrió la ventanilla, saludando a todo el mundo que quién se cruza ba. Algunos transeuntes, divertidos, le contestaban entre vítores y chanzas varias, y hasta algunos golfillos le tiraban piedras que Sofia confundía con flores a mayor homenaje de la novia.

Una vez llegados a la Laguna, con algunos veraneantes esperando cola en el bus que los llevaría a la plaza, Sofia bajó con su vestido de novia, entre el asombro y el desconcierto de los forasteros. ¿pero dónde iría esa señora vestida de novia en pleno verano, con el calor que hace?.


Fiel a su costumbre, se sentó en un pequeño banco, y empezó a pedir que se acercaran todos a felicitarla. ¿Dónde está mi padre? ¿Aún no ha llegado? ¿Quién me va a entregar a mi prometido? ¿Ha llegado ya Juan Carlos?.


El cochero se sentó en un rama de un árbol, cerca de dónde estaba Sofía. Muchas veces pensaba que su señora no debería hacer eso. El pueblo comentaba y chismorreaba mucho, y eso su señora no se lo merecía. Aunque estuviera loca, que lo estaba, pero ninguna señora del mundo se lo merecía ...


Y bien es verdad que le vida o, mejor dicho, el amor no la trató bien. Cuando llegó a la casa le contaron la historia de Doña Sofía. Un triste día de hace algo más de medio siglo, al llegar al altar, un accidente de coche provocó el fallecimiento de su prometido. La noticia tan dura se la comunicó su padre, pero Sofía nunca lo aceptó, y años tras año, como cada 9 de octubre, ella íba a la laguna para unirse a su prometido.


La tarde pasaba tranquilamente, cuando unas pequeñas gotas de lluvía hacían presagiar una tormenta de verano más.


¡Señora, está a punto de llover, y no estaría bien que se le estropeara su vestido. Podemos resguadarnos en el refugio, si le parece ...!


¡Calla! Dame una sombrilla y vete. Tengo que esperar a Juan Carlos. ¡Que novia no haría lo mismo!.


Froilán, algo apesadumbrado, le dió lo que pedía y apenas le dió tiempo de guarecerse en un refugio cercano, ya que la lluvia arreció y no quería coger una pulmonía ...


Una vez llegó al refugio, pudo ver que las aguas de la laguna estaban muy revueltas, con un oleaje muy fuerte desconocido para él, y eso que llevaba ya varios años en el pueblo. El temporal fue de menos a más, y todos los árboles eran azotados por un viento feroz. El nivel del agua crecía y crecía, acercándose cada vez más a Sofía, que seguía sentada, ajena a todo lo que estaba ocurriendo.


Froilán, viendo a su señora en peligro, corrió a su encuentro, con un viento de frente que apenas le dejaba avanzar. Le gritaba, diciéndose que saliera de allí, pero ella no le escuchaba. Sin embargo, una de las veces que la llamó, volvió su cara y pudo ver como Sofía, en medio de la tormenta, esgrimía una sonrisa de felicidad, cogiendo un pequeño anillo ofrecido por una mano que salía desde las mismas aguas ... Una vez se lo pusó, se volvió a su fiel cochero y le dijo adiós, dándole las gracias por tantos años de servicio, su vida y su mundo ya no estaban aquí. Giró su cabeza, mirando a esa laguna que tantas veces la observó, y entró poco a poco en la laguna de la mano surgida de las aguas.



                                                                                                 José María Vázquez Recio.

Mayo 2023.