lunes, 10 de junio de 2024

El hombre que mira:

Tema: La mirilla.

Marta  se levantó aquel día algo más temprano de lo normal. Estuvo preparando su mochila, y su padre le acercó un hermoso bocadillo y

un batido.


¿Qué te pasa Marta?. Te veo algo tristona.


Aquel día Marta se había levantado acordándose mucho de su hermana y, sobre todo, de su madre. Echaba de menos sus caricias, su cariño, y esa complicidad madre e hija que se acentúa con el tiempo. A la vez, su hermana recién nacida tristemente fallecida se le aparecía continuamente en su mente. Su padre era también adorable, pero quería mucho a su madre y le hubiera hecho mucha ilusión haber tenido una hermana.


Anda, anímate. Hoy es viernes y Papá te puede acompañar al cole. Pero no tardes.


Ambos salieron de casa, y comenzaron las carreras entre ambos por la gran avenida. Era día de colegio, y llegaban tarde.


Marta, date prisa, que llegamos tarde a clase.


Luis se paró, entre risas, viendo como su hija hacía lo posible e imposible por ponerse a su altura. Viendo que no llegaba, se sentó en un pequeño banco para esperarla. Levantó la mirada, y pudo ver una casa muy vieja, destartalada.


¡Vamos, que ya estoy aquí! Le espetó Marta, viendo que su padre miraba al frente, sin pestañear.


Luis observaba que, tras una ventana, alguíen parecía mirarles. La imagen de un hombre, de pelo cano y facciones de hombre mayor, se dibujaba desde una de las ventanas más altas ..


¿Has visto eso Marta?, le pregunto Luis a su pequeña, que no dejaba de insistirle que llegaría tarde a su colegio.


Marta prefirió hacerle caso, a ver si así podían retomar su camino. Le sorprendió ver como su padre, cruzando la calle, prácticamente sin mirar, se acercó a la misteriosa casa.


La puerta del jardín estaba abierta. Luis, como hipnotizado, cruzó un pequeño camino de piedras, y se puso frente a la puerta ...


¡Papá, déjate de tonterías!. ¡Falta apenas un cuarto de hora para comenzar las clases!.


Luis se acercó aún más, para ver que, tras la mirilla, alguíen los veía. Sin saber porqué, llamó a la puerta con un llamador muy bonito, antiguo, que asemejaba una mano con una bola de hierro. Al hacerlo, la puerta se abrió, profiriendo un ruido seco y agudo, de no haberse abierto en demasiado tiempo.


¿Entramos? Le preguntó Luis a Marta, sin percatarse que ya estaba prácticamente en un pequeño zaguán.


Marta, bastante miedosa, no se atrevió en principio, pero al ver que su padre no dejaba de insistirle, se decidió a seguirle.


La puerta de la casa, abierta, dejaba ver unos muebles muy antiguos, pero bonitos. Una mesa larguísima con 8 sillas, con una pequeña radio sobre una mesita, sugería que era el lugar con más vida de la casa.


¡Mira Marta, gritó Luis, se parecen a la que tenían tus abuelos!


Marta lo veía todo muy sorprendida y fascinada. La casa era grande, mucho más grande que la suya. Podía observar que los muebles eran muy antiguos, no sabría cuánto. Al fondo, una gran escalera de mármol, en forma de caracol, se abría camino hacia dos plantas superiores.


Sin darse cuenta, presa de una gran curiosidad, comenzó a subir por ella.


¡Espera Marta!, le dijo Luis. ¡Yo también quiero subir!.

Divertidos, aunque con algo de miedo, comenzaron a ascender por los escalones, algo empinados, con una barandilla lateral que evitaba que perdieran el equilibrio.


Al final de la escalera, una puerta, sin pomo, y con una cerradura con una llave en su interior, como si de una nueva invitación a pasar al interior se tratase. Luis, algo dubitativo, se decidió a abrir la puerta ...


En el interior, Marta no tuvo más remedio que llevarse las manos a la boca, con un gesto de admiración. Numerosos juguetes, todos muy antiguos, pero en buen estado de conservación, llenaban su interior. Pero lo que más le gustó fue una pequeña muñeca, preciosa, con un trajecito que le recordaba a una que tuvo su madre en su infancia. Extrañamente, tenía un ojo abierto y el otro como si se lo hubieran extraido. Sin poder evitarlo, fue a cogerla, cuando ...


¡No la toques! ¡Es mía!.


Sobresaltados, miraron a la puerta. No había nadie.


¡Vámonos de aquí Papá! gritó Marta, muy nerviosa.


Salieron de la pequeña habitación de juguetes y corrieron por la escalera. Sin darse cuenta, cruzaron la puerta de la casa sin mirar atrás, con la sensación de que alguíen les seguía.


Ya en la calle, se apoyaron el uno en el otro respirando dificultasamente. Luis pudo ver que su hija tenía la cara desencajada, angustiada.


¡No tendríamos que haber entrada! gritó Marta. Seguramente alguíen vive ahí y no le gustan las visitas.


Algo más tranquilos, miraron otra vez en dirección de la casa. Fascinados, pudieron ver que, tras la mirilla, se podía observar que alguíen volvía a observarles. En ese momento, la puerta volvió a abrirse, invitándoles a volver a entrar. Una vez abierta la puerta del zaguán, la de de la casa también se abrió, sin nadie que estuviera haciendo esta acción.


Luis, para asegurarse de no ir solo, agarró a su hija, que a dura penas se resistía a los deseos de su progenitor.


Ya dentro, Luis, a media voz, preguntó si había alguíen allí. Pidió disculpas por si habían molestado, que solo querían curiosear.


El ruido de una mecedora, en un salón contiguo, se moviía lentamente, sorprendióles, e invitándoles a acercarse. Alguíen, cantando una bellísima nana, parecía intentar dormir a un bebé. Al rodear la mecedora, pudieron ver horrorizados el cadáver una una mujer, vestida con un precioso vestido gris, con su bebé, también muerto, que milagrosamente se sostenía en sus brazos. En la pared, Marta pudo observar el retrato de una mujer bellísima, con un extraordinario parecido con su madre. Estaba de la misma guisa que la mujer de la mecedora, sosteniendo un rollizo bebé en sus brazos. Debajo, al pié delcuadro, una pequeña inscripción . "A mi hija Marta y a su bebé".




José María Vázquez Recio, Mayo 2024.


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